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¡Llorad! ¡Llorad!

Madrid, 29/01/2024. Teatro Real. A. Reimann.Lear. Bo Skovhus (Lear), Goneril (Ángeles Blancas) Gloucester (Lauri Vasar), Erika Sunnegårdh (Regan), Andrew Watts (edgar), Andreas Conrad (Edmund) Susanne Elmark (Cordelia), Ernst Alisch (Bufón). Coro y Orquesta del Teatro Real. Dirección de escena:Calixto Bieito. Dirección musical: Asher Fisch.

Weint! Weint! grita hasta cuatro veces en el comienzo de su monólogo final el rey Lear. Estas palabras son el resumen de toda una obra, de una ópera, que más que hacerte llorar te mantiene en shock, un estado que te impide tener casi ninguna otra reacción. Será quizá después, cuando salgas del teatro, cuando llores, te horrorices o reniegues del ser humano. Pero durante la impresionante representación de Lear, compuesta por Aribert Reimann con libreto de Claus H. Henneberg, mi sensación fue de estar ante un espectáculo impactante, paralizante y tremendamente hipnótico. Y es que se produjo una conjunción no tan frecuente como quisiéramos en estas funciones del Teatro Real. El encaje casi perfecto de música, escena e intérpretes. Calixto Bieto, en esta producción proveniente de la Ópera Nacional de París,  conecta perfectamente con el texto y la música de la obra y hace uno de los trabajos más sobresalientes que yo le haya visto. Esto, acompañado por una lectura musical de alto nivel a manos del maestro Asher Fisch y un plantel de cantantes totalmente entregados, completó una noche de esas en las que la ópera del siglo XX se reivindica como un pilar fundamental en la historia de la ópera y reclama una presencia más frecuente en nuestros teatros. 

El rey Lear de Shakespeare es una de esas obras que muchos compositores han tenido en su punto de mira para convertir en ópera, pero que siempre ha quedado en un cajón. Famosa es la pasión de Verdi por este texto pero no ha sido el único, ahí están también los proyectos frustrados de Berlioz o Debussy. Para ser fieles a la verdad, se han estrenado algunas óperas de mínimo recorrido y compuestas por compositores hoy casi desconocidos (tenemos el caso de Antonio Ghislanzoni libretista y compositor de Re Lear, que estrenó en Roma en 1937 dirigida por Tullio Serafin). Pero no será hasta el último cuarto del siglo XX, cuando dos compositores de reputación internacional asuman la monumental tragedia shakesperiana: Aribert Reimann en 1978 y Aulis Sallinen en 2000. Será el inolvidable barítono Dietrich Fischer-Dieskau el que insista a Reimann, en principio poco proclive a hacerlo, a componer una ópera sobre el famoso drama y de la que él será el protagonista.

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El trabajo del compositor berlinés es simplemente magnífico. Crea una obra coral, en la que Lear es el protagonista pero el resto de personajes de la tragedia también tienen una gran relevancia. El trabajo de Henneberg como libretista es fundamental a la hora de que la ópera tenga una coherencia y el entramado musical un sentido. A ello ayuda la introducción de un coro masculino que impregna de tintes de teatro griego la dramaturgia y también el que convierta el papel del bufón en una especie de narrador de historia a la vez que una voz reflexiva sobre los hechos. Es un papel sin apenas notas cantabiles pero de gran efecto, sobre todo en la primera parte de la ópera. Y es que resumir el Rey Lear, con sus dos líneas narrativas (la principal de Lear y la división de su reino entre sus hijas y la secundaria del noble Gloucester y la de sus dos hijos Edgar y Edmund) que comienzan de manera separada en el mismo espacio escénico y acaban unidas por el ansia de poder y el drama final, no es en absoluto fácil. La partitura de Reimann muestra una  extremada sensibilidad dramática que se traduce en unas texturas orquestales elegidas cuidadosamente para cada personaje y situación. La música marca con violencia a los personajes “malos” como Goneril, Regan o Edmund, o a la escena de la tormenta, pero para los personajes bien intencionados  (Edgar, Cordelia o Gloucester) la música es suave, e incluso “romántica” (inolvidable esa melodía de los violonchelos en el diálogo final de Cordelia y su padre). El personaje de Lear, a modo de bisagra, bascula entre esos dos mundos: el dramático y duro y el más melodioso y tierno. Y no hay que olvidar esos intermedios orquestales, tremendamente intensos, descriptivos, uniendo las diversas escenas y que en algún momento nos hacen recordar al Peter Grimes de Britten. Lear es una obra de una sonoridad apabullante que respeta casi siempre a los cantantes, aunque sea mucho más exigente cuando intervienen los personajes más viles de la trama.

