Una de las grandes

Baden-Baden. 31/03/2024. Festspielhaus. Strauss: Elektra. Nina Stemme (Elektra). Elza van der Heeven (Chrysotemis). Michaela Schuster (Klytämnestra). Johan Reuter (Orest). Wolfgang Ablinger-Sperrhacke (Aegisth) y otros. Berliner Philharmoniker. Philipp Stölzl, dirección de escena. Kirill Petrenko, dirección musical.

Nina Stemme ha sido unas de las grandes cantantes de las últimas décadas. Y lo ha sido tanto por el impacto de su instrumento como por el arrojo e intensidad que siempre ha mostrado sobre las tablas. En suma, por la singularidad y solvencia de su arte, cabe hablar de ella como una de las últimas grandes sopranos que han pisado nuestros escenarios, una de las voces más importantes desde finales del siglo XX. En la actualidad, apenas rebosados los sesenta años de edad, Stemme bien puede sentirse satisfecha de una carrera notabilísima, a la que quizá tan solo cabría pedirle una mayor profundidad psicológica en su aproximación a algunos roles. Pero esa, ciertamente, nunca ha sido la baza que ha escogido jugar; y es que cada cantante elige sus cartas conforme a los medios de que dispone.

En el caso que nos ocupa, podría decirse que su Elektra es dura e implacable; más física que intelectual, más vocal que psicológica. Recuerdo bien la primera ocasión en la que escuché a Stemme: fue en Liceu de Barcelona, en 2009, con la Salome de Richard Strauss. La voz desde entonces ha evolucionado, lógicamente, pero no ha cambiado apenas en lo sustancial. En este momento, la sopreno sueca está emprendiendo una despedida progresiva con respecto a algunos roles mayores que han marcado su agenda en los últimos años. Estás funciones en Baden-Baden eran, se supone, su última vez como Elektra, lo mismo que el próximo mes de mayo, en Palermo, se despedirá en principio del rol de Isolda.

Stemme, a estas alturas, presenta algunas lógicas durezas en su ascenso al tercio agudo, con notas incluso que se le resisten y que acaban en grito. Pero poco importa, cuando la entrega es absoluta y cuando están ahí los acentos, el color, la intencionalidad... el teatro, en suma. Por otro lado el instrumento sigue siendo una gloria, poderoso y sin duda ideal para un canto tan impetuoso como el suyo. El papel de Elektra, todo hay que decirlo, no ha desempeñado nunca un rol central en la trayectoria de Nina Stemme, a diferencia de otros papeles del repertorio alemán como Brunilda o Isolda. De hecho, ha cantado Elektra en contadas -aunque siempre emblemáticas- ocasiones desde su debut con la parte en Viena, en 2015. Antes de estas funciones lo había paseado nada menos que por el Metropolitan de Nueva York (en 2022) y recientemente hizo lo propio en el Covent Garden (con Antonio Pappano).

Esta representación de Baden-Baden nos ha vuelto a mostrar a la mejor Stemme: una cantante poderosa e inteligente, dueña de un instrumento singular y superdotado, una de las artistas más completas y solventes de las últimas décadas para este repertorio, con un magnetismo especial y una entrega absoluta. Solo cabe dar las gracias a Stemme por haber cantado tantos años a un nivel tan alto, en un repertorio tan exigente. Una de las grandes.

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Dicho esto sobre Stemme, la verdad es que el resto del reparto reunido en esta ocasión, aún siendo solvente, no estuvo a su altura. Elza van den Heever decepcionó con una Chrysotemis de texto ininteligible, cuajada de sonidos fijos y sin candor alguno, apoyada en un fraseo superficial y de escaso interés. A su lado, como Klytämnestra, Michaela Schuster hizo de sí misma una y otra vez, aportando tensión teatral y carisma, pero repitiendo de algún modo los mismos gestos y ademanes que le hemos visto hacer ya para dar vida a otros roles. Johan Reuter fue un Orestes de muy poco fuste, de escaso impacto en sus acentos, demasiado gruñón y poco trascendente. Y el Aegisth de Wolfgang Ablinger-Sperrhacke quedó en anécdota, lastrado por una dirección de actores realmente básica.

