Verdi, la música. Bieito, el teatro
París. 22/03/2024. Ópera de la Bastilla. Verdi: Simon Boccanegra. Ludovic Tézier (Simon Boccanegra), Nicole Car (Maria Boccanegra), Mika Kares (Jacopo Fiesco), Charles Castronovo (Gabriele Adorno), Étienne Dupuis (Paolo Albiani).Orquesta y Coro Ópera Nacional de París. Calixto Bieito, dirección de escena. Thomas Hengelbrock, dirección musical.
Conjunción difícil y siempre polémica la que surge habitualmente en una representación operística entre el realce de uno u otro de los componentes fundamentales del género: la parte musical y la teatral. Y aún más complicado encontrar el equilibrio entre esas partes, que no se devoren u opongan, sino que se complementen y realcen. En el Simon Boccanegra de Giuseppe Verdi que presenta estos días la Ópera Nacional de París (reposición de la producción estrenada en 2018), ese encaje está en gran medida conseguido. Y es que la producción que firma el burgalés Calixto Bieto, curtido hombre de teatro, nos presenta un enfoque que conecta perfectamente con el alma de esta ópera, estrenada en Venecia en 1857 con libreto de Francisco María Piave y profundamente revisada en 1881 para La Scala de Milán entre Verdi y Arrigo Boito. Precisamente es con la versión de 1881, más oscura, más meditada, ejemplo del Verdi más maduro, con la que el planteamiento teatral de Bieito encuentra una conexión que resulta realmente atractiva.
Al trabajo del director teatral se le podría tildar de distante, quizá frío, poco italianizante. Pero profundiza en una visión de la trama, y sobre todo del personaje principal, mucho más profunda, más introspectiva, que otras producciones más “canónicas”. Basándose en una escenografía, firmada por Susanne Gschwender, casi exclusivamente centrada en un monumental y apabullante casco de barco, que llena el amplio escenario del teatro de la Bastilla, y que gira sobre sí mismo durante toda la representación, Bieito deja que el drama de la ópera se desarrolle casi desnudo. La trama, algo enrevesada para los parámetros actuales, que bascula entre lo público y lo privado, entre las tramas políticas y los conflictos amorosos y fraternales, fluye en el deambular de los personajes por ese gran barco (especialmente en el caso de Simon y Amelia, su hija) y por el gran escenario vacío.
Esos grandes espacios, el esqueleto del buque, junto a las proyecciones, centradas también en el protagonista (gran trabajo actoral de Ludovic Tézier), las lentas salidas y entradas de los personajes de escena crean un mundo oscuro, triste, centrado en la añoranza del mar de Simon (político a regañadientes pero que ejerce el poder con mano dura), en una convulsa Génova manejada por sus dirigentes y en los amores de esos mismos políticos. Bieto, en fin, deja que la esencia del libreto de Piave-Boito se sienta sin ningún aditivo, dura y desgarrada. ¿Poco verdiano? A mi no me lo parece. Más bien creo que el director firma uno de sus trabajos más “humildes” ayudando a que Verdi triunfe sin interferencias.
Impresionante plantel de cantantes los reunidos para estas funciones. En primer lugar, como no podía ser de otra manera, el magnífico trabajo de Ludovic Tézier, uno de los mejores (si no el mayor) intérprete hoy en día de los papeles baritonales de Verdi. Un poco más flojo, dentro de su gran nivel, en el prólogo, fue llegando a su “velocidad de crucero” rápidamente, brindándonos un acto final de inmensa clase. Y eso, la clase, es lo que define principalmente al francés. La elegancia del fraseo, el poderío vocal, el canto noble, verdiano por los cuatro costados son marca de la casa y que hacen que la emoción del oyente sea constante cuando canta él. La escena que comienza con M'ardon le tempia... un'altra vampa sento, donde Simon busca, moribundo, la brisa del mar, es toda una lección de cómo se debe cantar Verdi. Tézier estrenó esta producción en 2018 y su conexión con la propuesta de Bieito es total, lo que se nota, como se dijo más arriba, en una creación de su personaje totalmente creíble.
Come in quest'ora bruna abrió la espectacular actuación de Nicole Car que nos brindó una María Boccanegra (o Amelia Grimaldi, como prefieran) de altísimo nivel. De bellísimo timbre, la voz de la soprano australiana, audible perfectamente en todo el teatro, no tiene ningún problema en toda su tesitura, estando especialmente destacada en un agudo limpio, brillante. En los dúos con el tenor estuvo a un altísimo nivel y cumplió ampliamente con el exigente trabajo como actriz que le pedía la producción.
El trío de ases de esta función lo completó Mika Kares en el papel de Jacopo Fiesco. El bajo finlandés (tierra privilegiada en esta cuerda) firmó un trabajo impecable, espectacular, de esos que no se olvidan fácilmente. El aria l lacerato spirito abrió con una inmensa fuerza y elegancia una intervención llena de puro Verdi. Y hasta la escena final su voz dominó la escena, elegante, profunda, potente, hermosa. Sus graves fueron de primera categoría, de los que no se oyen cantados con tanta seguridad habitualmente. Impresionante.
Buen trabajo de Charles Castronovo como Gabriele Adorno, especialmente en esa hermosa página para tenor que es Sento avvampar nell'anima, en la que se vio el buen nivel de este cantante y se le notó más implicado como actor. Más cómodo en la zona central y grave de la tesitura, no tuvo problemas para llegar a los agudos exigidos por la partitura, pero se le notó más tenso, quizá no sea el de Gabriele el papel más adecuado, actualmente, para su voz. Muy verdiano el desempeño de Étienne Dupuis como Paolo Albiani, destacando en la escena que abre el tercer acto Me stesso ho maledetto! donde lució sus dotes de buen barítono. Brillante, bien empastado, a estupendo nivel vocal, el oro de la Ópera de París que demostró su contrastada calidad.
Durante toda la representación me pregunté si entre Calixto Bieto y el director de estas funciones Thomas Hengelbrock (Fabio Luisi se ocupó del estreno de la producción en 2018), había habido algún tipo de acuerdo en que la dirección musical fuera premeditadamente lenta, reconcentrada, en muchas ocasiones oscura. No le va mal a esta producción esta visión, pero también es sabido que ralentizar a Verdi sin un buen pulso puede ser peligroso. En la cuerda floja estuvo Hengelbrock gran parte del tiempo. Con silencios que pretendían dar dramatismo a la acción, el ritmo general decayó peligrosamente en varios momentos, aunque finalmente y con el apoyo de una brillante Orquesta de la Ópera de París la parte meramente instrumental se pudiera considerar bastante positiva.
Música y teatro entendiéndose. Unos magníficos cantantes y una buena dirección de escena. Éxito y grandes aplausos del público. El resumen, para mi, una gran noche de ópera.
Fotos: © Vincent Pontet / OnP