El peso en Bellini
Madrid. 27/12/2022. Teatro Real. Bellini: La sonnambula. Jessica Pratt (Amina). Francesco Demuro (Elvino). Fernando Radó (Rodolfo). Serena Sáenz (Lisa). Gemma Coma-Alabert (Teresa). Isaac Galán (Alessio). Gerardo López (notario). Coro intermezzo. Orquesta Sinfonica de Madrid. Maurizio Benini, dirección musical. Bárbara Lluch, dirección escénica.
De tanto en tanto se lee o escucha sobre que Bellini tiene carencias, limitaciones musicales e, incluso, falta de preparación. Autores que demandan al compositor italiano un tipo de orquestación, desarrollo armónico o textura concretos, que, es cierto -si nos ponemos a juzgarle con otros parámetros- no tiene; pero claro, son autores que piden que Bellini sea lo que no es, a un compositor, además, especialmente puro en su estilo y esencia, y eso es como pedir que un rubio sea moreno, un sauce sea como un roble, o un ruiseñor como un perro. En realidad no caen en la cuenta de que Bellini es un verdadero maestro en lo que hace y óomo lo hace, sabiendo elegir perfectamente un lenguaje muy ahormado a su concepto compositivo, que es propio y característico, y que, sí, es muy distinto y bastante mas desnudo que el de otros grandes autores, pero al igual que al contrario nadie echa en falta el lenguaje belliniano en otros grandes, la injusticia de buscar el lenguaje ajeno en el catanés se demuestra, en mi opinión, evidente.
Bellini es de los compositores con mas componente aire que han existido jamás y para lograrlo sabe cómo hacerlo: diluye bajos, que es la manera de que la música no pese, y lo hace frecuentemente al maximo, que es abundando en pizzicati (de los sonidos mas amortiguados que un instrumentista de cuerda puede hacer) en corcheas seguidos de silencios, con lo que la intensidad de ese peso, de ese pie, es puro vapor sonoro. Sobre esto gravitan sus famosas frases largas, normalmente empleando muy sabiamente compases cuaternarios, eligiendo amplios 4/4, y lo hace para amortiguar la acentuación. Y no sólo eso, contrapone al paso binario de los bajos normalmente con tresillos en los violines, que hace que ese “dos contra tres” disuelva aun mas el paso. Además liga para suavizar y no extrema el rango interválico de esos tresillos (normalmente no superior a una sexta), con lo que ese flotar, tan admirado por todos, queda así perfectamente conseguido. La dinámica es mayoritariamente leve (reserva el forte para momentos concretos y finales de acto), y la linea de canto muchas veces se desarrolla sin regresar sobre sí misma, como ocurre en el 'Ah, non credea mirarti', con lo que la melodía siempre es nueva y vuela, la repetición pesaría mas en su redundancia. Es notorio y curioso también el empleo en La sonnambula de tonalidades con abundantes bemoles en las aéreas cavatinas, ¿quizá con ello pretende difuminar la resonancia y los armónicos que se conseguirían con tonalidades más ‘abiertas’, con lo que la amortiguación y la suspensión se acrecientan? En cualquier caso está muy claro que Bellini sabe lo que quiere, y lo que es más importante: sabe como conseguirlo.
Joan Matabosch ha sabido llevar una trayectoria ascendente en su labor al frente del Teatro Real, ha conseguido hacer crecer el valor de su gestión subsanando y aprendiendo de sus errores, y eso es de personas inteligentes. Quizá aún le quede alguna cuestión pendiente, como una apuesta mucho más decidida en la recuperación de nuestro repertorio, pero arriesgar y empezar a contar con jóvenes directores de escena españoles es un triunfo mas, y hay que agradecérselo. Bárbara Lluch venía con un prometedor bagaje a sus espaldas, lo último un estupendo El rey qué rabió en la Zarzuela que todos recordamos. La directora, aquí, se ha sabido rodear de un buen equipo: Christof Hetzer como escenógrafo, Clara Peluffo en vestuario, Iratxe Ansa e Igor Bacovich de coreografos, y Urs Schönebaum en iluminación, y han conseguido en líneas generales un estupendo resultado final, lo cual es ya un buen mérito suyo; y ello se muestra en una iluminación siempre sugerente, con un punto irreal y enfermiza, dandole un cierto aire gótico que le viene muy bien a La sonnambula.
La escenografía es escueta y un punto difuminada, y sabe insistir en ese tinte, con un fantasmal árbol en el primer acto, y una desvencijada chimenea que expulsa un vaporoso y belliniana humo que forma lentamente figuras que cambian como si un caleidoscopio se tratara, es uno de los puntos culminantes, y una bellísima idea que casa de forma ideal con la música del catanés. También acierta con la cerrada estructura de madera sobre la que Amina camina sonámbula al final, en su rígido formato, como símbolo de la cerrazón de un pueblo puritano e intolerante. Haber sabido remarcar el 'Ah non credea mirarti' con, también, una muy propia y belliniana nieve dice mucho de alguien que parece que sabe escuchar una partitura, lástima que la cadencia de esa nieve no fuese mas lenta acorde con el tempo musical.
