Darle la vuelta al calcetín
Hamburgo. 15/11/2023. Staatsoper. Strauss. Salome. Asmik Grigorian (Salome), Kyle Ketelsen (Jochanaan), John Daszak (Herodes), Violeta Urmana (Herodías), Olesky Palchykov (Narraboth). Dirección de escena: Dmitri Tcherniakov. Dirección musical: Kent Nagano.
Hay un elemento que se repite, por lo menos según mi experiencia, en las concepciones teatrales de Dmitri Tcherniakov y es su obsesión con el mundo burgués. Lleva las óperas que dirige siempre a ese terreno donde las convenciones sociales se tambalean sea por una cigarrera de Sevilla, dos parejas de enamorados en Nápoles o unas princesas, sean de Irlanda o Judea. Y este gusto, tendencia o manía (según quien lo vea y sus ideas) resulta refrescante o tedioso, rompedor o irritante. Yo basculo entre estas posturas, sin acabar de definirme, me da una de cal y otra de arena. Lo que hay que reconocerle es que hay un profundo trabajo detrás de cada propuesta, nos parezca acertada o no.
La Staatsoper de Hamburgo, como uno de los momentos más importantes de su temporada, una nueva producción de Salome de Richard Strauss dirigida por Tcherniakov que esta vez ha conseguido un verdadero acierto en su visión de la tragedia de la princesa judía. Toda la acción se desarrolla en el mismo espacio: un elegante y gran comedor burgués donde se celebra el cumpleaños de Herodes. El director ruso rompe desde el minuto uno todo el armazón del drama escrito por Strauss siguiendo a Oscar Wilde, y da así, una vez más, su particular “vuelta al calcetín”.
La tragedia de palacio se convierte en un conflicto familiar donde afloran los vicios y defectos de los principales personajes. Todos los protagonistas, sean soldados, profetas, nobles o sacerdotes o hijas díscolas, forman un grupo compacto de invitados a la fiesta. El gran acierto de Tcherniakov, lo que hace que su trabajo aquí sea admirable, es que consigue algo tan chocante como cambiar la situación sin que cambie la esencia de la obra. Porque Jochanaan es el invitado de honor del cumpleaños, el gurú al que Herodes agasaja; Narraboth y sus compañeros soldados son unos invitados más, como lo son los judíos y los nazarenos. ¿Y Salome? Ella es la hija contestataria de la burguesa Herodías que llega tarde, que pasa de la fiesta y que cae hechizada de un anodino Jochanaan. Al principio el planteamiento impacta y uno sospecha que vamos mal pero poco a poco la puesta te atrapa, comprendes perfectamente lo que quiere hacernos ver el director y te convence. Y es que se hurga en la esencia de cada personaje: en la bravuconería y su obsesión sexual de Herodes, en la vulgaridad de Herodías, en los aires de grandeza de Jochanaan, un completo sabelotodo, y especialmente en la rebeldía inteligente y premeditada de una Salome que no seduce sino que reclama como la niña consentida que es en ell fondo.
Los “trucos” teatrales para conseguir sus objetivos y cambiar lo indicado en el libreto son ingeniosos y originales, además de fundamentados en una dirección de actores prodigiosa. Jochanaan cuando debería estar en la cisterna, está sentado de espaldas al público, con lo que se consigue el mismo efecto sonoro. Narraboth no se suicida. Harto de intentar separar a Salome y Jochanaan, acaba marchándose del salón. En el baile de los siete velos Herodes convierte a Salome en una niña para satisfacer sus deseos pederastas, a lo que accede la princesa de una forma pasiva, abandonada, con el solo objetivo de conseguir la cabeza del profeta, que por cierto no la pierde sino que simplemente abandona la escena cuando Salome acaba su gran escena final, hastiado de la niñata caprichosa que acaba desmayándose delante de su madre y su padrastro. Todo rocambolesco al describirlo pero totalmente convincente al verlo. Otra cosa es que estos cambios te gusten o no, pero lo que no se puede negar a Tcherniakov es que es coherente y que su trabajo está perfectamente planteado y claro. Siendo poco partidario de sus visiones, esta vez a mi me cautivó plenamente.
Pero todo el entramado planteado no sería igual si la protagonista no fuera esa maravilla de cantante y actriz que es Asmik Grigorian. Calificativos, admiraciones, alabanzas, no hacen justicia al trabajo de una mujer completamente entregada en el escenario, perfecta en lo vocal y en lo actoral, comprometida absolutamente (como el resto del reparto y los figurantes) a la propuesta del director de escena. Las ovaciones fueron abrumadoras cuando saludo al final de la obra, agradeciendo el público ese arte que tan generosamente regala la lituana. La escena final, una vez que tiene al Bautista en su poder fue de ponérsele a uno los pelos de punta, con esa simbiosis perfecta con lo escrito por Strauss, con esa soltura en toda el espectro vocal, perfecta en el agudo, inmensa en el centro, apabullante en el grave. Increíble.
Gran trabajo también del resto del elenco donde destacaría en Jochanaan de Kyle Ketelsen, con una voz de bello color y una dicción elegante y con suficiente potencia en los momentos más “proféticos” de su papel. El Herodes de John Daszak estuvo a la altura de las grandes exigencias de su parte, aunque la voz sonara a veces agria en el agudo. Más lineal pero con la calidad que garantiza su veteranía la Herodías de Violeta Urmana. Estupendo Olesky Palchykov como Narraboth y a gran nivel unos comprimarios (judíos, nazarenos, soldados) que son más que eso en una ópera tan redonda y exigente como Salome.
Para el final el comentario del otro (y otros) responsables del éxito de la velada. Kent Nagano y la Orquesta Filarmónica de la Ópera Estatal de Hamburgo estuvieron simplemente espectaculares. La lectura del maestro japonés fue de una belleza cristalina. Se oyó todo lo escrito por Strauss, con una claridad que solo una batuta experta y consagrada puede conseguir. El ritmo fue trepidante y lleno de fuerza. La danza de los velos fue una delicia y siempre dando la entrada a los cantantes demostró una vez más que es un director de primera división. Como también está entre las mejores en el foso la orquesta de esta casa. El virtuosismo de los metales, la elegancia de la cuerdas, la perfección de las maderas, todo contribuyó a la cohesión en torno a una partitura intrincada, deudora del siglo XIX pero que se abre de una manera impactante al siglo XX.
Fotos: © Monika Rittershaus