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El cielo de la selva

Bilbao. 20/04/2024. Teatro Arriaga. Stephan: Die Ersten Menschen. Annette Dasch (Eve). Simon Neal (Adan). Daniel Schmutzhard (Cain). John Daszak (Abel). Euskadiko Orkestra. Robert Treviño, dirección musical. Calixto Bieito, dirección de escena. 

La selva lo demanda. La selva lo requiere todo. Es la entrega total, el sacrificio absoluto por la selva en la que vivimos. El último libro de Elaine Vilar Madruga, cuyo título he tomado para estas reflexiones, conecta con el principio de los tiempos, al menos para quienes crean en esta vía y viene a demostrar que la desconocida - pero magistral - ópera de Rudi Stephan, Die Ersten Menschen, sigue estando de rabiosa actualidad. "Si se desea sobrevivir aquí, ninguna mujer puede decidir no ser madre. Y ninguna madre puede no convertirse en una mera productora de carne humana para que el sistema de ofrendas y retribuciones siga funcionando".

Hay una gran carga de ello en estos Primeros humanos, donde Stephan y el libretista Otto Borngräber desacralizan los pasajes del Génesis en los que Adán y Eva son expulsados del Paraíso y donde Abel muere a manos de Caín. De hecho, Borngräber, que se basó en un texto propio, subtituló la ópera como "Un misterio erótico". En esta ópera que tiene bastante de oratorio sacro, se nos presenta a unos protagonistas con disyuntivas absolutamente terrenales. Hay una diatriba sobre el papel de la religión, incluso y la dicotomía sobre a quién situar en el centro del universo, si a dios o al hombre. Se nos presenta, por descontado, el impulso sexual de los jóvenes y la problemática de que Eva es su madre, sí, pero también la única mujer a su alcance. Y sí, todo ello parece vertebrado, tanto desde el texto como desde la visión de Calixto Bieito, en la ansiada libertad y reivindicación individual de Eva. Como mujer, como persona, antes, durante y después de ser madre. Reclama su sexo y su sexualidad, su atención, su capacidad para decidir y su voluntad propia, por encima de ser definida - por esa sociedad que está naciendo a manos de los hombres - a través de la maternidad. De su capacidad. De su imposibilidad. De su decisión sobre la misma. En este sentido, encontrarnos ahora con la obra de Stephan puede resultar una suerte de epifanía.

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El trabajo del director de escena es minucioso y se sustenta en lo simbólico de música y texto. Sobre el escenario encontramos el edén perdido, la destrucción del hogar, el cordero de dios, el ídolo pagano, el patetismo de los hombres ante un supuesto Dios - encarnado por el figurín de Abel... Todo en su sitio y en continua efervescencia, con la orquesta situada en la parte posterior, acercando el drama personal e íntimo, familiar pero universal, al espectador, del mismo modo que pudiera suceder en el teatro del Festen de  Vintergerg o el August de Lets. Para dar vida a todo ello, se ha contado en esta ocasión con cuatro artistas que pudieran hacer frente a las demandas actorales, inclinándose a menudo la balanza más hacia ello que hacia lo vocal. Anette Dasch está maravillosa, con una exigencia dramática tremenda y continuada en escena y dibujando un personaje creíble, cercano, absolutamente humano por todo lo comentado anteriormente. Descuadra más el Abel de John Daszak, con un centro vocal en buen estado, amplio, pero una zona aguda perjudicada por el paso del tiempo. Quizá incluso, con todo, fuera algo que de algún modo encaja con el perfil del personaje que se ha querido realizar dramáticamente hablando. Simon Neal se presenta estupendo, de voz recia, timbre contundente, como el hastiado padre de familia con sus propias y únicas preocupaciones del día a día. Y en la misma línea se sitúa el Cain de Daniel Schmtzhard, a quien también se le requiere darlo todo en escena, con un timbre grato, voz poderosa, encaminando a la humanidad hacia su existencia más profana y carnal.

Para terminar de redondear unas funciones absolutamente imprescindibles en la programación y en claro contraste con la oferta más tradicional de ABAO, en el Arriaga de Bilbao se ha contado con la Euskadiko Orkestra, comandada por Robert Treviño, quien realiza una lectura, diría, clarividente de la partitura. En su planteamiento del todo, en su narrativa, en sus amplias arcadas melódicas, en su exposición para todos aquellos que nos acercamos en vivo, por primera vez, a esta maravillosa obra que no suele programarse a menudo. La plasmación del universo de Stephan es diáfana, escuchando de forma clara las conexiones, el beber de este compositor que murió durante la Primera Guerra Mundial antes de cumplir los 30 años. Hay concomitancias con el universo mahleriano y hay una magistral herencia wagneriana. En la escritura para la orquesta, en el tamiz de los colores, en las partes vocales, de impresionante demanda, pero orgánicamente construidas. Qué lástima haber perdido a este enlace musical, este punte y camino que no sabemos a dónde nos hubiera llevado... pero qué suerte, al fin y al cabo, que el Arriaga lo haya recuperado.

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