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Tabula rasa

Bayreuth 26/-/31/07-23. Festspielhaus del Festival de Bayreuth. R. Wagner: Der Ring des Nibelungen.

Das Rheingold: T. Konieczny (Wotan), C. Mayer (Fricka), O. Sigurdarson (Alberich), D. Kirch (Loge), E. Teige (Freia), O. Von der Damerau (Erda), J-E-Aasbö (Fasolt), T. Kehrer (Fafner), R. Nolte (Donner), A. Glaser (Froh), A. Bezuyen (Mime), E. Novak (Woglinde), S. Houtzeel (Wellgunde) y S. Schröder (Flosshilde). 

Die Walküre: K. F. Vogt (Siegmund), G. Zeppenfeld (Hunding), Wotan (T. Konieczny), E. Teige (Sieglinde), C. Foster (Brünnhilde), C. Mayer (Fricka / Schwertleite), K. God (Gerhilde), B-T. Müllertz (Ortlinde), C. Barnett-Jones (Waltraute), D. Köhler (Helmwige), S. Houtzeel (Siegrune), M.H. Reinhold (Grimgerde), S. Schöder (Rossweisse).

Siegfried: A. Schager (Siegfried), A. Bezuyen (Mime), T. Konieczny (Der Wanderer), O. Sigurdason (Alberich), T. Kehrer (Fafner), O. Von der Damerau (Erda), D. Köhler (Bünnhilde), A. Steiner (Waldvogel).

Götterdämmerung: A. Schager (Siegfried), M. Kupfer-Radecky (Gunther), O. Sigurdarson (Alberich), M. Kares (Hagen), C. Foster (Brünnhilde), C. Mayer (Waltraute), O. Von der Damerau (1ª Norna), C. Barnett-Jones (2ª Norna), K. God (3ª Norna), E. Novak (Woglinde), S. Houtzeel (Wellgunde) y S. Schröder (Flosshilde).

Coro y O. del Bayreuther Festspiele. Escenografía: A. Cozzi. Vestuario: A. Besuch. Iluminación: R. Traub. Vídeo: L.A. Krawen.Valentin Schwarz, dir. de escena. Dir. musical: Pietari Inkinen, dir. musical.

En medio de la decepción de la nueva producción de Parsifal con la que se ha inaugurado el Festival de Bayreuth 2023, con el gratísimo éxito de Pablo Heras-Casado, que mitigó desde el foso la debacle de la producción con las dichosas gafas de realidad aumentada, llegó de nuevo el Ring del nihilismo firmado por Valentin Schwarz.

Hay que reivindicar primero de todo la batuta, ¡por fin!, del director finés Pietari Inkinen, quien debió debutar hace ya dos años y no pudo en 2021, por razones de restricciones por Covid, donde sólo se interpretó una Die Walküre en versión semi-escenificada, ni en 2022, porque se contagió de Covid a los pocos días del estreno del Ring, y lo sustituyó un decepcionante Cornelius Meister. Una serie de catastróficas desdichas que hicieron que los ojos de medio público recayeran en su labor, y si se es justo con el resultado, aunque con irregularidades, ha sido mucho más interesante y provechoso que la lectura del verano pasado firmada por el sustituto Meister.

Puede parecer una perogrullada, pero lo que más llamó la atención fue la afinidad estética de la batuta de Inkinen con la crudeza y desesperanzada puesta en escena de Valentin Schwarz. Es lógico, ambos artistas han construido este nuevo Ring, y hasta ahora no habían podido llevar a cabo el resultado de manera conjunta. Inkinen profundiza en una lectura de la inmensa partitura desde la tristeza, desde el desasosiego y desde la decadencia. Completamente en la linea nihilista y desmitificadora de la lectura de Schwarz, donde no hay mito, ni dioses a los que admirar o envidiar.

La negritud de la avaricia humana, el castigo generacional que se necesita para resurgir con un nuevo futuro, sin lastres del pasado, en suma, una tabula rasa necesaria musicalmente para exorcizar también unas lecturas, canónicas, tradicionales e incluso predecibles. Todo eso parece querer decirnos Inkinen, pues los grandes momentos de la partitura, esos highlights luminosos y grandilocuentes, final del Das Rheingold, dúo de Siegmund y Sieglinde, duo de Siegfried y Brünnhilde o los majestuosos finales de Die Walküre y del Götterdämmerung, suenan aquí oscuros, sin épica, casi descorazonadores.

Inkinen se recrea en la decadencia y ambición del Wotan del Das Rheingold, donde una Erda crepuscular ya avisa de que su futuro acabó. Las cuerdas, los colores oscuros y una distensión teatral que profundiza en las armonías y disonancias decadentes, se ven incrementadas por la mirada casi antropológica de Inkinen.

Que tristeza tan profunda y hermosa en el dúo de Wotan y Fricka y el posterior de Wotan con Brünnhilde, en el segundo acto de Die Walküre. Que taciturno y gris sonó el Siegmund, conocedor desde el inicio de ser un último eslabón de una generación nacida para perecer. Recordemos que en esta producción Siegfried no es hijo de Siegmund sino de Wotan quien ha violado a su propia hija Sieglinde, en un arrebato de decrepitud moral propio del final de una saga que se recrea en la abyección.

