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Música y opresión

Ámsterdam. 16/0672022. Het Concertgebouw. Obras de Janacek, Firsova, Smirnov y Lutoslawski. Real Orquesta del Concertgebouw. Yefim Brofman, piano. Jakub Hrusa, director.

Interesantísimo programa el ofrecido por la Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam, un modelo en cuanto a interés, innovación, nuevos caminos; y dentro todo de una total coherencia, con el denominador común de música y dictadura. Parece increíble que, a estas alturas del 2022, se tenga que denunciar estas cosas, pero si hace muy poco comentábamos la situación de exilio interior que tuvo que vivir el director Kiril Serebrennikov, hoy hay que comentar el caso de dos compositores rusos perseguidos, como ya lo fueron los mismísimos Shostakovitch, Prokofiev o Katchaturiam. La compositora Elena Firsova presentaba el estreno mundial de su Concierto para piano y orquesta op.175, obra encargo del Concertgebouw junto a otras importantes orquestas de Göteborg, Berlin y Liverpool. Pues bien, ella, y su esposo Dmitri Smirnov, fueron incluidos en la lista negra de compositores en 1979, y durante años el régimen soviético les impidió trabajar, su música fue considerada como un “desorden ruidoso”, y la pareja tuvo que emigrar al Reino Unido en 1991, donde Smirnov, del que se ofrecía su Pastoral para orquesta, murió en abril de 2020 de covid. El programa se completaba con otras obras `oprimidas’; de Janacek se tocó la Suite orquestal de su ópera De la casa de los muertos, que retrata las inhumanas condiciones de vida de un campo de concentración siberiano a mediados del siglo XIX,; y de Witold Lutoslawski, que con cinco años tuvo que sufrir la muerte de su padre asesinado como revolucionario en Moscú, y mas adelante tuvo que trabajar de arreglista y pianista de bar al ser acusado de "formalista" por los estalinistas que ocuparon su país, se interpretó el cada vez mas en repertorio Concierto para Orquesta.

Nada mas empezar la Suite de Janacek pudimos comprobar el sonido lleno, igual, plaqué, de los arcos tocando el reconocible tema en martellé que abre la obra. Las características células caleidoscópicas de Janacek se superponían y variaban en sus distintos impulsos y colores con una precisión y una riqueza apabullante. Los tres movimientos fueron un ejemplo de fulgor tímbrico, y Jakub Hruša, empezó a desplegar un recital de control y dominio. Asombrosa la técnica del director checo, de una capacidad y precisión enormes. Verle dirigir el dificilísimo segundo movimiento de la Suite de Janacek, con las complicadas subdivisiones y cambios de compás, fue prueba de ello.

Si el recital que estaba dando la orquesta en Janacek era asombroso, en el Concierto para piano estreno de Firsova -presente en la sala- pasó, directamente, a ser mítico: no se puede hacer mejor. Contribuyó, desde luego, el magnífico Yefim Bronfman, que ha sido durante toda la temporada el pianista residente de la Concertgebouw. Impresionante el control técnico en el dificilísimo concierto, pero, sobretodo, asombrosa gama de color y de sonido el desplegado por el pianista de Tashkent. Los dos primeros movimientos del concierto son magnéticos, fabulosos. El primero en su carácter grave y vaporoso, contrasta con el nervioso y serpenteante que sigue, que, con su motivo de tres notas recurrente, consigue llevar al espectador en volandas en su brillante final. El tercero, mas largo y proceloso, con esa larga y dificilísima cadenza, diluye un tanto esa brillantez, pero el resultado final que queda es, la verdad, de obra muy lograda. Menos entusiasmo me provocó la Pastorale de Smirnov que iniciaba la segunda parte, y, que, tras un comienzo interesantísimo en forma de racimos sonoros compuestos mayormente de intervalos de segunda, pasaba a unos plácidos y, para mí, menos interesantes cantos de pájaros un tanto al modo Messiaen, pero sin su potente sabor y color.

El concierto acabó con el magistral Concierto para Orquesta de Lutoslawski, que compuso lleno de elementos folclóricos para contentar a los censores, y que, con la mirada puesta en Bartok, consiguió hacer una logradísima obra. Virtuosismo fulgurante, es lo que consiguió también la Orquesta del Concertgebouw en una obra, que parece escrita para ella. Sólo ver el inicio del segundo movimiento y sus rapidísimas secuencias con esa precisión y limpieza ya fue un espectáculo. Como lo fue, también, ver dirigirla a Hrusa. No hay entrada que se le escape, no hay la más mínima inseguridad. Quizá le falte un margen más de amplitud e investigación tímbrica en el lado de los colores, digamos, tenues, pero la manera de llevar en volandas el final de la obra, con esa monumental ciaccona (como en la Cuarta de Brahms) provocó casi el delirio. Gran concierto.

Foto: Milagro Elstak.