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Así habló Strauss: no siempre Wagner

Barcelona. 25/02/23. L’Auditori. Obras de Richard Strauss. Heidi Melton, soprano. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Vasily Petrenko, dirección musical.

Con un programa íntegramente dedicado al maestro Richard Strauss, en la doble cita del 25 y 26, L’Auditori despidió el último fin de semana de febrero con un monográfico imperdible para los más melómanos. Tres obras –una de ellas, poco representada– del compositor alemán, y que esta temporada, casi 160 años después del nacimiento de Strauss, tendrá bastante presencia en la sala barcelonesa. Se interpretó el Divertimento op. 86 (1941), Vier letzte lieder (1948) y Also sprach Zarathustra op. 30 (1895–96). La diva invitada para poner voz al último gran capítulo de la lírica posromántica germánica, fue Heidi Melton, una de las valquirias favoritas por la crítica tras sus actuaciones en Europa y Nueva York. La curtida batuta de Vasily Petrenko, uno de los grandes nombres asociados a la Filarmónica de Liverpool, fue otro de los reclamos de la tarde, especialmente por el Zarathustra de Strauss –una de sus insignias–, que lo seguirá acompañando a varias capitales esta temporada.

Cerca de 1400 asistentes que acudieron el sábado dan fe del vínculo que une la Ciudad Condal a la figura de Richard Strauss. Más allá del marco histórico –sus legendarias visitas a Barcelona y especialmente, en calidad de director–, la música de Strauss suele asociarse subconscientemente al legado del wagnerismo, aun infiriéndose enormes diferencias estilísticas, temáticas e históricas. Y es que a pesar de ser un compositor “popular”, todavía hay obras suyas que no lo son, o al menos, resultan para la mayoría poco representadas.

El Divertimento del sábado se desplegó con gracia y refinamiento. La OBC recorrió la suite neobarroca, con acierto y buen manejo por parte de de Petrenko, que, en general, empastó bien las dinámicas de una plantilla inusual, donde celesta, arpa, trombón, y por supuesto, el clave –algo tímido–, ocuparon su respectivo espacio sin interferencias. Tras la pausa llegaron las célebres Cuatro últimas canciones –cierto editor obvió la existencia de Malven, último lied de Strauss– que el compositor escribió en la cima de una experimentada vida. El maestro dotó a los textos de Hesse y von Eichendorff de un intenso lirismo, dando música al amor floreciente y la aceptación del destino entre alegorías y metáforas, quién sabe si, en realidad, para redimir a la humanidad de la crudeza de aquella durísima década de 1940.

Petrenko OBC Strauss 2

Petrenko escogió un tempo óptimo, algo más ligero que las versiones históricas de Karajan o Szell. La del sábado, algo “wagneriana”, dejó, en general, buen sabor de boca gracias a un delicado timbre y la imponente voz de la soprano, aunque es más que evidente que cantar ópera no es lo mismo que cantar lieder. En Frühling (Primavera), sin embargo, el amplio vibrato de Melton en la ya de por sí “ondulante” partitura, no favoreció en mucho a una melodía tan melismática, tan flotante; y algunos agudos sin culminar, dejaron algo deshojada esta primera fantasía primaveral. En September la soprano lució una mejor versión, ya en los registros medios, bien acorde con la proyección de una OBC que rozaba la perfección, tanto en conjunto como en las apariciones individuales, especialmente en el solo de trompa en que Strauss se despide de su padre –que fue naturalmente intérprete de trompa–. En Beim Schlafengehen (A la hora de dormir) siguió en la misma línea, aunque Melton pudo lucirse algo más en los fraseos largos –algo entrecortados–, pero fue de nuevo arropada por una orquesta afelpada y que respiraba con la pieza. Im Abendrot (En el ocaso) fue el emotivo final en el que Petrenko, OBC y Melton, acudieron de la mano a despedirse del compositor, en el que la soprano quizá encontró su mejor versión y cautivó el aliento del público hasta ese enigmático y abierto final: “¿Será esta, entonces la muerte?”.

El broche lo puso el famoso Así habló Zaratustra con su icónico comienzo, que se desarrolló sin sorpresas a través de esa cambiante música que describe la evolución humana. El director ruso logró extraer todo el potencial de la orquesta, con un estilo académico, y no excesivamente pasional, sino medido, y atento, sin descuidar las texturas menos obvias –quizá afín a las conclusiones de la obra de Nietzsche– que se tradujo en buen sonido y gran ovación.

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Fotos: © May Zircus / L'Auditori