El magisterio de Ádám Fischer

Zaragoza. 19/03/2024. Auditorio de Zaragoza. Wagner: Tristan und Isolde, acto II. Daniela Köhler (Isolda). Dorottya Láng (Brangäne). Corby Welch (Tristan). Miklós Sebestyén (Marke). Juan Noval-Moro (Melot). Düsseldorfer Symphoniker. Ádám Fischer, dirección musical.

Si algo cabe admirar del sistema centroeuropeo de orquestas y teatros es su tradición, en el mejor de los sentidos del término. Me refiero a la capacidad que tienen sus atriles para resolver el repertorio que les es más propio, incluso aunque no se trate de las principales formaciones de Berlín, Múnich o Dresde, por ejemplo. La Sinfónica de Düsseldorf (Düsseldorfer Symphoniker) es una orquesta con amplio recorrido histórico. Es, no en vano, la segunda formación de carácter municipal más antigua de Alemania. Fundada en 1864, por su podio han desfilado batutas célebres como la de Jean Martinon (1960-1965) y batutas de nuestro país como Rafael Frühbeck de Burgos (1966-1971) o Salvador Mas (1993-1996). Desde 2015 cuentan con el húngaro Ádám Fischer como principal director. En la actualidad, la Sinfónica de Düsseldorf desarrolla su actividad en dos salas, en la Tonhalle de la capital alemana y en las dos sedes de la Deutsche Oper am Rhein, en Düsseldorf y en Duisburgo respectivamente.

Para esta gira por España la formación ha ofrecido dos programas alternativos: por un lado el que nos ocupa y del que disfrutamos en Zaragoza, con el segundo acto de Tristan und Isolde, y por otro lado un programa con la Quinta de Mahler. Siempre he dicho que el Auditorio de Zaragoza no es una sala propicia para la ópera. Por más que sus buenas facultades acústicas sean idóneas para el repertorio sinfónico, lo cierto es que las voces se dispersan sumamente y la calidad de la experiencia acústica varia sobremanera en función del lugar donde esté ubicado el oyente. Digo esto porque me consta que muchos asistentes a este concierto quedaron un tanto perplejos ante la dispar experiencia con las voces, no precisamente pequeñas. La orquestación wagneriana tampoco es la ideal para disponerse en un escenario abierto, con los metales sobreponiendose una y otra vez a la cuerda y forzando a los cantantes a batallar con una plantilla de casi cien metros situada a sus espaldas. Si uno piensa en el foso de Bayreuth, es fácil darse cuenta de que esta música fue diseñada para sonar justamente al revés.

Dicho todo esto, el trabajo de Ádám Fischer (1949, Budapest) fue tan magistral que se obro el milagro de un excelente segundo acto, al margen de los condicionantes ya citados. Sin partitura y siguiendo el texto con sus labios durante todo el concierto, Fischer ofreció un Wagner genuino y apasionado, de gran dinamismo, fraseado con incisión y amplio vuelo. La formacíon de Düsseldorf hizo gala de una cuerda compacta y precisa, con el color exacto que uno espera en esta música. Maderas y metales estuvieron a la altura, más allá de algún puntual destemple. Fischer hizo gala de una maestría simpar, como en los viejos tiempos, dominando la partitura con un oficio admirable.

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El reparto congregado para la ocasión fue más que solvente, destacando la pareja protagonista: por un lado la soprano alemana Daniela Köhler, de voz amplia y bien timbrada, de caudal lírico y probada familiaridad con este repertorio (ha sido Brünnhilda en los últimos dos Anillos de Bayreuth); y por otro lado el tenor norteamericano Corby Welch, seguro y firme, desenvuelto en el tercio agudo y con buenas dosis de lirismo. Su dúo, en la sección central del segundo acto de Tristan und Isolde, fue sin duda el mejor momento de la velada.

Completaron el elenco la arrojada y temperamental Brangäne de Dorottya Láng y el firme Marke de Miklós Sebestyén, quizá el cantante que mejor fraseo ofreció, al margen de una entrada a destiempo en la sección central de su amplio monólogo. La breve parte de Melot fue encomedado al asturiano Juan Noval-Moro.

Dejo para el final un comentario crítico con la organización, en referencia a la ausencia de sobretítulos. Quienes, por afición o por oficio, hemos tenido la fortuna de asistir a numerosas representaciones de Tristán e Isolda conocemos bien el devenir del segundo acto de esta ópera, más o menos familiarizados con su libreto. Pero la mayor parte del público congregado en Zaragoza, me consta, no tenía la menor impresión de lo que estaban cantando los intépretes, ya digo, en la total ausencia de sobretitulos. Habría sido muy sencillo -y muy conveniente- anticiparse a esta cuestión y favorecer una experiencia más integral de la música de Wagner.

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Fotos: © Auditorio de Zaragoza