Monumental y monolítica
Madrid. 22/09/23. Teatro Real. Cherubini: Medée. Maria Agresta (Medée). Enea Scala (Jasón). Nancy Fabiola Herrera (Neris). Jongmin Park (Creonte). Sara Blanch (Dirce). Mercedes Gancedo (Primera doncella). Alexandra Urquiola (Segunda doncella). David Lagares (Corifeo). Valeria Grandio (Hija). Ismael Palacios (Hijo). Coro Intermezzo. Orquesta Sinfónica de Madrid. Ivor Bolton, dirección musical. Paco Azorín, dirección de escena.
Habría mucho que reflexionar sobre qué ha de ser la recuperación y qué títulos se han de rescatar en la lírica hoy en día. En realidad, es algo que venimos poniendo en práctica desde décadas atrás - y siglos, que ahí estaba Mendelssohn, por ejemplo -, pero ¿qué entendemos por recuperación? Por coordenar hacia algún lugar desde el que llegar al hoy, todos recordamos aquellos rescates del bel canto romántico italiano en manos de excelsas sopranos como Maria Callas, Leyla Gencer, Joan Sutherland o Montserrat Caballé. Se vivió un Donizetti revival y asistimos - o asistieron - a la Rossini renaissance de los ochenta, con artistas como Marilyn Horne, Samuel Ramey y Chris Merritt. Ya en el XXI, re-descubrimos el Barroco de la mano de contratenores y directores de orquesta y, ahora, esa gran escultura de la recuperación la vamos cincelando, ya en el detalle, encomendada a las direcciones artísticas de los teatros.
¿Qué ha de primar a la hora de escoger partituras a recuperar hoy en día? Surge un buen debate para el que, desafortunadamente, no hay espacio aquí, pero a buen seguro, en todas las ternas y reflexiones, entraría Medée, de Cherubini, más reconocida como Medea. Desde su estreno en el ocaso del siglo XVIII, Medée siempre ha estado ahí. Yendo, viniendo, recordándonos que hubo un tiempo en el que significó la puntada que unía el Clasicismo de Mozart - y más bien Gluck - con el Romanticismo posterior que abrieron Beethoven o Berlioz. Brahms o Wagner siempre la alabaron, sí, y tal fue su éxito que Cherubini prefirió tomarse un tiempo más ligero tras estrenarla. Escribiendo pequeñas comedias, dedicándose a la botánica y la pintura. En tiempos modernos fue un baluarte para Maria Callas, cuya protagonista terminó dando vida para Pasolini, en una de sus cintas más envaradas. Y en su estela, desde los años 50 a los 90, nombres de gigantes de la lírica como Eileen Farrell, Leyla Gencer, Magda Olivero, Pilar Lorengar, Gwyneth Jones, Leonie Rysanek, Montserrat Caballé, Grace Bumbry o Shirley Verrett... y podríamos continuar, en la actualidad, con Sonya Yoncheva o Sondra Radvanovsky.
Siguiendo su costumbre de recuperaciones y (re)estrenos, parecía cuestión de tiempo que Joan Matabosch mirase hacia Medea para subirla al escenario del Teatro Real. Sólo que, en vez de seguir la nueva ola de funciones "alla italiana" que parece vivir el título a lo largo de todo el mundo, el coliseo madrileño ofrece un vital y realmente interesante twist: su versión original en francés, en edición de Heiko Cullmann y con recitativos - que fluyen maravillosamente - de Alan Curtis, conocido sobre todo por sus análisis y lecturas barrocas.
La propuesta planteada por Paco Azorín, quien firma la dirección de escena y la escenografía, es puro Azorín. El espacio escénico, por su disposición, materiales, tonalidades... todo tiene su savoir faire, rematado con un gran elevador que viene a representar la bajada a los infiernos en el proceder de los diferentes personajes. Hallamos también otros rasgos característicos suyos, como la aparición de figuras ajenas al libreto. En este caso tres furias (artistas de parkour) que acompañan a Medée, así como su desdoblamiento en una actriz que representa su versión "mitológica". Nada de ello está de más y hay momentos muy interesantes, como en la pesadilla o quizá pensamientos que se agolpan antes de tomar la decisión final. Magníficos los actores Valeria Grandio e Ismael Palacios como los hijos de la protagonista.