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Calixto Bieito aplica la aparente sencillez escénica (excelente el trabajo de Rebecca Ringst con la escenografía y también brillante el resto del equipo técnico) para delimitar los espacios que definen la trama. Un suelo formado por grandes vigas de madera y una empalizada que rodea el escenario, también del mismo material, pero que va configurando distintas formas a lo largo de la representación para crear un entramado que recuerda a las defensas de un espacio bélico y a la vez un bosque y que casa perfectamente con los enfrentamientos entre los distintos bandos o la escena de la tormenta.  En los momentos finales, una especie de cementerio, con rectángulos en el suelo que recuerdan tumbas, y que nos indica que la muerte, gran reina de esta tragedia, está preparada para recibir a la mayor parte de los personajes. El trabajo videográfico de Sarah Derendigner (un vidrioso ojo, piel humana, todo en primer plano) aumenta la sensación de desolación de toda la puesta. La dirección escénica es brillante, estática en muchas ocasiones, basándose en un increíble trabajo actoral de los cantantes, y tremendamente fiel al texto, dándole una visión aún más cruel y oscura a la que ya de por sí tienen los versos de Shakespeare. Impresionante.

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Bo Skovhus se entrega en cuerpo y alma al papel titular. Su Lear es perfecto en lo dramático (ese final sentado encima del foso es a la vez triste y duro) y tremendamente atractiva en lo vocal donde el barítono danés adapta sus cualidades (elegante emisión, bello timbre) al papel y se sirve de la madurez de su voz (algunos sonidos bruscos, emisión no siempre limpia) para servirnos un rey más apto a la música de Reimann que quizá otro cantante con voz más “verdiana”.

Del resto del elenco destacaría a Ángeles Blancas. Reciente ganadora del premio Ópera XXI a la mejor cantante de la pasada temporada gracias a su maravillosa encarnación de la Kostelnička en la Jenufa que se representó en el Teatro de la Maestranza de Sevilla, su trabajo como Goneril fue también de una gran calidad, con una seguridad en toda la tesitura (impecables sus agudos) y una proyección estupenda. Hay que mencionar que la mayor parte del reparto ya estuvo en el estreno de esta producción en la Ópera Nacional de París, tanto en 2016 como en su reposición en la misma compañía en 2019. Eso procura una solidez a la función y un equilibrio que es de agradecer.

Impecable el Edgar de Andrew Watts con esa particella que juega entre el falsete de un contratenor y la voz de tenor con una facilidad pasmosa y de gran calidad. Impecables también el Edmund de Andreas Conrad, con una parte de exigencia extrema, Erika Sunnegårdh que tiene que bregar con unas “coloraturas” endiabladas o el elegante y noble Gloucester de Lauri Vasar. Buen trabajo también como bufón del veterano Ernst Alisch.

El reducido Coro Masculino del Teatro Real cumplió perfectamente con su cometido. Gran dirección de esta difícil partitura de Asher Fisch en la que dar a cada momento su carácter no es nada fácil. Estupenda la Orquesta Titular del Teatro Real que brilló en, recalquémoslo una vez más, una partitura que lo exige todo del foso, sobre todo de los metales (impresionantes) y de la percusión (espectacular).

Larga vida a Lear y a la ópera que algunos aún llaman contemporánea aunque haya sido escrita ya hace 50 años. 

Fotos: © Javier del Real