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Demasiada rutina

San Sebastián. 03-04/08/2023. Quincena Musical. Kursaal. Obras de Shostakovich, Chaikovski y Beethoven. Orquesta Filarmónica de Rotterdam. Orfeón Donostiarra. Pablo Ferrández, violonchelo. Chen Reiss, soprano. Carmen Artaza, mezzosoprano. Matthew Newlin, tenor. José Antonio López, baritono. Lahav Shani, dirección musical.

Tras su paso por San Sebastián en los veranos de 2011, 2014 y 2018, la Orquesta Filarmónica de Rotterdam regresaba una vez más a la Quincena Musical para protagonizar sus dos primeros conciertos, aquí de la mano de su director titular desde hace ya cinco años, el israelí Lahav Shani (1989, Tel Aviv). Protegido de Daniel Barenboim (del que retiene algunos gestos en el podio) y sucesor de Zubin Mehta al frente de la Filarmónica de Israel, Shani es además el próximo director titular designado de la Filarmónica de Munich, a partir de septiembre de 2026, cuando finalice su actual compromiso en Rotterdam. Shani saltó a la fama muy temprano, hace ya diez años, cuando en 2013 obtuvo el primer premio en el prestigioso Concurso de Dirección Gustav Mahler que se celebra en Bamberg.

La doble cita en cuestión dejó no obstante una sensación agridulce y ciertamente poco entusiasta. Y esto fue así por varios motivos: en primer lugar por el repertorio elegido, bastante trillado, con obras como la Sexta de Chaikovski y la Novena de Beethoven, partituras donde es difícil brillar y decir algo nuevo salvo contadas excepciones; en segundo lugar por la batuta, de la que son incontables las buenas referencias, pero que aquí dejó una impresión poco consistente, de cierta arbitrariedad en la elección de tiempos y dinámicas; y finalmente por la orquesta, formación de indudable solvencia pero a la que encontré algo adocenada y rutinaria en su desempeño.

La dirección de Shani fue precisa, de obsesivo control y minuciosa atención, dando casi todas las entradas, pero no tuvo ni una lógica consistente ni un hilo conductor continuado. Así, pareció escoger tiempos y dinámicas de un modo bastante aleatorio, primando lo vibrante y acelerado las más de las veces y subrayando a menudo lo obvio. Y esto fue así tanto con Chaikovski como con Beethoven. Una dirección, en líneas generales, que dio la impresión de preocuparse más por las formas y por el puro sonido que por el tuétano de la música. Dos obras maestras como estas sinfonías no pueden dejar en el oyente una sensación de indiferencia y eso sin embargo pasó aquí con ambas lecturas.

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Lo mejor de estas dos citas fue a buen seguro el Shostakovich inicial del primer día junto al brillante violonchelista español Pablo Ferrández. Y es que el primer concierto para cello de Shostakovich sonó en sus manos con auténtico virtuosismo. Dejando al lado dos levísimos traspiés en la extensa e intrincada Cadenza, Ferrandez exhibió técnica y expresividad, un control genuino de su instrumento y una búsqueda personal de un sonido consistente a la par que expresivo, de notable presencia en la sala. Ciertamente, uno de los violonchelistas de mayor relevancia ahora mismo en el panorama internacional.

En referencia al segundo programa, con la Novena de Beethoven, el Orfeón Donostiarra tampoco pareció especialmente preocupado por el estilo, por la expresividad, y sí en cambio por las formas, singularmente por el volumen, con un canto más exhibicionista que conmovedor, excesivo en decibelios. El cuarteto solista resolvió su compromiso sin fisuras, destacando la implicación expresiva del barítono José Antonio López. La soprano Chen Reiss y el tenor Matthew Newlin dieron impresión de facilidad, que no es poco, a la hora de acometer sus intrincadas escrituras; volvió a mostrar su estimable material la mezzosoprano donostiarra Carmen Artaza, una voz de gran porvenir. En referencia a este concierto, no hubiera estado de más ampliar el programa con alguna de las fabulosas oberturas que Beethoven atesora en su catálogo.

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Respecto a la Filarmónica de Rotterdam, orquesta de indudable solvencia, como antes apuntaba, no me pareció esta vez sin embargo especialmente flexible y eché de menos una mayor complicidad entre sus secciones, brillantes -especialmente maderas y metales- pero aisladas, casi como compartimentos estancos. La cuerda es quizá el punto más flojo de la formación, especialmente unos primeros violines que nunca terminaron de levantar el vuelo, faltos de relieve en los momentos de mayor protagonismo. El metal, robusto y restallante, fue primado por Shani a menudo en exceso, generando alguna descompensación importante en el fraseo. El resultado, de la mano de un Shani poco inspirado, y aquí nada carismático, fue un Chaikovski parco en contrastes, llevado por pura inercia, junto a un Beethoven simplemente acelerado, sin un rumbo claro y distinguible. Dos conciertos, así las cosas, bastante rutinarios y un tanto decepcionantes.

Foto: © 84 Quincena Musical - Iñigo Ibañez