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El maestro

Sevilla. 24/03/2022. Teatro de la Maestranza. Debussy. Pelléas et Mélisande. Edward Nelson (Pelléas), Mari Eriksmoen (Mélisande), Kyle Ketelsen (Golaud), Jérôme Varnier (Arkel) Eleonora Deveze (Yniold), Marina Pardo (Geneviève). Coro del Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Dirección de escena: Willy Decker. Dirección Musical: Michel Plasson.

Desde el podio del Teatro de la Maestranza, el veterano Michel Plasson, ha dictado toda una lección de dirección musical con la dirección de la obra maestra de Claude Debussy. Con 88 años, el director francés ya no necesita demostrar nada, no tiene que labrarse una reputación, un nombre, ya los tiene. Aún así su entrega es total (pese a una evidente merma de sus facultades físicas) y nos brindó una versión de Pelléas et Mélisande antológica. Desde el primer gesto de la batuta hasta el final de la obra fuimos testigos de lo que atesora la escuela clásica francesa de dirección orquestal: esa atención especial a cada detalle de la partitura, a la fluidez de la melodía, al desarrollo dramático que marca en todo momento el trabajo de orquesta y escenario. Una lección magistral.

Plasson comenzó con una concentrada lentitud, el flujo musical era lento, denso pero sin fisuras, continuo. Con su mano izquierda, fundamental en su dirección, y una batuta siempre atenta al escenario, la historia de Pelléas y Mélisande va fluyendo. El tercer vértice de este triángulo amoroso y ambiguo que forma Golaud, el marido de Mélisande y hermanastro de Pelléas, se incorpora desde el primer momento al devenir del drama, que va in crescendo entre brumas, castillos húmedos, jardines oscuros y un mar inclemente y amenazante.

De la mano de Plasson nos vamos adentrando en ese mundo que cada vez es más enmarañado, como un zarzal donde los tres protagonistas se ven irremediablemente presos y condenados. Cada nota de Debussy nos va describiendo ese camino simbolista y onírico que se va haciendo más trágico según se desarrolla la obra. Plasson comprende perfectamente los mecanismos del compositor y se ciñe a ellos, resaltando cada momento para dibujar y perfilar más definidamente lo que ocurre en escena.

Porque esta obra habla,pero calla mucho. Nunca estamos seguros de nada, aparte deun amor que tiene una envoltura diferente para cada uno de los tres protagonistas. Y todo ese mundo tan cerrado y tan intenso está ahí en una partitura excepcional que un enorme maestro nos sirvió en bandeja. Eso sí, con la imprescindible colaboración de una de las orquestas que ocupan el foso de un teatro español, la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. El sonido de la formación fue perfecto, completamente al servicio de partitura y batuta, graduando las diversas intensidades (hay que volver a recordar el exuberante lenguaje de Debussy con constantes cambios de volumen, de ritmo) según el dictado del maestro Plasson. La madera estuvo maravillosa, la cuerda sedosa, envolvente (gran trabajo de las arpas), el viento controlado y preciso, la percusión excepcional. Una orquesta en estado de gracia totalmente dominada por una mano experta y a la que se entregó y de la que estoy seguro ha aprendido muchísimo. Fabuloso trabajo.

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También la mano sabia de Plasson se notó en las voces, que sin ser excepcionales rindieron a un altísimo nivel y, sobre todo, en plena conjunción con el foso. De los protagonistas que dan título a la obra destacaría el trabajo del barítono norteamericano Edward Nelson que, aunque empezó algo dubitativo, fue ganando seguridad a lo largo de la obra, consiguiendo crear un Pelléas enamorado, inocente, pero muy intenso y que tuvo su mejor momento dramático y vocal en la escena de la torre con Mélisande, en la que dio lo mejor de sí. Su voz, de grato timbre no tuvo problemas con toda su tesitura aunque destacaría su arrojo en el agudo donde estuvo especialmente acertado.

Menos implicada en el papel, sin definir muy bien ni por voz ni por gesto el rol de la ambigua y tímida Mélisande estuvo Mari Eriksmoen. Su voz no es especialmente bella pero sí que cumplió ampliamente con su cometido, con una voz de buena proyección y volumen, y gustó mucho su escena final en la que pudimos ver sus indudables cualidades.

Sin duda el mejor cantante de la noche fue Kyle Ketelsen en el papel de Golaud. Posee el barítono norteamericano una voz perfecta para el papel, de un bellísimo color, con la suficiente profundidad para afrontar sin problemas el rol del celoso y enamorado esposo de Mélisande. Es el personaje que más se va transformando a lo largo de la ópera y Ketelsen se lució en el aspecto dramático. También lo hizo en el vocal, en el que destacó en diversas escenas pero especialmente en la que presiona a su hijo para que le cuente cómo son los encuentros entre los enamorados. En este momento dramático es fácil caer en el histrionismo vocal y actoral pero Ketelsen (y aparte de su propia valía estoy seguro que los consejos de Plasson aquí fueron fundamentales) controló perfectamente la situación. Su canto transmitió toda la tensión del momento, pero siempre controlado, como queriendo no asustar al niño pero al mismo tiempo incapaz de dominar su ira y sus celos. A nivel técnico sus prestaciones fueron estupendas, con una voz que llegaba a todo el teatro, con una excelente técnica y con un dominio de graves y agudos sólo comparables a su bello centro. Estupendo cantante.

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Jérôme Varnier es un bajo de unos medios potentes, sobre todo en volumen y proyección y con un centro de una enorme robustez, y asumía el papel del rey Arkel. El timbre no es demasiado atractivo y el agudo a veces está descompensado pero resolvió con soltura sus dos monólogos, sobre todo el del último acto, en el que estuvo muy convincente. Buen trabajo de Eleonora Deveze como el pequeño Yniold y cumplidora la Geneviève de Marina Pardo que pudo lucirse más en su bonita escena de la carta de Pelléas. Correcto Javier Castañeda en su doble papel de doctor y pastor. 

La producción, procedente de la Staatsoper de Hamburgo, la firma el afamado Willy Decker, un director artístico que ha entendido perfectamente el lenguaje de Debussy. Su propuesta, que consta de unos acertados, aunque a veces toscos, decorados de Wolfgang Gussmann (que también firma un vestuario donde el blanco, como en todo la producción, es el color dominante) se centra en los aspectos más simbólicos de la historia, optando por minimalismo sobrio pero no descomprometido con la acción, que tiene constantes puntos de referencia para seguirse sin ningún problema. Destaca el trabajo actoral, especialmente en escenas como la de la torre con Melisande y Pelléas, llena de aciertos dramáticos. Un buen trabajo luminotécnico de Hans Toelstede completa un excelente trabajo del que es responsable en Sevilla Stefan Heinrichs.

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