lohengrin bayreuth 22 

El canto azul de Lohengrin

Bayreuth 04/08/22. Festspielhaus del Festival de Bayreuth. R. Wagner: Lohengrin. K. F. Vogt, C. Nylund, M. Gantner, P. Lang, D. Welton. Coro y Orquesta del Bayreuther Festspiele. Escenografía y vestuario: Rosa Loy & Neo Rauch. Dir. de escena: Yuval Sharon. Dir. musical: Christian Thielemann.

Locura del público y frenesí sonoro el que provocó este Lohengrin con la siempre enérgica batuta de Christian Thielemann. El ya ex Director Musical General del Festspielhaus, quien este año dirige la última vez que se ve esta producción de Lohengrin, mantiene la sapiencia supina de su maestría en el foso místico. Para el berlinés, la magia y características acústicas y especiales que hacen del Festspielhaus un lugar incomparable, no tienen secretos. Si a esto se le suma unas prestaciones excelsas de la Orquesta y Coro del Bayreuther Feststpiele, la fiesta estaba servida.

Thielemann no sólo es un gran storyteller, que en el caso de este cuento de hadas romántico le va como anillo al dedo, es que además sabe dotar de colores, matices, y una atmósfera sonora teatral y dramática, esta triste historia sobre las dudas y el conocimento. Maravilloso en el preludio al acto primero, donde supo avanzar ecos parsifalianos gracias a unas cuerdas de finura trascendente. También estuvo magnífico en la creación de unas dinámicas dilatadas y espectaculares, finales de acto, concertantes. Los dos dúos del inicio del acto segundo, el de Telramund y Ortrud que parece sacada del Ring, o esa mágica seducción de Ortrud a Elsa que acaba en un dúo que parece weberiano y de una finura mozartiana…son tantos los detalles: alucinante preludio al acto tercero, donde aceleró los tempi de manera eléctrica, acompañamiento del aria In fernem Land, con una delicadeza extrema junto a los pianisimos de Vogt. También el uso dramático de las tensiones con el coro, o una irresistible patina de melancolía durante toda la ópera que ribeteó una lectura fulgurante y poética.

En suma una master class de cómo dirigir Wagner en el Festspielhaus. Hoy en día nadie conoce la magia sonora de esta sala mítica mejor que Thielemann y lo demostró con un monumental Lohengrin digno ejemplo del cénit de la ópera romántica alemana.

Mención de honor al coro del Festspielhaus, dirigido por el reconocido Eberhard Friedrich. Las fuerzas vocales de la casa, después de las medidas Covid del año pasado que les hicieron cantar desde otra sala, pudieron actuar por fin de nuevo en el escenario. El coro volvió a mostrar la calidad de sus cuerdas, la finura de sus colores y la admirable homogeneidad de un sonido siempre rico y flexible.

En el caso del reparto vocal las cosas no fueron tan excelsas. Es relativamente cierto que en el Festival de Wagner, si no están las mejores voces wagnerianas, haberlas haylas, ahí está el gran Georg Zeppenfeld, para el que firma el mejor bajo wagneriano actual. La voz redonda, cálida y rotunda en todos los registros de Zeppenfeld encarnó un Rey Heinrich sin fisuras que presenció desde el olimpo vocal de los mejores cantantes de la historia del Festival de Bayreuth el resto del reparto.

Hablar del Lohengrin del tenor alemán Klaus Florian Vogt, es irse al extremo y aceptar una encarnación, que en el caso del Caballero del cisne, puede tener entre sus mejores logros. El timbre ha perdido naturalidad y colores, y ganado en asperezas, pero eso le aporta carácter a un personaje que no es tan luminoso como aparente, subrayado en esta producción de Yuval Sharon. Vogt domina el rol con su vocalidad de tenor lírico, y si bien está en las antípodas de una Kaufmann o un Beczala, por nombrar dos de los mejores Lohengrin que se han podido ver en estos últimos años en el Festspielhaus. Klaus sigue demostrando un porte vocal de admirable entereza, y sabe escarbar entre sus mejores virtudes con unas medias voces y unos pianos de llamativa delicadeza -dúo tercer acto con Elsa, aria- muy cercanas a la supuesta pureza de su personaje.

La soprano finesa Camilla Nylund ha sabido hacerse un nombre propio en en la historia del Festival, desde su debut en 2011 como Elizabeth del Tannhäuser. Ya ha sido aquí Sieglinde, Eva y Elsa. Y ha debutado ya, fuera de Bayreuth, el papel Isolde. Tan solo tiene pendiente, y ya en agenda, hacer lo propio con Brünnhilde. La voz ha ganado en armónicos, colores y matices, sin tener especialmente un timbre bello o característico, la potencia, homogeneidad y control de la emisión son ya los de una artista en plenitud. Una Elsa de carácter, como pide esta producción, que cumplió con dominio de sus resortes vocales, siempre presente y dueña de un particular carisma escénico.

La Ortrud de Petra Lang, extrema y sonora, tendente a una vocalidad al filo del grito, mostró de nuevo la fiereza de un canto estentóreo e impactante, no al gusto de todos. Su evidente personalidad teatral, que la hacen idónea para el rol, se le escapa a nivel vocal por un descontrol de la emisión y proyección que empañan una artista de indudable atractivo.

El Friedrich del barítono alemán Martin Gantner, fue esquivo teatralmente y de timbre poco agraciado. La voz parece más adecuada para un Alberich, por lo rugosa y el trémulo que le afean el color. Fue un Telramund menos noble y más esperpéntico, un monigote en las manos de Ortrud de una sucinta corrección vocal.

Siempre una voz a seguir, por juventud y talento, quedó esta vez algo indefinido el Herrufer del barítono australiano Derek Welton. El instrumento no acabó de correr con la facilidad que acostumbra en la sala, los agudos algo emborronados y la contundencia que este personaje ha de tener no acabó de cuajar para una correcta prestación.

La producción de Yuval Sharon, con la escenografía y vestuario de los alemanes Rosa Loy y Neo Rauch, se lo debe todo al color azul Delft. Los propios artistas Loy & Rach, definen su aportación y enmarco de la historia con un azul Delft omnipresente como disruptor de una realidad que se transforma en misterio en el libreto. En esta propuesta además proponen un vestuario de resonancias a Anton van Dyck, con sus pertinentes collares acartonados y fijos, como muestra de una sociedad inmovilista, más una escenografía que remite a la arquitectura industrial neoromántica, en los albores de la electrificación de la sociedad. 

Una combinación que destila más seducción estética que real dramaturgia teatral. El evidente atractivo visual y vintage de los cuadros, el vestuario y la escenografía no acaban de casar con una dirección de escena confusa. Sharon, más allá de reivindicar el poder de decisión y conocimiento femeninos, los más atractivo de su propuesta, pues Elsa y Ortrud se transforman en verdaderas protagonistas de una sociedad oprimida en la duda y el silencio, donde ellas toman la iniciativa por encima de una masculinidad encorsetada y conservadora. 

La elección metafórica de una sociedad de insectos, no acaba de entenderse y no tiene la fuerza que sí tenía el “Rattengrin”, anterior producción de Lohengrin vista en el Festspielhaus, firmada con auténtica y cabal disección social por Hans Neuenfels.

Foto: © Enrico Nawrath