Otra cosa es la costumbre de Azorín de incluir textos, citas, datos, a lo largo de la obra. No creo que termine de beneficiar a su trabajo... ni al mío, aunque, sobre todo, entiendo que no me beneficia como espectador al presuponer mis capacidades. Cuando, además, los mensajes parecen querer guiar al público sobre cómo recibir la obra, la fórmula puede no cuadrar. Si no termina de recibirse todo en la justa medida que pretende la dirección, tampoco pasa nada. El teatro está para, además de sentirlo, para pensarlo, recordarlo, reflexionarlo... En cualquier caso, en la puesta del murciano hay teatralidad, hay atisbos de quiénes están tras el arquetipo original, de qué les lleva a actuar como actuan. Sin embargo, tampoco hay demasiado margen, por la concepción original de la obra en sí, que se despliega monumental en lo musical, monolítica en lo dramático.
Acompaña al todo final el vestuario de Ana Garay, básico, actual, muy especialmente en el coro femenino, en unos tonos pastel dignos de portada de revista. Estupendo, por cierto, el Coro Intermezzo en todo momento. Ojalá sus reivindicaciones laborales encuentren solución y encajen en la próxima Ley del Teatro Real, que deberá aprobar el nuevo Gobierno.
Monolítica y monumental, Medée encuentra en Ivor Bolton y el foso del Teatro Real su mejor aliado en esta última acepción. No sólo en los momentos puramente orquestales, sino también en el acompañamiento y sostén que realiza el compositor sobre los personajes, especialmente con las maderas. Como apuntaba al comienzo, la música de Cherubini se desarrolla en una suerte de academicismo, entre una época pasada: Mozart, Gluck... y el Romanticismo posterior. Como una de las tantas esculturas sobre Medea que poblaron la Francia del XIX, mirando hacia lo pretérito. Escuchando su ópera, uno tiene la sensación de que está tallando una Medée monolítica, sin rasgos de humanidad, que bebe de la mitología griega, pero que cincela con técnicas del presente. No hay más que escuchar la sensacional Obertura, sus acentos, contrastes, disrupciones. Las tonalidades escogidas, el declamado al que recurre... una prematura obra de arte total, que palpita teatro y narrativa. Y con todo, dramática y musicalmente pareciera que Medea acabara devorándole, con una partitura que empieza mejor que acaba.
Si uno escucha las voces que han dado vida a Jason a lo largo de las últimas décadas, pronto claudicará ante lo heterogéneo de los cantantes. Un papel realmente duro, ingrato, que a menudo se otorgaba a voces spinto, dramáticas, - puede que de forma errónea -, que no termina de concordar con los medios de Enea Scala, más ligeras, por mucho que lo de todo de sí mismo. De igual modo parece ocurrir con Maria Agresta en el papel principal. Más allá de una tesitura que es realmente inclemente y a la que la soprano italiana planta cara con inteligencia, el rol requiere de una artista con gran carisma y si no, al menos, con gran carácter. Todo se sostiene sobre ella y ha faltado, más allá de medios, diría que expresividad.
Fantástico el equipo de secundarios reunidos, comenzando con los comprimarios de Mercedes Gancedo, Alexandra Urquiola y David Lagares. Contundente el Creonte de Jongmin Park, mientras que Nancy Fabiola Herrera regaló un exquisito momento con su aria Ah! Nos peines seront communes, muy bien acompañada por el fagot. No obstante, el foco de la función se lo llevó Sara Blanch en una extraordinaria Dirce. Con timbre terso, de aristas pastel, como he comentado en otras ocasiones, se plegó a las mil maravillas con las notas de su personaje. Desplegó con soltura las agilidades de su canto a Himeneo, mientras Bolton floreaba con la orquesta su linea melódica y con la flauta haciendo maravillas.
Ha sido esta una ocasión única para (re)descubrir a Medea... o a Medée. Sea bienvenida la nueva temporada del Teatro Real.