TurcoItalia 01 Lisette 1© Javier del Real.

No hay locura mayor

Madrid. 06/06/23. Teatro Real. Rossini: Il turco in Italia. Lisette Oropesa (Fiorilla). Alex Esposito (Selim). Misha Kiria (Don Geronio). Edgardo Rocha (Don Narciso). Florian Sempey (Poeta). Paola Gardina (Zaida). Pablo García-López (Albazar). Coro Intermezzo. Orquesta Sinfónica de Madrid. Giacomo Sagripanti, dirección musical. Laurent Pelly, dirección de escena.

"Tú, para mí, eres la estrella.
Un corazón a todo color.
Nuestra vida como una dulce mentira.
Cuentos tiernos, inventos que inventas tú.
Vuela,
con tu fotonovela"
.
- Iván.

Rossini sabía lo que se hacía. Siempre. Al aceptar el libreto escrito por Felice Romani - un joven que también comenzaba su carrera - para su nueva ópera en La Scala de Milán, a la postre Il turco in Italia, intentaba asegurarse un éxito con una historia que ya se presentó con acierto en Viena, firmada por Caterino Mazzolà y con música de Seydelmann. De hecho, esta trama también sirvió para sendas óperas de Bianchi y Süssmayr, con distintos títulos. Sin embargo, el reconocimiento no fue el esperado. No al menos como el que recibió su inmediatamente anterior L'italiana in Algeri, ese otro lado de la moneda a todas luces más vistoso, efervescente y novedoso que había estrenado tan solo un año y medio antes... Los milaneses se lo tomaron poco menos que como una ofensa. Demasiado pronto y demasiado repetitivo, aunque, en realidad, Turco e Italiana no tengan tanto en común.

De aquel "dramma giocoso" a este "dramma buffo", la fórmula de la comicidad con un toque de patetismo - y paternalismo, por qué no decirlo - para con sus protagonistas femeninas, que Rossini llevaría a su máxima expresión con La Cenerentola. No obstante, la magia rossiniana bulle por todos los rincones de Turco, con expresividad cómica palpitante en su música, teniendo en cuenta, además, que el compositor apenas llevaba cuatro años escribiendo oficialmente, con un puñado de títulos a sus espaldas. Cayó pronto en una suerte de olvido, con modificaciones y alteraciones varias hasta que este llegó. Por el camino, el propio Rossini añadió una nueva cavatina para Fiorilla, un aria para Don Narciso y fragmentos de otras partituras como las mencionadas Cenerentola e Italiana. También entraron por medio firmas apócrifas, como las de Valentino Fioravanti o, tal y como se da por hecho, la de su asistente Vincenzo Lavigna - y más tarde profesor de Verdi -, a quien correspondería el final del segundo acto y momentos solistas para Don Geronio y Albazar, que aquí en el Real se han sacrificado en pro de una versión más fidedigna, en edición de Margaret Bent para Ricordi y el Festival Rossini de Pésaro. 

Con todo, la historia está plagada de clichés sobre el amor y las mujeres en una concepción muy de principios del siglo XIX, que hoy por hoy chirría (supongo) por todos lados. Hasta la moraleja final: "El error es menos leve si surge del amor" hay que cogerla con pinzas. No todo vale ni es menos grave en nombre del amor. Además, la trama se diluye un tanto desde el original, resultando uno de los mayores ingenios de Romani la introducción del Poeta, remarcando ese desdoblamiento entre la ficción y la realidad. Donde resultaría, pues, simplón tirar del recurso fácil de convertir a este poeta en el propio Rossini, en una visión, digamos, alla Herheim, Laurent Pelly ofrece un giro de tuerca, trasladando esa visión a través de la fantasía a la propia protagonista, Fiorilla. Ella es una mujer que vive obsesionada con las fotonovelas (más como fórmula de escape que como una Annie Wilkes en Misery) y que se deja querer y le divierte amar. Desde ahí, la lectura del francés es siempre acertada, siempre divertida sin ir más allá u ofrecer cualquier crítica o reflexión mayor. Mucho se podría hacer sobre ello en Turco, pero habría que renunciar a la parte más cómica y, entonces, puedo suponer que el regidor preferiría haber renunciado a dirigir este título. Es comedia la que se ofrece. No la que levanta una carcajada como en Italiana (una de las veces que más me he reído en un teatro fue con ella en el Real, dirigida por Comediants), sino la que despierta una sonrisa. La acción fluye y transcurre siempre con facilidad, lo que es muy de agradecer ante el libreto dado, los gags son divertidos y la coreografía y expresividad corporal alcanzan momentos desternillantes. Quizá otros recuerden a situaciones ya vividas con Pelly, especialmente con su Falstaff en este mismo coliseo, no hace tanto.