Buen equipo de comprimarios, todo hay que decirlo, con Anthony Robin Schneider (Der Plfeger des Orest), Anna Denisova (Die Schleppträgerin), Lucas van Lierop (Ein Junger Diener), Kirsi Tiihonen (Die Aufseherin), Katharina Magiera (Erste Magd), Alexandra Ionis (Dritte Magd) y Dorothea Herbert (Vierte Magd).

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La Filarmónica de Berlín no ha terminado nunca de cuajar su papel como orquesta residente en Baden-Baden, ni en los años de Simon Rattle ni ahora con Kirill Petrenko. De algún modo da la impresión de que los berlineses están deseando cerrar este capítulo y retomar la senda del Festival de Pascua de Salzburgo, ahora comandado por Nikolaus Bachler. En todos los años que llevo asistiendo a las funciones de los Berliner aquí, apenas recuerdo una edición en la que verdaderamente hubiera magia, más allá del lógico y evidente asombro y admiración que despierta la formación de por sí, lo mismo que el alto nivel de voces con el que suelen trabajar. 

En esa ocasión, por lo que hace a esta Elektra, creo que Petrenko abusó del bisturí, en la búsqueda de una version de extrema nitidez y transparencia orquestal, de indudable tensión y brillantez en el plano ejecutivo, pero con un cierto déficit de narratividad y emoción. Faltó magia, quizá fruto de una suma de factores: la fría y seca acústica de la sala -la más grande de Alemania-, la igualmente fría y cuadriculada propuesta escénica y las limitaciones del reparto, no menos importantes. Haciendo un obvio juego de palabras, digamos que esta Elektra de Petrenko no fue todo lo electrizante que cabía esperar, a pesar de la extraordinaria prestación de los atriles. Brillantez, densidad, tensión, flexiblidad, belleza... los Berliner en su máxima expresión y Petrenko haciendo mucho, que no se me malinterprete, pero es que él mismo ha puesto el listón muy alto con los Strauss que hizo en Múnich y esta Elektra no rayó a tan deslumbrante nivel.

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En escena, en este afán tan absurdo que tienen todos los teatros y festivales de presentarnos cada año decenas de nuevas producciones de títulos que seguramente no las necesitan, se estrenaba una propuesta con la firma de Philipp Stölzl, regista alemán que contaba aquí con la colaboración de Philpp M. Krenn para la dirección de escena.

En realidad toda la propuesta gira en torno a la escenografía, del propio Philipp Stölzl, compuesta por una serie de bloques móviles, que parecen querer crear un ambiente opresivo, como sucede especialmente al final de la obra. Las más de las veces, sin embargo, la propia escenografía termina forzando a los cantantes a actuar y moverse en espacios exiguos y en posiciones incómodas. La única virtud de la escenografía, por buscarle una, es que contribuye a servir de concha acústica, amén de ser la pantalla en la que se proyecta el texto del libreto durante toda la representación.

Lo cierto es que la constante y perpetua proyección del texto del libreto sobre la escenografía, en un sempiterno primer plano, resulta fatigosa e invasiva, amén de innecesaria e irrelevante. La caracterización de los personajes, apoyada en el vestuario de Kathi Maurer, es detallada aunque demasiado obvia. Y en conjunto quedó la impresión de una Elektra perfectamente prescindible en el plano escénico. 

Dejo para el final un breve pero forzoso comentario sobre la realidad de este Festival de Pascua en Baden-Baden, en el que llamaba la atención poderosamente la notable existencia de huecos entre las butacas, con un aforo muy lejos del 'sold out'. Si una Elektra con Stemme, Petrenko y los Berliner no es reclamo suficiente para, al menos, llenar un 90% de la sala, entonces hay un problema. Y me atrevo a decir que el problema se agravará el día que se marchen a Salzburgo los Berliner. No me compete dar lecciones ni consejos, pero a la vista de las evidencias, me temo que urge tomar medidas.

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Fotos: © Monika Rittershaus