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El milagro de la música

Madrid. 06/03/22. Teatro de la Zarzuela. Bretón: Tabaré. Andeka Gorrotxategui (Tabaré). Maribel Ortega (Blanca). Alejandro del Cerro (Gonzalo). Juan Jesús Rodríguez (Yamandú). Luis López Navarro (Siripo / Padre Esteban). David Oller (Ramiro). Ihor Voievodin (Garcís). César Arrieta (Damián). Marina Pinchuk (Luz). Javier Povedano (Rodrigo). Coro del Teatro de la Zarzua. Orquesta de la Comunidad Madrid, Ramón Tebar, dirección musical.

Me repito, una vez más. En tiempos tan difíciles y dolorosos como estos que estamos viviendo, hay que reiterar los valores que fundamentan una sociedad diversa, igualitaria, solidaria y empática. Y vuelvo a ello: los teatros (y auditorios) son las iglesias de quienes creemos, por encima de todo, en un dios imposible como es el ser humano. Son, a fin de cuentas, la casa de todos y todas nosotras. El último lugar donde el milagro es posible, a través de la música. Cuando la realidad falla, el teatro, el arte, nos abraza en una irrealidad que termina siendo verdadera para todos nosotros. Creas en quien creas, sientas lo que sientas, la música nos abraza por igual.

Y lo digo siempre: de todos estos teatros, de todos estos milagros que suceden día a día gracias a los héroes y heroínas que son los músicos que se suben al escenario, el del Teatro de la Zarzuela es, sin duda, de los que más reconfortan y apaciguan. Porque nos habla de tú a tú. ¿Qué la música es lo inefable, lo intangible, lo indescriptible? Absolutamente. ¿Qué los códigos del Teatro de la Zazuela y la lírica nacional que alberga pueden llegarnos, a priori, de forma más directa, redonda y absoluta? También. En sus armonías musicales, en sus tramas dramáticas... aunque a veces no se sostengan con demasiada eficacia, como sucede en el Tabaré que ahora recupera el coliseo, más de un siglo después desde que Bretón lo estrenara. Sin embargo, justo en estos tiempos, nos presenta una historia de invasión y violencia de un pueblo sobre otro, siempre desde la mirada del hombre blanco finisecular. Y sobre el escenario, por cierto, la entereza de un artista ucraniano como Ihor Voievodin cantando uno de los personajes, de negro impoluto y la bandera de su país como símbolo en su vestimenta y en la de todos sus compañeros, entre ellos, la mezzo bielorrusa Marina Pinchuk. No podemos estar más que agradecidos por el milagro de la música.

La de Tomás Bretón en este Tabaré, que él mismo consideraba como una de sus mejores partituras (ya saben, renegando del éxito de La Verbena de La Paloma) es una partitura sin duda sugestiva, como queda ya expuesto en su extensa Obertura. La factura lírica sobrevuela toda la obra, con páginas de gran belleza. El ritual funerario del primer acto, la página de salida de Blanca o esa pregaria a cuatro, como un réquiem en miniatura al finalizar el segundo acto, dan buena cuenta de ello, así como de la necesaria labor de recuperación que encabeza el Teatro de la Zarzuela. Interesante resulta el ejercicio de confrontarla con su hermana Farinelli, que recientemente también subió al escenario del coliseo. La del castrato, mirando más hacia el bel canto, con aquella página solista: Somnolientos murmullos, por ejemplo, de gran arcada y efusivo lirismo, mientras que Tabaré parece partir desde aquel Verdi de Alzira (suponiendo que tuviese contacto con ella), comparándose, sin embargo, con obras más contemporáneas a su estreno, el de un primer verismo italiano y, desde luego, con un velo wagneriano que todo lo cubre. Sea como fuere, otra obra más que atractiva de Bretón. Es interesante analizar la historia reciente de la Zarzuela con algunos de los autores más significativos del género: Chueca, por ejemplo, lleva bastante desaparecido de la calle Jovellanos en la última década, al igual que sucede con el malhumorado Bretón, aunque me consta que en los próximos años podrán verse, al menos, otros dos títulos suyos. Del maravilloso Chapí, sin embargo, hemos disfrutado ocho títulos diferentes en los últimos años, en 11 ocasiones.

Desde el podio, Ramón Tebar dibujó los paisajes descriptivos de Bretón en una mirada amplia, al mismo tiempo que prestó especial atención al todo como concepto sonoro, como unidad, con una Orquesta de la Comunidad de Madrid que aún puede ofrecer más, sin duda. Dio mucho gusto, por otro lado, poder ver de nuevo al Coro del Teatro de la Zarzuela en plenas facultades numéricas, logrando enteros a medida que avanzaba la partitura. Como protagonista, Andeka Gorrotxategui en el papel de Tabaré no tuvo, a buen seguro, su mejor noche. La voz no estuvo y no hace falta decir más, sólo desarle la mejor de las recuperaciones para volver a disfrutarle en un escenario, en un día que, seguro, va a llegar. Maribel Ortega, ¡en su debut en la Zarzuela!, mostró unas cualidades de experimentada y bella voz como Blanca. Sería deseable escucharla de nuevo en este escenario, en un papel de mayor desarrollo.

Entre los secundarios, rotundo Juan Jesús Rodríguez como Yamandú, especialmente en su página del primer acto donde, como en toda la particella del rol de Tabaré, Bretón se muestra inclemente con las voces. Voz plena y sonora la de Luis López Navarro como Suripo y el Padre Esteban, que en una producción escenificada y mayor número de ensayos dotará además, seguro, de mayor dinamismo y acentos. Estupenda la Luz de Marina Pinchuk, por color, timbre homogéneo y proyección, su nombre debería empezar a verse en personajes de mayor calado, y muy disfrutable el Gonzalo de Alejandro del Cerro, con un canto noble y entregado. Acertados, asimismo, los cuatro soldados de Ihor Voievodin, David Oller, César Arrieta y Javier Povedano.

Foto: Elena del Real.