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La búsqueda del esplendor

Barcelona. 20/04/2024. L’Auditori. Obras de Victoria Poleva, Jean Sibelius y Edward Elgar. Marta Gardolińska, dirección. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña, Nikita Boriso-Glebsky, violín. Marta Gardolińska, dirección.

El último fin de semana antes de Sant Jordi –dia del Libro– ha vivido el último gran capítulo violinístico de la temporada sinfónica de L’Auditori, con el regreso de Marta Gardolińska a la batuta, y el virtuoso Nikita Boriso-Glebsky. El joven belga-ruso era la estrella invitada para interpretar el famoso Concierto para violín en re menor de Sibelius en un programa que ocupó el viernes y el sábado, encabezado por las famosas Variaciones Enigma de Elgar. Sibelius es precisamente el concurso que acabó de catapultar al violinista, del cual se alzó con la primera posición en 2010, y uno más de una fructífera racha de reconocimientos que le avaló recorrer las principales orquestas de Rusia y también le sirvió de escaparate internacional.

La del sábado fue una interpretación técnicamente ejemplar y perfectamente ejecutada, aunque ligeramente agrisada por una OBC que, al menos en el concierto del compositor finlandés, la segunda de las tres obras, no pareció ofrecer todo su esplendor. Gardolińska se adentró en el concierto equilibrando bien las dinámicas medias y el violín solista, aunque fue en los momentos cumbre, así como en los temas principales del Allegro moderato donde pudo echarse en falta lo anteriormente anotado; mayor presencia y cuerpo orquestal –aún teniendo en cuenta la menor plantilla respecto a las otras dos obras–. Sin embargo el solista, demostró comodidad en los pasajes de dobles cuerdas, un bello sonido sul tasto, y gran agilidad en los arpegios y escalas rápidas, así como ligereza en los pasajes de bariolage.

Nadie conoce mejor el violín que su propio violinista, pero sorprendió cómo Glebsky en los compases de espera sujetaba su instrumento, desde el clavijero, una manera no muy ortodoxa, antes de que el solista atacara la temida cadenza y la completara con resultados muy competentes, arrancando una espontánea ovación tras este primer tercio. El segundo movimiento sacó lo mejor de sus registros grave y medio, y el belga-ruso amansó a las bestias con unos bellísimos legati. Gardolińska finalmente extrajo lo mejor de la OBC en el tercero y Glebsky sacó su sonido más visceral de su instrumento, mostrándose muy ágil en la técnica ricochet –rebotes de arco– y el solista superó el resto de desafíos de manera solvente y espectacular. El visitante regaló a la audiencia el Recitativo y Scherzo de Fritz Kreisler, muy habilidoso en las triples cuerdas y en la polifonía: retos que parecieron fáciles al alcance de no muchos.

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Antes, la velada se había iniciado con la contemplativa pieza de la ucraniana Victoria Poleva (1962) con su obra Null (2010), que dejaba oírse en un auditorio nacional por primera vez en este programa. La propuesta de Poleva, un “retrato sonoro apocalíptico” es una obra consistente y coherente con la filosofía musical de la compositora, en la órbita de una estética musical vinculada a un minimalismo muy personal que impregna su catálogo.

Gardolińska, impulsora de las nuevas composiciones, hizo una lectura valiente y poderosa de una partitura que a algunos pudo resultar extraña, pero de innegable personalidad, y sobre todo, fiel a su propia naturaleza. Un potente pasaje de oleadas “corales” establecía los materiales y la tónica de los siguientes dieciocho minutos, para alternarse con pasajes basados en clústeres estáticos aderezados con armónicos y resonancias agudas. El cinturón de la obra lo ocupó una interesante progresión armónica –y melódica– antes de acercarse de nuevo a los materiales “apocalípticos” del inicio, dando sensación de estructura ternaria. La nutrida orquesta presumió de momentos de auténtica potencia trascendental gracias a una formidable sección de metales y percusión.

Tras el concierto de Sibelius la velada clausuró por todo lo alto con unas formidables Variaciones Enigma, bien desentrañadas por la batuta polaca, que ofreció una lectura poética y noble de las principales. Destacaron la segunda y especialmente la cuarta, donde la orquesta catalana volvió a lucir músculo; y la brevísima VII (Presto) "Troyte", que se desarrolló con gran brillo y energía. Maderas y cuerdas se dieron de la mano en la octava y juntos firmaron uno de los más bellos momentos de la tarde. La directora y su tropa brillaron, naturalmente, en el Finale, donde pudo verse a la polaca  alcanzar –y compensar– todo el esplendor que exige la partitura, conduciendo bien los cambios de tempo, y despidiéndose por lo alto de este esperado regreso de a la Ciudad Condal.

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Fotos: © May Zircus