Macbeth 1 David Ruano Liceu© David Ruano.

Nada

Barcelona. 23/02/23. Gran Teatre del Liceu. Verdi: Macbeth. Zeljko Lucic (Macbeth). Ekaterina Semenchuk (Lady Macbeth). Simón Orfila (Banquo). Celso Albelo (MacDuff). Gemma Coma-Alabert (Dama de compañía). Fabián Lara (Malcolm). David Lagares (Médico / Sirviente / Sicario / Heraldo). Orquesta y Coro del Gran Teatre del Liceu. Josep Pons, dirección musical. Jaume Plensa, dirección de escena, vestuario y escenografía.

¡Maldita sea tu lengua que así me arrebata mi sobrenatural poder! ¡Qué necio es quien se fía en la promesa de los demonios que nos engañan con equívocas y falaces palabras! ¡No puedo pelear contigo!
Macbeth, William Shakespeare.

Hay que tener mucho cuidado con lo que se dice, sobre todo como antesala a lo que se hace. Lo he venido exponiendo, en una de sus variantes, ante la reciente Dolores del Teatro de la Zarzuela. Otra de ellas, la referente a las expectativas y la grandilocuencia, ha quedado definida en el Macbeth que sube ahora a escena el Gran Teatre del Liceu. Sé a lo que me refiero, créanme. Gran parte del trabajo del crítico se basa en ello: generar expectativas - y saber equilibrarlas -, vender la música, poner la palabra al servicio de ella... y si hace falta, incluso, digamos, verter sobre ella cierta inventiva. Los críticos - la mayoría - somos unos mentirosos tratando de ser benevolentes, aunque a fuerza de la costumbre se nos tache de lo contrario. De igual modo los teatros, gestores, agentes de prensa... aunque ellos persiguiendo una mayor venta y posicionamiento.

Cuando, en rueda de prensa, Jaume Plensa afirma que nunca se ha visto forma tal de hacer ópera como la suya y que la gente va a quedar boquiabierta, está mintiendo y, paradójicamente, diciendo la verdad al mismo tiempo. Las formas del artista catalán, también en el decir, siempre han tendido hacia la grandilocuencia. Desde el Liceu, con la dirección artística de Víctor García de Gomar, tiene todo el sentido haberle encargado una nueva producción. Del mismo modo que ahora podrá verse el espectáculo de Marina Abramovic y un Winterreise firmado por Antonio López. En el mismo camino que ha llevado al Teatre nombres como los de Kentridge, Shiota o el propio Plensa (con las polémicas puertas de La Rambla); a mostrar exposiciones en su Saló dels Miralls y abrir el 175 aniversario a pinacotecas y salas de exposiciones por toda la ciudad. La conexión de García de Gomar con el arte plástico contemporáneo es una realidad y un eje vertebrador en su dirección que hay que agradecer. Ahora bien, visto lo visto con el Macbeth de Plensa, caben muchas dudas. Dos de ellas, importantes, serían, por un lado, si este es el título más adecuado para los códigos del escultor (entiendo que coincido en mucho con la crítica de mi compañero Alejandro Martínez). La tragedia de Shakespeare y cómo la trabajó Verdi es puro, genuino teatro. Es pulso y es llama. Es una oscuridad total. Es el poder de la palabra en su significado, sí, pero también en su inflexión, en la curva de cada frase, literaria y musical. Plensa es estatismo, ampulosidad y estética. No parece el mejor de los binomios, cuando además se carece de ideas verdaderas, como sucede con el catalán.

Por otra parte, como reflexión abierta, deberíamos plantearnos qué artistas son capaces de seguir revolucionando o transgrediendo hoy por hoy. O descubriéndonos, simplemente. Sea cual sea su disciplina. Tantos hay que acaban siendo un producto de sí mismos... Warhol o Dalí, por ejemplo, de cuya importancia y relevancia artística no cabe duda. ¿Es Plensa el artista transformador que necesita el escenario de Macbeth? ¿Tiene su firma capacidad estética suficiente para aportarle un nuevo camino? ¿Esa nueva forma de ver la ópera de la que él mismo habla? Yo diría que no. Que más allá del arte, se nos ha vendido un producto. Un producto absolutamente vacío e insustancial. Como podría haber sucedido con Custo, Bofill, Labanda, Mariscal... por no salirme de Cataluña. De hecho, en 2023, el Liceu nos ofrece una taza customizada por Plensa al módico precio de 25€. Esclarecedor.

