Chailly Palau22 Toni Bofill 

Orden y expresión

Barcelona, 3 de octubre de 2022. Palau de la Música Catalana. Obras de Beethoven y Mahler. Orchestra del Teatro alla Scala. Riccardo Chailly, director musical.

Gran director, gran orquesta y las primeras sinfonías de Beethoven y Mahler. Si bien el programa era todo menos original tenía, por lo menos, la virtud de situarnos en la primera parada en el género de dos de los más grandes sinfonistas que en el mundo han sido. Por otra parte Riccardo Chailly ha acumulado un prestigio muy merecido y la Orquesta del Teatro alla Scala no es tampoco un manjar despreciable.

Así que acudimos con el entusiasmo y la convicción de que todo iba a ir bien. Por lo pronto el primer movimiento nos mostró el camino que el maestro iba a emprender ante este Beethoven joven y afrutado, impregnado de cierto clasicismo: una ejecución razonablemente ligera y precisa con unas dinámicas bien matizadas. Estricto en el tempo, como corresponde a la obra, Chailly es un director de gestualidad clara y comunicativa (lo agradecen el músico y el espectador) aunque sin aspavientos.

Fueron todos ellos (orquesta y director) afinando una increible exactitud dinámica durante el segundo movimiento, expuesto con bella fluidez. Le siguió en el tercer movimiento una estupenda trompetería asentada sobre un cojín muy cómodo y supimos que el milagro de la comunicación se había producido cuando (oh, sorpresa!) el respetable guardó un silencio sincero antes del último movimiento. El cierre de la sinfonía cumplió con las expectativas aunque un servidor lo hubiera preferido algo más violento.

El balance en este punto invitaba al optimismo: un maestro con buen gusto y control de la situación, digno de la fama que le precede, y una orquesta de gran nivel aunque la ejecución no alcanzara el grado de virtuosismo que exhibe la Gewandhaus de Leipzig en el registro publicado con el mismo director.

Como en el caso de la sinfonía de Beethoven, el hecho de que el Mahler de la segunda parte no se corresponda estilísticamente con las últimas obras de su autor no significa que no sean ambas obras que exhiben la madurez de sus respectivos autores. Hay algo más pintoresco y programático en esta sinfonía que en los discursos más abstractos de la 9a sinfonia, por poner un ejemplo extremo, pero se trata ya de una obra maestra no por muy programada poco atractiva.

Curiosamente esta sinfonía, que echa a andar con la extrema solemnidad de un pianíssimo inquietante, no mereció, en esos primeros compases, el ambiente concentrado que sí se había disfrutado en la primera parte y en medio de esa incómoda dispersión una nota falsa evocó accidentalmente (aunque no sea ninguna casualidad) el inicio de la 9a de Beethoven. Se fueron, sin embargo, imponiendo el excelente control de las dinámicas y algunos momentos mágicos de las cuerdas graves y el arpa, así como un excelente equilibrio entre las secciones.

La exhibición de las cuerdas graves (contrabajos particularmente) se extendió al tercer movimiento a pesar de nuevos episodios de escasa concentración en el ambiente de una sala, hay que repetirlo siempre, que tiene una acústica digna de añorar cada vez que asisitimos a eventos de este nivel en el Auditori. En este movimiento, de resonancias hebraicas sobre una versión en tono menor del “Frère Jacques”, se podía haber dado al contratema un carácter más popular y tabernario, pero la aproximación de Chailly priorizó la sobriedad. El contrapunto a esta limitación fue la extrema delicadeza de las dinámicas y el oportuno refuerzo de los bajos.

Pero no hay lugar para timideces cuando del último movimiento de la Titan se trata. El arranque fue intenso, como no puede ser de otra manera, y todo ese caos de ruido y furia se desarrolló, a pesar de todo, con una gran pulcritud, digna de agradecer. En este final de fiesta la orquesta exhibió una plasticidad extrema en el fraseo, con grandes episodios para las violas. Entretanto el maestro siguió impertérrito mostrando en todo momento un gran control desde el punto de vista de la concertación e ideas muy claras sobre el objetivo buscado: orden y expresión.

Por un momento pareció que los artistas no recibirían el homenaje que era de justicia, pero en cuanto el maestro Chailly salió a saludar se desató la euforia y no quedó ninguna duda de que Chailly y la Orchestra del Teatro alla Scala habían cumplido plenamente con las expectativas. Y así fue, porque la velada fue magnífica.

Foto: © Toni Bofill