makela paris ensayo

Libertad y refugio

París. 16/09/21. Philharmonie. Obras de Chin, Strauss y Mahler. Lise Davidsen, soprano. Orchestre de Paris. Klaus Mäkelä, director de orquesta.

Que la música es libertad es una gran verdad... y una gran mentira. Sí que, desde luego, nos ofrece una sensación, real o no, de liberación. Y en estos tiempos que corren se hace más necesaria que nunca. En la apertura de temporada 2021-2022 de la Orchestre de París, en una ciudad que, hoy por hoy, convive con el virus de forma muy diferente a tantas otras de España (apenas se ven mascarillas por la calle, auditorios y restaurantes sin distancias mínimas, pase sanitario obligatorio para promover la vacunación...) se ha apostado por una vuelta al gran formato, con tres obras que requieren una formación orquestal en plenitud de atriles... y facultades.

Spira es la nueva creación de Usunk Chin, estrenada justo antes de la pandemia en Los Angeles. Sin renunciar a la tradición, con unos códigos estéticos que le son propios y reconocibles, la compositora surcoreana se inspira en la espiral logarítmica de Jacques Bernouilli para dar forma dinámica a un clásico concierto para orquesta. Sobre la base de dos vibráfonos tocados con arco que crean un asombroso halo sonoro, Chin se recrea en texturas, que lo son todo, en sutiles colores tímbricos y en hipnótico juego que termina como empieza, con lograda sensación de infinitud. 

Tras la obra de Chin, los Cuatro Lieder op.27 que Richard Strauss regaló como presente de bodas a su mujer, Pauline de Ahna. Por primera vez en la programación de la Orchestre de París, volvía a la capital francesa la cantante Lise Davidsen: una voz entre un millón que hay que escuchar en directo, al menos una vez en la vida. Su Strauss fue apoteósico, de un epatamiento milagroso que me hizo recordar y comprender de nuevo, tras tanto tiempo de silencio a causa del coronavirus, qué importante es la música y cómo puede no sólo hacernos sentir libres sino, sobretodo, ser un refugio maravilloso donde reconectar con la vida. Algo parecido a lo que sentí en la Traviata del Teatro Real en julio de 2020. Y con esto debería estar todo dicho de la talla de una artista como Davidsen. Por supuesto que lloré. Quedamente en mi butaca y de forma casi abrumadora camino de casa. La voz de la soprano noruega es asombrosa, de timbre ancho, carnoso, coloreado e imponente en su proyección. Diría que milagrosa, pero se aprecia un cuidadoso trabajo sobre su instrumento que la hacen un portento como intérprete. Hay una búsqueda por el detalle, por la significación de la palabra... ¡Qué manera de decir en Ruhe, meine Seele! Al mismo tiempo que su voz se mostraba iridiscente al hablar de los destellos del sol (¡magia en su Sonnenschein!), se oscurecía, de forma dramática, al narrar la lucha pasada. De igual modo poría hablarse en Cäcilie y en Haimliche Aufforderung, con sublime broche la primera y de cuidadas narrativa y dinámicas en la segunda. No obstante, el colofón lo pusoun sentido, puro y frágil Morgen!. Absolutamente referencial. Tuvo que salir a saludar hasta en cuatro ocasiones. Por supuesto, nada de esto hubiera sido posible si no hubiese estado secundada por una extraordinaria Orchestre París, de coloreada urdimbre straussiana, comandada por Elise Båtnes, concertino de la Filarmónica de Oslo a la que Mäkelä ha invitado a París con estos conciertos.

Para quien pudiera recuperarse a tiempo para la segunda parte del concierto, en los atriles esperaba una sinfonía clave: la Primera de Gustav Mahler, en una lectura de Klaus Mäkelä loable, estructurada, dentro de la hermenéutica mahleriana, pero al mismo tiempo mirando hacia un camino propio. Formas diferentes y, por suerte, alejadas de las fórmulas de tensión-distensión que últimamente adoptan los nuevos enfant-terribles de la clásica. Marcar acentos y extremar dinámicas, al final, parece que podría hacerlo cualquiera. Lo que propone Mäkelä va más allá y supone un desafiante y disfrutable estímulo. El Langsam que abre la sinfonía tuvo una exposición nítida y diáfana, tendente a la degustación en la cuerda y de cierto poso lento. Fue, sin duda, una introducción más ensoñadora que descriptiva. El segundo movimiento arrancó en clave agitada, festiva, justo donde terminó el anterior y con un maravilloso trío central. El contraste vino marcado en cada clímax con el que se cierran los cuatro apartados que componen la partitura, sostenidos sobre una cuerda que pasaba, de forma orgánica y fluida, de un lirismo que bordeaba el preciosismo hasta una encendida exaltación, llena de vigor. Como ejemplo de todo ello, el trabajo no sólo audible, sino también visible, del primer chelo Emmanuel Gaugué, de energía absolutamente contagiosa y a cuya sección el director extrajo detalles preciosos. En general un Mahler no tan oscuro, desde luego menos sarcástico, en un camino del Titán hacia la luz en clave positiva desde su inicio, de hialina textura y con una notable respuesta de la Orchestre de París, que más allá de alguna entrada titubeante en las maderas y algún pasaje desdibujado en las trompas, rindió a un gran nivel. 

Foto: Mathias Benguigui / Pasco & Co