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Estética propia

Santander. 19/04/2024. Palacio de Festivales de Cantabria. Manuel Penella: Don Gil de Alcalá. Sofía Esparza (Niña Estrella), Carol García (Maya), José Luis Sola (Don Gil), Manel Esteve (don Diego), Pablo Gálvez (Carrasquilla), Carlos Cosías (Chamaco), Pablo López (Virrey) y otros. Orquesta Oviedo Filarmonía y Coro Lírico de Cantabria. Dirección musical.: Lucas Macías. Dirección escénica: Emilio Sagi.

En muchas ocasiones he sido testigo e incluso partícipe de conversaciones entre aficionados y melómanos en las que, de forma bastante natural, alguien despotrica contra la música del siglo XX de forma general, sin hacer distinción alguna entre las múltiples manifestaciones de la misma. Y es que conviene aclarar –creo haberlo hecho en más de una reseña de este tipo- que, en sentido estricto, no existe una ópera del siglo XX sino que entiendo sería más correcto hablar de la existencia de óperas del siglo XX, así, en plural. Porque no hay siglo en la historia de este hermoso arte más rico y plural en estéticas, más diverso y heterogéneo que el XX, el siglo en el que muchos nacimos y vivimos bastantes años. 

Esta perorata viene a cuenta de la constatación de que Manuel Penella estrenó Don Gil de Alcalá en 1932, en plena Segunda República española y pertenece, por lo tanto y en modo estricto, a eso que podríamos llamar “ópera del siglo XX”. Y sin embargo, su estética mira más al pasado y todos los espectadores, que cubrieron en dos tercios el Palacio de Festivales de Santander, se sintieron satisfechos de escuchar una ópera cómica española que no se prodiga en exceso. Sí, Don Gil de Alcalá se estrenó en 1932 y ese mismo año se terminó de componer, por poner solo un ejemplo, Moses und Aron, de Arnold Schönberg. Y convendrán conmigo en que cualquier comparación entre ambas obras es ociosa. 

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Don Gil de Alcalá se encuentra inmersa en la tradición más conservadora de la ópera española –si es que ésta ha existido alguna vez- y su libreto y música quedan incardinadas dentro de la tradición más convencional de la zarzuela grande y la ópera. El libreto, que recurre al tópico del pillo hispano clásico heredero del Lazarillo de Tormes, nos cuenta una historia de lo más estereotipada aunque utilice para ello el mundo de la América colonial como elemento peculiar. Vocalmente hablando nos recuerda a algunas de las zarzuelas grandes de la época, aquellas que se compusieron en la misma década, caso de Katiuska, Luisa Fernanda o La del manojo de rosas. Pero Don Gil de Alcalá es una ópera cómica, sin más pretensión. 

Dice Emilio Sagi en el programa de mano que la música de Penella le transporta al mundo mozartiano y no seré yo quien ponga en solfa las sensaciones personales de cada uno pero tal pretensión me parece excesiva. Estamos ante una ópera sencilla, cómoda, agradable y de trascendencia limitada, reflejo de lo que era la composición en la España de la Segunda República, por las razones que cada uno pueda poner sobre la mesa. 

La puesta en escena de Emilio Sagi ya se ha visto en Oviedo y Madrid y es muy luminosa y alegre. Domina el color amarillo sepia, como si el sol dominante en aquella América quedara algo matizado. En un momento histórico como el actual en el que parece predominar en las puestas en escena lo oscuro se agradece disfrutar del color de la luz natural. El atrezzo es mínimo y el escenario se nos aparece vano pero suficiente para el desarrollo dramático porque el optimismo nos invade a través de la luz.

Vocalmente la función se desarrolló de forma notable pero sin alcanzar la excelencia. El navarro José Luis Sola tiende en ocasiones a la languidez y no estamos ante una voz de  volumen importante pero nadie puede reprocharle la elegancia en el fraseo y su adecuación estilística. El agudo es suficiente aunque se advierte cierta merma en los últimos años. La también navarra Sofía Esparza tiene un agudo solvente y un timbre adecuado para papeles como el de niña Estrella y dio réplica más que adecuada a las exigencias del rol.

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Sus alter ego son Chamaco y Maya, el dúo cómico. Muy bien Carlos Cosías en un papel que ya ha hecho en varias ocasiones y que lo tiene muy trabajado mientras que Carol García mostró la que pudo ser la voz más rotunda del todo el elenco, notable su coparticipación en la célebre habanera del acto III. Manel Esteve tiene que asumir el papel más ingrato de la ópera, el del intransigente y celoso don Diego y nos enseñó una voz más que suficiente, dando a su personaje mucha credibilidad.

Quizás un poco escaso vocalmente Pablo Gálvez (Carrasquilla) aunque trató de dar la gracia necesaria a su personaje y poco trascendente vocalmente hablando el virrey de Pablo López. Juan Laborería dio empaque a su papel de gobernador, Marina Pardo fue una suficiente  madre superiora mientras que César Marañón quedo escaso en la parte más grave de su papel, la que corresponde con la autoridad que se le supone al padre Magistral. Los tres miembros del coro que asumieron pequeños papeles estuvieron muy bien.  

Lucas Macías fue capaz de llevar con ritmo adecuado gran parte de la ópera aunque en alguna ocasión pecó de cierta parsimonia. El Coro Lírico de Cantabria estuvo suficiente en su escaso trabajo.

El Palacio de Festivales presentaba una entrada que, desde mi localidad, intuyo se movía por los dos tercios de aforo, lo que reconozco me dejó algo sorprendido. De todas formas solo queda agradecer a la gestión de la ciudad que nos permitiera escuchar una obra de estética muy propia y autóctona y que no se prodiga tanto como otras de la misma época. En pocas semanas casi el mismo elenco dará forma al mismo título dentro del Festival de Teatro Lírico Español, de Oviedo. Al final de la función la satisfacción entre los asistentes era generalizada y, pata terminar y como el lector podrá imaginar, los tarareos durante la habanera fueron inevitables, así como los tres o cuatro teléfonos que se escucharon.

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