Barbara Frittoli 

Splendida, portentosa, musa, diva, sirena

Nápoles. 19/10/2016. Teatro San Carlo. Cileà: Adriana Lecouvreur. Barbara Frittoli (Adriana), Gustavo Porta (Maurizio), Luciana D’Intino (Principessa di Bouillon), Alessandro Corbelli (Michonnet), Carlo Striuli (Il Principe di Bouillon). Dir. escena: Lorenzo Mariani. Dir. musical: Daniel Oren.

Hay óperas de repertorio, obras maestras de la ópera, que hasta que no se disfrutan más de una vez en vivo, por mucho que se escuchen en CD o se vean en DVD, no llegan al grado de experiencia profunda que solo se consigue con las funciones en directo. Que una ópera está escrita y compuesta para verla en vivo, puede parecer una perogrullada, pero no es menos cierto que hay títulos más difíciles que ver que otros, y que en teatros de la importancia histórica y la tradición artística de Nápoles, cobran más que nunca un sentido y una profundidad únicas.

El Teatro San Carlo de Nápoles goza de ser el teatro de ópera más antiguo del mundo, pues desde su fundación en 1737 ha representado óperas en su escenario de  manera ininterrumpida. Nápoles, ciudad fascinante que ha sabido recoger un crisol de culturas -la francesa, la austríaca o la española-, todas ellas presentes en la dilatada historia de la ciudad del Vesubio, es además la urbs del nacimiento de la ópera bufa. Capital de la escuela napolitana que desde tiempos de Alessandro Scarlatti o Nicola Porpora, rivalizó con Venecia y su escuela de ópera seria para más tarde pasar el relevo a la actual capital de la ópera italiana, Milán con su Teatro alla Scala como glorioso estandarte. 

Volviendo a Nápoles: Francesco Cilea estudió de joven aquí, donde estrenó la primera de sus cinco óperas y donde también terminó de director del Conservatorio de San Pietro a Majella, centro donde empezó sus estudios. Aquí también estudiaron compañeros como Leoncavallo o Giordano y en su importante historia tuvo directores de la talla de Paisiello, Donizetti o Mercadante… todo un caldo de cultivo que se palpa en el teatro de la capital de la región de la Campania.

Adriana Lecouvreur (1902) es il capolovoro de Cileà, un compositor que supo verter en esta ópera llena de melodismo sugestivo, orquestación compleja y riquísima, una suma de ingredientes que hicieron de esta ópera verista un paradigma de la fusión. Su partitura rebosa de la influencia de la ópera romántica francesa, sobretodo presente por la alambicada orquestación, más la herencia postwagneriana y el uso del leitmotiv, clarísimo en el caso de su protagonista Adriana. Pero además en la extravagante historia de su protagonista, una actriz de teatro consagrada, con la imposible fusión de un destino trágico a lo Violetta Valéry más características de una Tosca más sofisticada y compleja, dan como resultado una ópera interesantísima y paradigmática de la tradición musical italiana, siendo una gema reluciente que aúna lo mejor de una escuela lírica que deslumbra y seduce.

La solera del San Carlo no desmerece su historia, en el completísimo y grueso programa de mano se pueden comprobar las protagonistas de las funciones de Adriana en los años precedentes y la lista deja sin hipo al menos mitómano. Escogiendo solo desde la segunda mitad del siglo XX, en este teatro han cantado Adriana: Maria Caniglia (1950), Renata Tebaldi (1952/58), Magda Olivero (1959/60), Leyla Gencer (1966), Raina Kavaivanska (1973/92), Montserrat Caballé (1978), Maria Chiara (1982) y la malograda Daniela Dessí (2003), hasta llegar a las funciones de la temporada actual, protagonizadas por Barbara Frittoli.

