Una noche excepcional
Milán, 5/03/22. Teatro alla Scala. Tchaikovsky: La dama de picas. Najmiddin Mavlyanov (Hermann). Asmik Grigorian (Lisa). Roman Burdenko (Tomsky). Julia Gertseva (La condesa). Alexey Markov (Yeletsky). Yevgeny Akimov (Chekalinsky). Alexei Botnarciuc (Surin). Elena Maximova (Polina). Orquesta y Coro del Teatro alla Scala. Timur Zangiev, dirección musical. Matthias Hartmann, dirección de escena.
“El tres, el siete y el as, uno tras otro, te harán ganar” Esa es la frase que resuena como un mantra en la cabeza de Hermann, extraordinario personaje creado por Pushkin sobre la piel de joven oficial de ingeniería del Ejército Imperial y que advierte, como tantos otros en la literatura universal, de los peligros de una ambición desmedida. Así pues, “La dama de Picas” es una excelente obra literaria bajo el formato de cuento que durante su lectura -la cual no lleva mucho más de una tarde- jamás se hace pesante o falta de ritmo. Por desgracia, no podemos decir lo mismo del libreto adaptado por el propio hermano de Chaikovski para esta ópera homónima en la que, para desgracia del espectador, se incluyen numerosos elementos y subtramas no presentes, o al menos no expuestos con tanta profusión, en la obra literaria original y que no hacen sino entorpecer el paso de la trama principal. Una lástima, tanto para el texto de Pushkin como para la música del propio compositor que, como en otra infinidad de ocasiones operísticas, se encuentra muy por encima de la calidad del texto que la acompaña.
Así pues, no sería el texto, ni tampoco lo fue la anodina -y casi monocromática- escena de Matthias Hartmann, lo que elevaría el resultado de esta producción a cotas francamente estelares. Esto se consiguió, sin lugar a duda, por medio de la música, la cual emanó de un reparto ejemplarmente redondo, del primero al último de los cantantes, y de una orquesta absolutamente entregada bajo la dirección del jovencísimo Timur Zangiev, quién debió dirigir todas las representaciones restantes a la del estreno tras la forzada ausencia deValery Gergiev por motivos sobradamente conocidos.
Del trabajo de Timur Zangiev no podemos sino admirar su intención y buen hacer, tanto para con los cantantes como para con la orquesta, que sonó de forma realmente excepcional, impulsada por ese “giovanile ardore” que, aunque algunos no lo crean, no depende tanto de la edad, sino de los conocimientos que uno posee y de la pasión con que los transmite.
Desde el punto de vista del elenco vocal, como he dicho, pocas veces me he podido encontrar con un reparto tan sobresaliente de principio a fin, donde cada uno de los roles estaba cubierto con verdadera excelencia. Cabe destacar el gran nivel de la pareja protagónica, con el Hermann de Najmiddin Mavlyanov, caracterizado por unos medios rotundos que, además, esgrime con seguridad y resistencia durante la totalidad de un rol que resulta de extraordinaria exigencia para el tenor.
Por su parte, la Liza de Asmik Grigorian, que ya se demostró descollante durante su “Otkuda eti slyozy” en el primer acto y cuya entrega -siempre acompañada de una técnica y medios privilegiados- fue en ascenso a medida que iba avanzando la representación. Es una ópera que conoce a la perfección, ya que su padre, el ya desaparecido tenor Gegham Grigorian, fue uno de los mejores Hermann de la época, triunfando con el rol en el Metropolitan de Nueva York, entre otros. Es una artista con un magnetismo especial, palpable en cuanto entra en escena. Pese a todo, lo cierto es que, por alguna razón, las formas de la ópera rusa evitan que ésta llegue a calar dentro de la sensibilidad mediterránea tanto como la italiana pues sin duda, un dúo protagónico del nivel de este representando, sin ir más lejos, bohème, habría provocado lágrimas incontenibles en buena parte del público.
Así las cosas, cabe destacar igualmente el trabajo de Elena Maximova como Polina y de Julia Gertseva como una excepcional condesa, tanto en el apartado vocal como desde el punto de vista dramático, en el que logró sumar enteros a una producción francamente descafeinada. Entre lo más sorprendente de la noche podríamos situar la entrega de Roman Burdenko, quien encarnó un Tomski de medios pletóricos que nos entregó en el primer acto una “Odnazhdy v Versalye” absolutamente digna de enmarcar y que, junto al irreprochable Yeletski de Alexey Markov, que interpretó, con un timbre muy apropiado para el rol, la maravillosa aria del segundo acto “ya vas lyiblyu” siendo justamente ovacionado, cerraron, como ya hemos dicho, un elenco totalmente privilegiado para una noche memorable.
Fotos: © Brescia / Amisano