TurcoItalia 02 Lisette 1© Javier del Real.

Selim fue el bajo-barítono italiano Alex Esposito, quien demostró una entregada vis cómica en todo momento - D'un bell'uso di Turchia... - , así como un robusto instrumento, con el que buscó domeñar la intrincada particella que le ofrece Rossini. Destacó, especialmente, con ese aria de tradición que es Bella Italia, alfin ti miro... en la estela de otras páginas italianas más conocidas, como encontramos en Don Sebastiano o I vespri siciliani. A su lado, la apoteósica - no sabría definirla de otra manera - Fiorilla de Lisette Oropesa, quien hizo y deshizo en lo vocal. No brilló tanto en la página de salida Non si dà follia maggiore, quiza a merced de la edición crítica por encima de tradiciones interpretativas... pero, su voz se desplegó en frescura, luminosidad y con ese carácter efervescente del personaje en el dúo con su marido Per piacere alla signora, así como en el terceto - que deriva en dúo - del segundo acto, Scusate... Trovarvi sola... Credete allefemmine. Y, por su puesto, en su aria final, donde volvió a poner en juego variaciones medidas, sutiles, agudo descollante, no tanto el de cierre, con un timbre centelleante, de bello vibrato y derrochando comedia, salpicada del justo patetismo para intentar entender el por qué de su arrepentimiento.

El apuntado marido, Don Geronio, recayó en Misha Kiria, quien estuvo muy, muy acertado en su manera de decir y frasear; algo imprescindible en un rol buffo como este. Mucho más detallado que la última vez que pude escucharle, con un Viaggio de Rossini, se mostró expresivo, cercano, de gran comunicatividad en todo momento. Y como todo un virtuoso del canto sillabato, como demostró en Se ho da dirla. Apabullante. Por su parte, Florian Sempey cumplió con creces la parte del Poeta, de franja aguda muy bien resuelta y acertadas maneras en el decir, como ya ha venido demostrando también Donizetti o Mozart. Elegante el Narciso de Edgardo Rocha y estupendos tanto la Zaida de Paola Gardina como el Albazar de Pablo García-López, en lo vocal y en lo dramático.

Desde el foso, la dirección de Giacomo Sagripanti resultó un tanto anodina. En la búsqueda de la elegancia, lo refinado, incluso lo vaporoso y aun dibujando un juego de frases por momentos imaginativo, como demostró en la sinfonía, se pierde la chispa, el contraste, el acento... y la construcción de los crescendi y números de conjunto. No fue una mala lectura, en absoluto... en algún momento habrá que poner sobre la mesa cómo las lecturas rossinianas de Abbado, por ejemplo, no aportaban ningún borboteo rossiniano y, sin embargo, no dejan de ser magníficas. Pero faltó color, algo de punch en el podio de la Sinfónica de Madrid, que atril por atril tampoco tuvo, en ocasiones, su mejor noche. A destacar, una velada más, al Coro Intermezzo, que regaló muy buenos momentos en sus contadas intervenciones.