También le agradezco a Lluch el que me haya hecho pensar en personajes y situaciones que antes no había reflexionado tanto. El conde Rodolfo es uno de ellos, y aquí se le identifica muy bien con esa especie de Don Giovanni que lleva dentro, como lo demuestran los claros paralelismos de su escena de entrada en La sonnambula, y la que tiene el personaje mozartiano cuando se topa con la boda de Zerlina y Masetto. Me convence como está resuelto el encuentro del personaje con Amina en su primera escena de sonambulismo, creando una tensión sexual que, aprovechando el físico de Fernando Radó, va más allá de lo que insinúa el libreto, pero resulta lícito en un texto que sí expone claramente las dudas del personaje.
Los demonios de Amina en forma de bailarines dan dinamismo y refuerzan la idea del subconsciente en el sonambulismo, aunque un punto más de comedimiento en este sentido también hubiese estado bien. Pero lo que peor he llevado de la dirección de escena, aparte de algún detalle mejorable como las telas colgadas, es la marmórea implicación del coro, inmóvil, frecuentemente rígido; una cosa es que el pueblo esté alineado, y otra distinta es que esté casi siempre estático. El pueblo, en la partitura, se comporta musicalmente con mucha mas frescura, en su constante ritmo ternario la mayoría de las veces en 6/8, es un pueblo cambiante, incluso hater, pero aquí no queda expresado lo suficientemente en esa inexpresiva inmovilidad, y teniendo en cuenta la importancia dada al coro en esta ópera, el hecho acaba pesando, y pesando, algo muy poco belliniano, y que hace lastrar la función irremediablemente. Enhorabuena en cualquier caso a Barbara Lluch, por su valentía y aciertos, esperamos ver pronto nuevos montajes de la directora, y seguro que con las sucesivas reposiciones, conseguirá retocar y pulir un montaje de potencial mas que evidente.
Maurizio Benini es un director ideal para Bellini, con su gesto elegante, amplio, y mas bien redondeado, consigue dar una elasticidad a la linea belliniana muy apropiada y natural; sabiendo desigualar sutilmente reteniendo de forma muy orgánica aquí y allá la lunga linea belliniana. Consiguió un muy bello sonido de la orquesta titular, que tuvo muy buena actuación, y obtuvo finos detalles que corroboran su conocimiento y estilo, como ese diluir las últimas partes del compas sobretodo en algún coro de sabor especialmente popular, o alargar en determinados momentos signos con puntos qué normalmente se hacen mas cortos, consiguiendo así una mayor cantabilidad. Impecable el ajuste con el coro que sonó compacto y afinado.
La Sonnambula conlleva enfrentarse a la carga de representar una ópera con un glorioso historial de grandes cantantes, y como hito indiscutible, está la interpretación de Maria Callas, que restableció de alguna manera la tesitura original compuesta para Giuditta Pasta, que, según nos cuentan, se la podría considerar como mezzosoprano. Jessica Pratt se encuentra encuadrada más en la tradición de sopranos ligeras, que tanto recorrido han tenido en esta ópera a lo largo de la historia, y lo hace con los papeles muy en regla. Técnicamente es garantía, resolviendo con probada profesionalidad y experiencia en el papel todos los intrincados pasajes a los que se tiene que enfrentar. Colocación de la voz, limpieza, afinación, sobreagudos, y el notable dominio de toda la pirotecnia vocal de su parte son destacables. Mas cómoda en la coloratura staccato que en la que viene ligada (sobretodo en lineas cromaticas), pero es realmente valioso ver dominar a una soprano técnicamente un rol tan endiablado. El pero viene, porque a pesar de que moldea el sonido de forma suficiente, no hay apenas cambios de color, y cuando canta notas largas éstas carecen de la necesaria dirección e intención; y, aunque se las sabe todas por su experiencia, la sensación de frialdad de algo realmente no vivido cuando canta, queda. Merecido éxito en cualquier caso el de la soprano, como quedó constatado en su saludo final.
Sinceramente uno tarda un tiempo en acostumbrase al timbre de Francesco Demuro, un punto ácido y desigual, pero el cantante es una demostración de que la honestidad y el empeño traen siempre cosas buenas, y acabó en cierta forma metiendose al público en el bolsillo. Con mas que aceptable legato y compenetración con la Pratt en el 'Son geloso del zefiroerrante' a pesar de no hacer los trinos prescritos -como casi todos, por otra parte- fue generando cada vez mas interés según avanzaba la representación, siendo valiente en el agudo y consiguiendo arrancar por fin el aplauso al acabar el 'Tutto è sciolto', teniendo el honor, a pesar de las limitaciones que pueda haber con su instrumento, de alcanzar sin duda las mayores cotas de comunicabilidad de toda la noche.
Con desparpajo, y ganándose al público con descaro y resolución, Serena Sáenz sacó petróleo con el personaje de Lisa aquí restituido casi en su integridad. Especialmente brillante en su segunda aria donde se encaramó al sobreagudo como si no pasase nada, ademas de dotar de un extraño plus de densidad vocal al papel. Brava. Agradable sorpresa fue constatar el notable desempeño de Fernando Radó haciendo del conde Rodolfo; sólido y seguro. Un paso más en quitar algún envaramiento, tanto en el decir como en el actuar, y seguro que nos encontraremos a un cantante que puede dar un paso firme en abordar papeles de más enjundia en el siempre difícil panorama de los bajos. Gemma Coma-Alabert supo sacar tajada de cada intervención como Teresa, y correctos y en su sitio Isaac Galan, como Alessio (con incluso intención en el acento), y Gerardo Lopez como notario.