Meritoria iniciativa 

San Sebastián. Bernstein: Trouble in Tahiti. Carmen Artaza, Josep-Ramon Olivé, Aitor Garitano, Juan Laboreria, Estibaliz Arroyo, Arantza Ezenarro y otros. Guillermo Amaya, dirección de escena. Jesús Echeverría, dirección musical.

Un año más Donostia Musika asumía el reto de escenificar un título de lírica en la capital donostiarra, en el escenario del Teatro Victoria Eugenia. Si el año pasado fue el turno del Adiós a la bohemia de Pablo Sorozábal, este año ha sido ocasión de revisitar Trouble in Tahiti de Leonard Bernstein, una obra corta, en un acto, ligada a los primeros intentos del compositor y director estadounidense por forjar un estilo propio a medio camino entre el musical norteamericano y la ópera contemporánea. Estrenada en 1952, el resultado es una pieza intensa, de un dramatismo muy personal, concebida originalmente para unos medios orquestales más bien escuetos, y que se sirvió aquí sin embargo con algo más de empaque, con casi cuarenta músicos en el foso. Los instrumentistas, jovenes procedentes de Musikene, tocaron a las órdenes de Jesús Echeverria, bien templado y atento a las voces, más allá de algún instante algo pasado de decibelios en las páginas de mayor dramatismo.

La pieza se sirvió precedida de un prólogo de aires didácticos, con un narrador (Íñigo Gastesi) que glosó las coordenadas que rodearon la composición de la pieza y la historia de la lírica norteamericana en la que se enmarca la obra de Bernstein. Este prólogo contó con intervenciones de Paula Iragorri, Hodei Yáñez, Julia Blasco y Arantza Ezenarro, esta última sin duda la voz de mayor entidad de las que comparecieron en este preludio a Trouble in Tahiti.

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Todo el peso de la partitura recae en los dos protagonistas, Dinah y Sam, cuyos monólogos recuerdan -anticipan, más bien- a algunos desarrollos líricos posteriores de Philip Glass o John Adams, sin ir más lejos. La parte femenina estuvo aquí encomendada a Carmen Artaza, una intérprete que no deja de dar pasos firmes hacia una carrera importante, exhibiendo un material importantísimo, amplio y extenso, de timbre grato y respaldado además por una actuación de mucho empaque, muy comprometida con el libreto. Fantástica. Casi al mismo nivel rindió el Sam de Josep-Ramon Olivé, un cantante siempre esmerado, de entrega vocal y escénica palpables, completando así una pareja protagonista irreprochable.

La puesta en escena de Guillermo Amaya permitió seguir el argumento con nitidez, rematado con proyecciones de aires cinematográficos, bien dispuestas y sin pretenciosidades fuera de sitio. Una propuesta sencilla pero perfectamente operativa. Amaya tuvo además el acierto de poner en valor al trio de niños que abre la obra, aquí transmutados en una suerte de simpáticos Pin, Pang y Pong, al modo de la Turandot pucciniana, solo que con melodías y coreografías realmente pegadizas. Este trío estuvo por cierto muy bien defendido en lo vocal por Aitor Garitano, Juan Laboreria y Estibaliz Arroyo.

Una muesca más, pues, en el recorrido de Donostia Musika, una iniciativa sumamente meritoria comandada por Carlos Benito, sin cuyo aplomo y esfuerzo no sería posible disfrutar de un nuevo título cada año. Fue motivo de comentario entre varios asistente, por cierto, el dislate en el que anda embarcada Donostia en materia de programación lírica, con diversas iniciativas que andan por libre, sin coordinación alguna en materia de fechas, títulos y artistas. Sería bueno que las autoridades locales (Ayuntamiento, Diputación...) tomaran el timón en busca de una mínima coordinación; sería posible, serían muchos los beneficiados y, de hacerse bien, ninguno el agravio para las diversas iniciativas que, cada una a su suerte y con sus medios, mantienen viva la lírica en San Sebastián año tras año.

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Fotos: © Donostia Musika