En suma, una mirada taciturna, extraña y desprovista de ilusión que convierte el podio de Inkinen en un interesante punto de vista musical que da la vuelta a las lecturas canónicas de la partitura. Pietari excava, con bastante acierto, en el lado oscuro de una historia generacional donde la única luz al final del túnel es una futura generación que está por llegar pero nada tiene que ver con la que vemos en escena. En este punto, la orquesta respondió plena, majestuosa en su decadencia, impoluta en sus secciones, magnífica en dar colores a una paleta más grisácea que multicolor pero no por ello menos intensa ni rotunda.

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La producción de Valentin Schwarz, sigue en su camino hacia la necesidad de comenzar de nuevo sin mirar al pasado. Los pecados de las generaciones que se necesitan remediar con uno o dos nacimientos, Siegmund, Siegfried o Hagen, para volver a empezar. Recordemos que aquí no hay oro, el oro es la infancia, el futuro de nuestra sociedad que se proyecta en las nuevas generaciones. ¿Pero cúantas son necesarias para exorcizar nuestros pecados y comenzar de nuevo?

Las diferentes lecturas de cada ópera, el prologo del Das Rheingold y su inicio de saga abocada a su propia destrucción. La belicosa Die Walküre, donde suena un ”das Ende” que parece parar el mundo y que marca ya una realidad sin esperanza y un eco apocalíptico que solo se liberará con el último leitmotiv del Götterdämmerung

El famoso work in progress de las producciones de Bayreuth continúa. Freia queda clarísimo que se suicida por no superar el trauma de ser usada como moneda de cambio. El toque irónico-humorístico de la escena de las valquírias salidas de la clínica de estética se rebela como la imagen icónica de la producción, por su ocurrencia hilarante y por vigencia con una sociedad que prefiere un selfie al espejo o un filtro a una arruga. 

En suma, algunos cambios que inciden en la necesidad de zanjar con un pasado salvaje y caduco. La imagen de Wotan suicidado, ahorcado en el fondo de la escena con los últimos compases del Götterdämmerung, lo sentencian todo con un desasosiego inquietante.

Una régie que por encima de sus posibles contradicciones, o necesidad de dar importancia a personajes como Grane, aquí un fiel servidor de Brünnhilde, que nunca acaba de cuajar con la saga, ese final a lo Salomé con la cabeza en manos de Brünnhilde no convence… Una producción que pese a su inclemencia estética, por fría, feísta y distante, no hace más que remarcar que el futuro existe, pero solo después de destruir una realidad que ya no da más de sí.

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El elenco de las cuatro óperas es bastante correcto, pese a no destacar casi ningún cantante de una media entre correcta e ilusionante.

El Wotan/Wanderer del bajo-barítono polaco Tomasz Konieczny se rebela incisivo, con un timbre avaro de belleza y más bien áspero, que casa muy bien con un ser decadente y conocedor de su propio fin. En el final de Die Walküre sonó pleno y severo y en su hermosa última aparición del Siegfried con Erda y Siegfried, oscuro y terrenal. Quizás el instrumento no tiene ni el atractivo ni la profundidad de otros Wotans referenciales pasados, pero ha sabido construir un personaje complejo, contradictorio y acorde a una régie donde solo su fin puede suponer el inicio de una nueva era.

La Brünnhilde de Catherine Foster se mostró con una potencia vocal de incólume dureza. Más fría que humana, más esquiva que catártica, el instrumento sonó siempre presente, potente y bien colocado. Tanto en su dúo con Siegfred al final de la segunda jornada, como en su famosa inmolación final, donde sólo se echó a faltar mayor expresión y colores.

El Siegfried de Andreas Schager fue estilísticamente impecable. La seguridad, frescura y aparente facilidad con la que solventa el rol es digo de alabar. Cierto es que como actor fue demasiado naïf, lineal y poco expresivo, pero las notas las dio todas con un dominio de la tesitura solo al alcance de alguien dominador de su instrumento y en un momento vocal óptimo. Cantar Siegfried, Parsifal y Götterdämmerung en tres días consecutivos pasa al expediente de logros míticos de los grandes wagnerianos del Festspielhaus.

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La Siegliende de Elisabeth Teige fue merecedora de ovaciones, el timbre es llamativo, la potencia adecuada, pese a un color sesgado por un continuo vibrato no apto para todos los gustos.

Klaus Florian Vogt, inteligente y resabiado, supo aprovechar la visión gris de su personaje, con una voz que se refugió en las medias voces, con algún agudo destemplado, pero con una dicción y fraseo irreprochables que bordó con una suficiencia pasmosa.

Del gran número de cantantes restantes, brillaron los nombres de Okka von der Damerau, Erda sonora y generosa, la rotunda nobleza del Hagen de Georg Zeppenfeld, el teatral y robaescenas Alberich de Olafur Sigurdason, y por encima del resto, el debut en el Festspielhaus y favorito del público por las ovaciones recibidas, el Hagen del joven bajo finés Mika Karens (n. 1978). Kares ofreció una interpretación plena, de medios oscuros, generosos y un timbre de atractivas resonancias rocosas que casó muy bien con la negrura del personaje. 

Menciones a la Fricka y Waltraute de la mezzo Christa Mayer, veterana y profesional, y al Mime del también experimentado y siempre excelente intérprete, el tenor Arnold Bezuyen. También llamó la atención el Fafner de Tobias Kehrer y la acerada contundencia, pese a lo calado de sus notas más agudas, de la Brünnhilde de Daniela Köhler en Die Wälkure.

Un Ring que tiene en su producción y en su podio un tándem más que estimulante y que desgraciadamente no se repetirá el año que viene, pues el Festival ya a anunciado que la batuta de la Tetralogía del 2024 la llevará el suizo Philippe Jordan.