
Disfrutar por encima de etiquetas
20/08/2025. Quincena Musical Donostiarra. Auditorio Kursaal. West Side Story, de Leonard Bernstein. Miren Urbieta-Vega (soprano, María), Nerea Berraondo (mezzosoprano, Anita), Caspar Singh (tenor, Tony), Henry Neill (barítono, Riff), Jorge Ruvalcaba (barítono, Bernardo), Arantza Ezenarro (soprano, una muchacha), Juan Laborería (barítono, Action) y otros. Coro Easo. Euskadiko Orkestra. Dirección musical: Clark Rundell.
Si atendemos al resultado final, vista la reacción popular, la Quincena Musical Donostiarra ha marcado una muesca más en esta exitosa edición 2025 con la versión concertante de West Side Story (1957), la magna obra de Leonard Bernstein. Y no seré yo quien venga a echar un jarro de agua fría a esta realidad aunque no puedo evitar el pensar que en lo que en mi fuero interno era un cierto temor se ha concretado en esta función.
La prensa generalista guipuzcoana ha estado dedicando artículos previos a la representación, enfocados todos en la misma dirección: ¿es West Side Story una ópera o un musical? Y desde esta premisa, concluir –tampoco era una cuestión muy compleja, no nos engañemos- que por encima de etiquetas y convencionalismos esta obra es enorme, musicalmente impecable y una de las más conocidas del siglo XX resulta simple obviedad. Cualquier aficionado que busque en distintos formatos alguna grabación de West Side Story puede deleitarse con la del estreno de Broadway (1956), con la banda sonora de la película de 1961 dirigida por Robert Wise y Jerome Robbins, con la grabación “operística” del mismo compositor con Josep Carreras y Kiri Te Kanawa o la banda sonora de la última versión de Steven Spielberg. Hay para elegir y puede apostarse por un formato –el propio del musical- u otro, el operístico. En esta Quincena se ha optado por el “operístico”.

Ello conlleva un tipo de cantante concreto, una forma distinta de cantar y no optar por la amplificación de las voces (aunque en el reciente West Side Story del Gran Teatre del Liceu sí se hizo, con cantantes tan célebres como Juan Diego Flórez y Nadine Sierra). Teniendo en cuenta que el título se ofrecía en versión de concierto, que se daban las tres condiciones apuntadas al inicio de este párrafo y dadas las características de la partitura, el problema estaba servido.
Porque la orquestación de Bernstein es suntuosa y se basa en viento madera, viento metal y percusión; la sección de cuerda está reducida y por ello guardar el equilibrio entre masa orquestal y voces no es tarea sencilla. Todos los músicos trasmitían una alegría por el trabajo extraordinaria pero desde mi privilegiada butaca tuve, por momentos, enormes dificultades para escuchar alguna de las voces. Habrá quien piense que detrás de esta reflexión puede haber intención, por pequeña que sea, de reivindicar la amplificación de las voces pero nada más lejos de la realidad. Así, al natural, las cosas saben mejor; de todas formas, hubiera sido deseable mayor presencia de algunas voces y un equilibrio más sólido entre orquesta y solistas.

Reconozco que la presencia de Miren Urbieta-Vega me sorprendió en un inicio, acostumbrado como está uno a escucharle en otros menesteres. Lo que no me sorprendió fue que su voz fuera la más relevante de la noche. Escucharle las intenciones en I feel pretty o su caudal vocal expandido en el dúo del final del acto I fue un placer. Y, sin embargo, tuve la sensación de que cantaba con cierta cautela, como si no quisiera utilizar todo su instrumento.
Su enamorado, el tenor hindú-británico Caspar Singh es dueño de una voz de hermoso timbre y estilísticamente muy adecuado para el papel; el único problema es que la voz tenía enormes dificultades para hacerse oír entre la riqueza instrumental de la partitura de Bernstein. De legato limitado, tuvo momentos en que sacó mayor caudal vocal, como fue el caso de cada una de las veces que cantaba con su María.
Sus compañeros masculinos principales fueron Henry Neill, voz interesante y Jorge Ruvalcaba, desapercibido. Entre los secundarios, gente de casa que sostuvo con credibilidad todos los diálogos y escenas y entre los que destacó Juan Laboreria además de Luken Mungira, Julen García, Darío Maya y Mario Hernández. La escena más “americana” de la obra es Gee, officer Krupke, en la que tiene que mostrase un estilo e idioma callejeros, naturales, huyendo de cualquier academicismo y lo cierto es que no quedó nada mal.

Por lo que a ellas respecta, constatar que la mezzo navarra Nerea Berraondo tiene una voz muy peculiar: de graves consistentes, que muestra distintos colores según cambia la tesitura. Su Anita fue muy creíble y empastó muy bien con Urbieta-Vega en su dúo. Las compañeras de juerga fueron Lucía Gómez, Lorea López y Ainhoa López de Munain, que colaboraron en un America gracioso, muy bien cantado y transmitido, de lo mejor de la noche. Finalmente, el Somewhere se guardo para una Arantza Ezenarro espectacular y que se portó como una diva, en el buen sentido.
El Coro Easo no tenía mucho que cantar pero sí que interactuar con los solistas. Entre ellos, colocados a la izquierda de la batuta, uno de sus componentes fue Krupke, simularon peleas, chasquearon los dedos y actuaron sin partitura. Ellas, a la derecha, resultaron pizpiretas en un America festivo; ellos, más envarados en algunas ocasiones pero la actuación general fue aceptable.
La Euskadiko Orkestra estuvo magnífica; ya he dejado arriba escrito que se les notaba disfrutar de la noche. Espectacular la sección de percusión, los seis solistas, con un papel destacado del batería, colocado en el centro de la orquesta. De hecho, fue la primera sección destacada por la batuta en el momento de los saludos finales. No quedaron a la zaga viento metal o la labor del pianista-celesta, implicado y vehemente en su trabajo. Todo ello, porque Clark Rundell hizo un trabajo muy serio; especialista en música contemporánea, su apuesta fue la de mostrarnos la riqueza sonora de la obra. Creo, sinceramente, que ello fue en detrimento de los cantantes pero cualquier persona que pensara, imbuida de prejuicios, que estábamos ante una obra “menor” ya tiene argumentos para quitarse tal peregrina idea de la cabeza.
El auditorio estaba lleno casi al cien por cien. Habrá advertido el lector más habitual que gran parte de esta plantilla vocal, en su parte autóctona, era la misma que la de Amaya, de Jesús Guridi, ópera que pudimos disfrutar solo hace once días. De hecho, coincidían siete cantantes, coro además de la orquesta, lo que supongo no será casualidad. Me parece muy bien, hay que utilizar el valor de casa. Eso sí, mientras que Bernstein llenó, Guridi tuvo que sufrir un cuarto de auditorio vacío y ello me cuesta entenderlo, de verdad. Las ovaciones fueron enormes y en la salida a las calles de una Donostia sometida por tormentas, la sensación general era de satisfacción. Si hubiéramos guardado el equilibrio en otros aspectos, hubiera sido una noche perfecta.
¡Ah! Y admitamos que la única forma de vivir West Side Story en una Quincena es así, en forma concertante. Sencillamente, hubiera sido imposible escenificarla; habría que haber contratado bailarines, escenografía, coreógrafos y, quizás, otros cantantes. Por ello, la apuesta me parece muy adecuada.