Amar en tiempos pretéritos
Valladolid. 04/02/24. Teatro Calderón. Mozart: Così fan tutte. Jacquelina Livieri (Fiordiligi). Carmen Artaza (Dorabella). Josep-Ramon Olivé (Guglielmo). Joel Prieto (Ferrando). Paula Mendoza (Despina). Enric Martínez-Castignani (Don Alfonso), entre otros. Coro Calderón Lírico. Vespres d'Arnadi. Carlos Aragón, dirección musical. Rafael R. Villalobos, dirección de escena.
A menudo, por más que identifiquemos a Mozart con un adelantado a sus tiempos, un visionario en aquello a lo que la música respecta, sus óperas caen en antiguos lugares comunes sobre la sociedad y, muy especialmente, sobre las mujeres. El rapto en el serrallo, La flauta mágica, Le nozze di Figaro, Don Giovanni... La imagen y utilización que se tiene o muestra de ellas en sus tramas dista mucho de la realidad actual en igualdad que estamos construyendo como sociedad. De entre todas ellas destaca Così fan tutte (Así hacen todas), una de sus obras escénicas más complejas de representar dados sus complementos circunstanciales de espacio y tiempo reducidísimos, sumado al estatismo de algunos números. No sólo eso, sino que ya desde su título, se impone una tónica trasnochada sobre la infidelidad de la mujer que, no obstante, no ha sido óbice para que a lo largo de la historia hayan sido numerosos los grandes nombres de la escena que han querido plasmar su visión sobre el libreto de Da Ponte.
En este sentido, estrenada a finales de 2020 en el Maestranza de Sevilla, la producción ideada por Rafael R. Villalobos que se ha podido ver ahora en el Teatro Calderón de Valladolid resulta no sólo acertada, no sólo bien resuelta sino, además, necesaria. Su idea plantea, de alguna forma, darle la vuelta al argumentario, más que al argumento. En cualquier caso, acercar el arte de Mozart y Da Ponte a nuestra mirada, a nuestra actualidad. En ese sentido es por donde uno podrá siempre afirmar que la ópera es un arte vivo. Después, la propuesta podrá gustar más o menos espectador por espectador, pero la comunicación con el hoy y desde el hoy es uno de los caminos para seguir creciendo y transformándonos con el arte. Así lo demuestra este Così como así lo han demostrado sus recientes Tosca o La violación de Lucrecia. Trabajos de bella factura estética vividos desde dentro de la lírica y alcanzando su presente. No sé qué más se le puede pedir a los profesionales del día a día en este oficio de la dirección de escena para que sean valorados en premios y galardones antes que los debuts de quienes están de paso por aquí.
La escenografía de Emmanuele Sinisi, colaborador habitual de Villalobos, resulta de una estética minimalista bella, limpia, que marca un sello identificativo propio. Pocos elementos se dan cita aquí, jugando a una iconografía que sirve de marco para la comicidad de esta obra que, si bien de final amargo y abierto, sigue siendo una comedia. El trabajo de Villalobos se centra en dar forma a los seis personajes de la ópera, les dota no sólo de vida, sino de porqués y argumentos, de razones para actuar como actúan. Guglielmo y Ferrando han desfasado en su despedida de solteros y han dejado plantadas a Fiordiligi y Dorabella en el altar, en esta historia circular que termina como acaba y que seguirá repitiéndose en su esencia hasta el presente. Sin duda, Così es algo que podría suceder en La isla de las tentaciones o durante un nanosegundo en el metaverso de los Preysler. Magnífica es la introducción de las madres de ellos dos, recalcando esa gran labor que tantas madres de familia han hecho por la igualdad. Y es que el otro gran eje en el que pivota la idea del regista sevillano es esa narrativa que muestra el paso de la niñez a la madurez, el camino a la vida adulta a través de los sinsabores, entre otros, del amor. Si bien lleva ahí desde Shakespeare, es de unas generaciones a esta parte cuando hemos encontrado la sensibilidad y el arte necesarios para darle forma (¿cómo no amar a Céline Sciamma, por ejemplo?). En este caso, Villalobos - prescindible añadido de Barbara Streisand con su People aparte - potencia ese retrato de unas muchachas que al fin y al cabo tienen 15 años, dejando atrás a sus peluches para aventurarse en lo que las hormonas les reclaman.
Desde el foso y el proscenio, orquesta y coro no encontraron las mejores formas en esta noche. La labor de Carlos Aragón al frente de Vespres d'Arnadí resultó un tanto plana a lo largo de la obra. Atento a concertar sobre el escenario, pero con una formación historicista que no sonó compenetrada ni compacta, con llamativos desajustes especialmente en los vientos, y en una lectura en la que se echó en falta mayor fantasía y color. Sobre las tablas, eso sí, un plantel de cantantes comprometidos con la propuesta. Una labor de equipo, coral, que mostró bellísimos momentos solistas en las voces de Jaquelina Livieri como Fiordiligi y Carmen Artaza como Dorabella. Esta última regaló junto a Josep-Ramon Olivé y su Gugilielmo el que para mí fue uno de los mejores momentos de la noche: Il core vi dono, junto al aria de Ferrando: Un'aura amorosa, cantada con exquisito gusto y sabiduría por Joel Prieto. Completaron el reparto el acertado, muy bien actuado Don Alfonso de Enric Martínez-Castignangi y la estupenda, tanto en lo actoral como en lo vocal, Despina de Paula Mendoza.