El Macbeth de Plensa es un producto, decía, vacío de teatro e ideas. Y vaya por delante todo el reconocimiento a los artistas de las tablas que, entiendo, han llevado a cabo el concepto del creador, con su idea de lo que significa lo "multidisciplinar". Con Leo Castaldi y Emilio López en la dirección de escena, Urs Schönebaum en la iluminación o Nadia Balada en el vestuario. Un aplauso, enorme, para todos ellos. La carencia de cualquier atisbo teatral, al mismo tiempo que el nulo concepto estético pensado para Macbeth, es irritante. La sensación es más la de asistir a una instalación artística que la de estar entrando al Liceu. La sábana gigante movida por un ventilador y con una interrogación pintada no es insultante por los, supuestamente, dos millones de euros que ha costado la producción, sino por el vacío absoluto que supone su presencia en cuanto a la narrativa teatral y la resolución de la escena. Del mismo modo que sucede en los movimientos de masas y su incapacidad dinámica, o en la soledad en la que parece abandonarse a los solistas en tantas ocasiones... y ante un escenario prácticamente vacío a lo largo de toda la obra. Los ojos gigantes en una pantalla, las ramas del bosque o el arranque del cuarto acto, con unas figuras como de mural de centro comercial, con frases surgiendo de sus cabezas, para representar el Patria oppressa... es tan pueril, vacuo e ingenuo que despierta la sonrisa... el público merece más. De hecho, hablando con las señoras de mi alrededor, me lo dejaban claro: "Nos escandaliza más esta sábana que cualquier efebo en la Tosca de Villalobos... pero claro, como es Plensa, aquí estamos". Y luego uno sigue leyendo titulares: “Es excitante tener a Shakespeare y Verdi diciéndote al oído: ‘Ojo, Plensa, no hagas esa gilipollez’”.

Macbeth 2 David Ruano Liceu© David Ruano.

En lo musical, desde el foso Josep Pons levantaba un muro de impacto sonoro, efectista, de nuevo alejado de la teatralidad. Buen sonido, cargado en metales y percusión, que desdibujaba a Verdi en buena parte de la partitura y complicaba la existencia a los cantantes ante los decibelios escogidos. Entiendo que aceptó este título por Plensa y ahora ha decidido abandonar el estreno de Alexina B., cerrando su etapa en el Teatre y a la espera del nuevo titular - se habla de conversaciones con Susanna Mälkki - con Parsifal, de Wagner. Esperemos que ahí pueda demostrar sus habilidades con mayor espacio y forma, poniendo un buen broche a toda este período liceístico. Correcto, asimismo, a pesar de todo el encorsetamiento, el Coro del Gran Teatre del Liceu, así como el cuerpo de baile, a cargo de Antonio Ruz, que tanto, demasiado incluso, llegaba a recordar a coordenadas bauschianas en una falsa consagración de la primavera.

Sobre las voces que se dieron cita, tampoco resultó la mejor de las veladas. El Macbeth de Zelijko Lucic guarda intenciones, acentos, frases, pero están a merced de un instrumento que, a buen seguro, no vive sus mejores noches, mientras que la Lady Macbeth de Ekaterina Semenchuk se muestra por sí misma en las coordenadas más tradicionales del personaje, alejada de ese concepto como "ser de luz" que pretende Plensa. Lady Macbeth. Ser de luz. Lady Macbeth. Ser de luz. Lady Macbeth... No. A mi edad he podido ver muchos acercamientos a la obra, al menos los suficientes y uno, ya me suelen leer ustedes, está siempre abierto a todo. No digo que tengamos que asistir a una reconversión como Trono de sangre de Kurosawa, pero es que esto supone la nada y la incohrencia más absolutas. Semenchuk, decía, resuelve las coloraturas como buenamente puede y encuentra mermado su registro agudo, pero ofrece con honestidad una franja central y grave sugestiva, de cierta densidad y acentos teatrales.

Lo mejor de esta propuesta se encuentra en las voces acompañantes, encabezadas por el MacDuff de Celso Albelo, buscando siempre el recoveco, la expresividad propia en el decir, en una línea belcantista de la que bebe su personaje, recibiendo aplausos sinceros tras su aria y a pesar de los pesares desde el foso de Pons. Comunicativo, resolutivo y sonoro el Banquo de Simón Orfila. Y excelentes tanto el Malcolm de Fabián Lara, como la Dama de compañía de Gemma Coma-Alabert, timbradísimos, ambos, en las diferentes escenas de conjunto, sobresaliendo Coma-Alabert en sus concertantes. Extraordinario, igualmente, David Lagares en sus múltiples cometidos como médico, sicario, heraldo y sirviente. ¡Ay, si todo hubiese estado a la altura de los comprimarios y secundarios... y no convirtiendo en protagonista a un convidado de piedra!

Macbeth 3 David Ruano Liceu© David Ruano.