Manon liceu pati edris

Neones de extrarradio

Barcelona. 21/04/23. Gran Teatre del Liceu. Massenet: Manon. Amina Edris (Manon). Pene Pati (Des Grieux). Jarret Ott (Lescaut). Jean-Vincent Blot (Conde des Grieux). Albert Casals (Guillot de Morfontaine). Tomeu Bibiloni (Brétigny). Inés Ballesteros (Pousette). Anaïs Masllorens (Rosette). Anna Tobella (Javotte). Pau Armengol (Hostalero). Coro y Orquesta del Gran Teatre del Liceu. Marc Minkoswi, dirección musical. Olivier Py, dirección de escena.

No resulta el mejor inicio de cualquier representación de ópera la comparecencia del director artístico de un teatro para anunciar cualquier cosa. La aparición de Víctor García de Gomar sirvió para explicar al respetable que la soprano protagonista, Amina Edris, debutante en el Liceu, salía de un resfriado y pedía la comprensión del público por no estar al 100%.

Así las cosas con el anuncio de que la soprano de origen egipcio-neozelandés se encontraba medio indispuesta, el interés de la función recayó en el tenor, esposo de Edris en la vida real, el samoano Pene PatiDespués de un exitoso y cercano recital en la sala principal del Liceu, donde el samoano cantó junto a Sara Blanch, sustituyendo a otro indispuesto Anduaga, las ganas de escuchar a este nuevo y auspiciaste astro de la lírica, se vieron compensadas.

Des Grieux es un rol para lucimiento de una voz de la calidad del tenor. Su instrumento se presenta con una frescura tímbrica arrolladora, el color es cálido, el fraseo notable, la articulación mejorará con cada función teniendo en cuenta que debuta rol, y tiene un envidiable y amplio registro de tenor, con agudos expansivos, una zona media generosa y unos graves bien asentados. Es cierto que si en En fermant les yeux, estuvo lírico y meloso, con unas medias voces y pianissimi preciosistas y nacarados, la evolución de más lírico a más dramático hizo ver las costuras de una caracterización a la que le falta una madurez vocal todavía en construcción. Su Ah Fuyez! fue admirable, pero se notó falta de robustez en los agudos, por cansancio y por dureza de la emisión. Así pasó, también, con el incendiario dúo de Sant Sulpice, donde su fraseo acaramelado y terso compensó un tono dramático al que vocalmente le falta mayor densidad y soltura.

Con todo, Pene Pati fue lo mejor de la ópera, porque su instrumento es de primera calidad, su lozanía vocal enamora, y además tiene una presencia y bonhomia que transmiten y que el público agradece y conecta enseguida con él. Su aura recuerda en más de una ocasión al recordado Pavarotti, por su sonrisa escénica y sus generosos medios. A la espera de que su carrera vaya a más y poderla apreciar de nuevo en vivo, un bravo al tenor de Samoa.

Amina Edris demostró valentía y entrega, con un primer acto delicado y elegante Je suis encore tout étourdieEn su Adieu, notre petite table, el canto fue generoso de armónicos y con un fraseo gustoso que llamó la atención. El francés también tiene margen de mejora, a pesar de haber cantado ya el rol, y su química, además de su empaste vocal con Pene Pati, fue atractiva y teatral. A partir de la escena de Cours-la-Reine, la voz se comenzó a resentir y fue cuando se notó los efectos de una instrumento en recuperación. Agudos metálicos y sonidos fijos deslucieron su gran aria, aun sin perder nunca la dignidad vocal. En el duo de Sant Sulpice, supo fundirse con el fraseo de su esposo y acabó la ópera con una muerte de gran fragilidad canora que demostró estar ante una cantante a tener en cuenta para futuros roles y seguimiento de su carrera.

Del resto de nuevas voces en este reparto alternativo, destacó el Lescaut del  barítono debutante en el Liceu, Jarret Ott. El estadounidense mostró una voz baritonal bien emitida, de fuste lírico y color atractivo para quien el rol de Lescaut no tuvo ningún secreto. Un fraseo más amplio y una dicción más clara hubiera ayudado a que Ott llamara más la atención, pero hay que reconocer que el rol es bastante poco agradecido y fue un debut prometedor a la espera de verlo en otro roles de mayor enjundia. No obstante, debo señalar que existen voces españolas baritonales de la misma calidad que hubieran podido interpretar de manera excelente este rol como lo hizo en las últimas funciones de Manon en el Liceu, años atrás, el recordado Manuel Lanza.

Bastante errático, de emisión irregular, agudos tirantes y graves ajustados, el Conde des Grieux de un más bien anodino Jean-Vincent Blot. El parisino debutante también en el Liceu, no destacó en su aria y teatralmente le faltó la autoridad paternal que el rol demanda, quedándose en un discreto segundo plano. Carismático, resuelto escénicamente y con una voz desenvuelta de manera impecable el Guillot de Morfontaine del tenor barcelonés Albert Casals. Un gran trabajo de secundario que llamó la atención y recordó que puede recoger el testigo de lujo de grandes cantantes liceístas como el ya retirado y siempre recordado Francisco Vas.

Impecable el Brétigny del barítono de Palma de Mallorca, Tomeu Bibiloni, quién hizo un gran tándem con el Guillot de Casals. De prometedor interés la presencia vocal y escénica del barítono de Sabadell, Pau Armengol, en su breve intervención como Hotelero. Las tres gracias de la ópera, las siempre solícitas y chismosas Pousette (Inés Ballesteros), Javotte (Anna Tobella) y Rosette (Anaïs Masllorens), cumplieron su cometido con garbo teatral y solvencia vocal.

La batuta de Marc Minkowski demostró inquietud rítmica, siempre en busca de la teatralidad, pero forzando de manera exagerada muchas veces, escena de Cours-la-Reine, o finales de acto, con unos volúmenes sonoros exagerados que afectaron la presencia vocal del elenco. El foso, subido unos centímetros más de lo habitual, como suele ser costumbre en el repertorio Barroco, aquí no pareció la mejor elección. La lectura global de la ópera por Minkowski siempre fue viva, atento a los contrastes de dinámicas y con unos tempi de tendencia a la aceleración, más idóneos para un estilo Offenbachiano, del que el maestro galo es un especialista, que no del romanticismo decadente massenetiano que pide una elegancia en el fraseo aquí muchas veces huérfano y esquivo.

Por su parte, a producción de Olivier Py se quedó en kitsch y con tendencia a una estética más poligonera y de banlieu a lo USA, que no la de un París búrlesque como insinuó el llamativo vestuario y una escenografía modular plagada de neones. Más que buscar el lado crítico de una sociedad hipócrita con la figura y cosificación de la mujer, pareció un retrato escapista y frívolo de una mujer que cree encontrar la libertad en los placeres veniales en vez de apostar por el amor sincero de un aristócrata de segunda.