Con estos precedentes la soprano italiana, cuyo enfoque de la Adriana se pudo ver en el Liceu en mayo del 2012, donde debutó el rol, presentó en el San Carlo un personaje más maduro y redondo. No han sido los últimos años los mejores artísticamente hablando de la Frittoli, todavía se le recuerda en el Liceu su errática Amelia Boccanegra de la primavera de este 2016, pero hay que reconocerle a la soprano que su enfoque de la Adriana convence y seduce. Su instrumento todavía conserva la hermosura de un timbre de gran nobleza y esmalte, el registro medio es pulposo y el grave homogéneo y si bien tiene puntuales zonas mates en el agudo, su control técnico, fraseo cincelado y madurez interpretativa en el escenario, con un fiato de gran clase y una entrega dramática sincera redondean una protagonista de altura. No fue su famosísima aria di sortita, Io son l’umile ancella, lo mejor de su encarnación en el escenario, pero se creció en el temperamental dúo del segundo acto con la Principessa. Tampoco fue su célebre monólogo del tercer acto todo lo impactante que otras Adrianas ilustres regalaban aquí, pero su Poveri fiori fue de muchos quilates, doliente y emotivo, para recrearse en un último dúo de amor, sensible y crepuscular, acorde con la música, en una muerte de gran profundidad vocal y dramática.

No es Gustavo Porta un dechado de virtudes canoras si hablamos de la elegancia natural de su compañera protagónica. La voz es recia y siempre presente, pero tiende a los sonidos abiertos y a un canto poco expresivo. Su dolcissima effigie, fue más dura que dulce y su L’anima ho stanca, más monocroma que expresiva, pero supo ganar en profundidad, sobre todo en los dúos con Frittoli, demostrando una complicidad vocal evidente y un aumento del dramatismo sin caer en lo banal. La Principessa de la veterana Luciana D’Intino todavía conserva el impacto de un timbre potente y bien proyectado, a pesar de los evidentes cambios de color del registro, supo aprovechar esta particularidad y transformarla en efecto dramático y expresivo, consiguiendo que los golpes de glotis sonaran a la mujer despechada que sufre por un amor que ya no es el suyo. Su dúo del segundo acto, cual regina donizettiana, fue de lo mejor de la función, supo desenvolver su carisma y consiguió dibujar el personaje con señorial poderío vocal y rematarlo con solvencia técnica.

Favorito del público fue el Michonnet del experto barítono Alessandro Corbelli, gran especialista del repertorio bufo, suco sacar partido de sus dotes escénicas y de galones para enternecer con su personaje, defendiendo una voz que denota el paso de los años, pero sacando oro de sus pasajes con excelentes resultados interpretativos. Corbelli demostró como cantar un Michonnet sin tener los medios de compañeros barítonos más impactantes y dramáticos. Carlo Striuli fue un Principe más bien monocorde, de instrumento sonoro y algo duro pero cumplidor y sin fisuras. El resto del elenco redondeó la función con grata profesionalidad.

Mención especial al trabajo desde el foso del maestro israelí Daniel Oren, quien no tenía ante si una partitura fácil, a pesar de no ser la primera vez que la dirigía. El maestro de la kipá, que en su dilatada carrera se le puede identificar más con títulos de gran repertorio como Aida, Tosca, Butterly o Il Trovatore, demostró mucha sensibilidad con la sofisticada partitura que creó Cileà. Supo extraer un gran resultado de la orquesta y coro del Teatro di San Carlo, chispeante desde los primeros acordes, muy teatral en ese campo siempre complicado del metateatro en escena y prolijo en el desarrollo de los actos. Oren se mostró arrebatador en los dúos, con el punto justo de drama en la famosa escena del monólogo de Adriana: Giusto Cielo! che feci in tal giorno? en el tercer acto, imaginativo en el ballet de Pâris, delicado y preciosista en el intermezzo y sugerente y atento a los matices en el inicio del cuarto. Su batuta lució el gran trabajo de orquestación de Cileà y se llevó la ovación de la noche. 

Por último una puesta en escena muy convencional, firmada por Lorenzo Mariani, que busca la artificiosidad que da el juego teatral de los trajes y las pelucas. Una escenografía mínima, que juega con las luces y los movimientos de los cantantes y un ballet un poco de postal parisina, no hicieron justicia a una partitura sublime, quizás porque adolece de un libreto muy por debajo de la calidad y la inspiración de un compositor en estado de gracia.

Las funciones se dieron en ocasión del 150 aniversario del nacimiento de Francesco Cileà (1866-1950) y en recuerdo de la soprano Daniela Dessì (1957-2016) última intérprete en cantar Adriana Lecouvreur en el San Carlo en 2003.