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Desencanto y gloria 

25/03/2023. Nueva York, Metropolitan Opera House. R. Wagner, Lohengrin. Piotr Beczała, Lohengrin; Tamara Wilson, Elsa von Brabant; Christine Goerke, Ortrud; Evgeny Nikitin, Friedrich von Telramund; Günther Groissböck, Heinrich der Vogler; Brian Mulligan, The King's Herald. François Girard, dirección de escena. The Metropolitan Opera Orchestra y The Metropolitan Opera Chorus. Yannick Nézet-Séguin, dirección musical.

Hace precisamente una década, el Metropolitan de Nueva York estrenaba una nueva producción de Parsifal. Continuando con su trabajo de modernización, y de la mano del director de escena François Girard, los aficionados pudimos contemplar una producción fascinante y memorable, diría que histórica. Fue una propuesta que se convirtió en un clásico instantáneo por representar acertadamente los temas explícitos del libreto mientras, a través de referentes de la alta cultura, desgranaba los componentes del subtexto con una mirada novedosa, reveladora e inteligente. Con estos antecedentes, el anuncio de que este mismo director iba a ser el responsable del regreso de Lohengrin, tras diecisiete años de ausencia en las tablas del Lincoln Center, a muchos nos llenó de esperanza. La decepción tras el estreno, sin embargo, ha sido mayúscula en cuanto a la puesta en escena. Y es que, como dicen en los mercados financieros de esta gran manzana, los resultados pasados no garantizan los futuros. 

La acción de esta producción se traslada a un lugar y tiempo indeterminados, dominado por una estética que se pasea entre la fantasía medieval y la ciencia ficción de serie B, un cruce entre el mundo Harry Potter y los planetas imaginados para las últimas fronteras del Star Trek original. Girard se apoya en efectos de cierta épica que incluyen perspectivas imposibles o transformaciones monumentales y que funcionan en algunos momentos pero que, en general, hunden la obra en un río de banalidad ingenua. El vestuario y la dirección de actores roza por momentos lo bochornoso. Como si de un juego de rol se tratara, cambia pertinazmente con los colores de los sayos para señalar las intenciones de los personajes: rojo para los malos, blanco para los buenos y verde para los neutrales -por si no nos quedaba claro. Pero lo más fastidioso de esta producción son sin duda las proyecciones que, tenaces e incansables, llenan el fondo del escenario de imágenes más propias de un salvapantallas de alta definición que de un gran teatro de ópera. Son artificios digitales diseñados para atrapar la atención -algo que desafortunadamente consiguen-, que interfieren continuamente con el desarrollo de la acción y, lo que es peor, con el despliegue de una música magistral con la que no acaban encontrar un buen entendimiento.

Pero, si la escena falla en esta producción, la música alcanza momentos de gloria con unos niveles de calidad y emoción inapelables. Es una de esas experiencias sobresalientes que, para envidia de otras ciudades, el Met nos ofrece con una frecuencia insolente. La estrella de la noche es, sin duda, el tenor polaco Piotr Beczała, que ha hecho de este personaje unos de sus papeles de referencia, y por muy buenas razones. Encarna al héroe misterioso con naturalidad, su emisión es potente, el color cálido y brillante, y su fraseo refinado y encantador. La lección vocal viene además acompañada de perspicacia dramática. Interpretó “In fernem Land” con una inaudita combinación de heroicidad y dolor por la pérdida de Elsa. Como única parte negativa, hay también que nombrar su conocida aversión por pianos y pianísimos, por los que deambula deprisa y de puntillas. Es en todo caso un Lohengrin de ensueño, por planta, actuación y vocalidad.

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La Ortrud de Christine Goerke posee un carisma que captura la mirada en cada aparición, sabe explorar el carácter resentido y vengador de su personaje a través de un caudal potente pero matizado y de un uso del vibrato con el que consigue aterrorizar. Tamara Wilson es una Elsa solvente, sobre todo en las escenas trágicas del tercer acto, pero se queda algo corta a la hora de expresar el carácter inocente del personaje en el primero. El Telramund de Evgeny Nikitin, esforzado y con intención, insuficiente como antagonista de un Beczała cegador, supuso en único borrón de este cartel por lo demás muy notable. Por último, contamos con el confiable Günther Groissböck, que hace estos días doblete con su papel del Barón Osch en el Rosenkavalier. Su Rey Heinrich tiene la autoridad necesaria, aunque a veces la emisión se pierda en zona alta.

El legendario coro del Met hace honor a su reputación y muestra un nivel de coordinación y ejecución impecable. Pero si su actuación es memorable, es por el dominio conjunto de las dinámicas y por la capacidad de sus 130 integrantes para transmitir emociones complejas como si de una sola voz se tratara, algo que solo las mejores formaciones pueden conseguir, y muy de vez en cuando. 

El director titular Yannick Nézet-Séguin, sacó lo mejor de la orquesta del Met, con una visión algo inusual: sacrificó la habitual tensión en las cuerdas para apostar por un fraseo más lírico y radiante. Fue extraordinario el trabajo de una sección de viento que pareció actuar como un personaje más, narrándonos la esencia de la historia de un modo más elocuente que la comentada propuesta escénica, e incluso que los subtítulos. Como curiosidad, hay que destacar que se cambió tres veces de modelo de traje durante la representación, demostrando a través de los colores de su indumentaria y de su energético lenguaje corporal que ser un gran maestro y triunfar acentuando el carácter épico-sagrado de una obra mítica, no está reñido con un poco de diversión extravagante.

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Fotos: © Marty Sohl / Met Opera