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La fórmula mágica de Barrie Kosky

Ámsterdam. 03/05/2024. National Opera and Ballet. Puccini. Il Trittico. Daniel Luis de Vicente (Michele-Gianni Schicchi), Joshua Guerrero (Luigi-Rinuccio), Leah Hawkins (Giorgietta), Elena Stikhina (Suor Angelica), Raehann Bryce-Davis (Frugola-La zia principessa), Mark Omvlee (Tinca-Gherardo), Inna Demenkova (Suor Genovieffa-Lauretta). Coro de la Ópera Nacional. Orquesta Filarmónica de los Países Bajos. Dirección de escena: Barry Kosky. Dirección musical: Lorenzo Viotti.

El mundo de la dirección de escena quizá sea, en la actualidad, el más polémico dentro de todo lo que rodea a la ópera. Mientras cantantes, orquestas y directores parecen inmersos en una dinámica lógica de su trabajo, los directores, sobre todo los más señeros, centran sobre ellos un foco que no siempre es muy favorecedor. Las nuevas producciones se suceden y si en lo musical nos movemos en el “me gusta o no me gusta”, “ha estado flojo o me entusiasman sus maneras” en lo escenográfico hay verdaderas polémicas. De hecho, los abucheos que se pueden oír en el día de hoy van casi siempre dirigidos a esta faceta del espectáculo operístico. No vamos a entrar en la controversia de que si los directores son los dueños ahora de la ópera, si se provoca por el solo hecho de destacar, etc. Es un tema abierto y que implica muchos factores para resumirlos en una reseña.

Pero sirva esta introducción para destacar que en el caso del australiano Barrie Kosky y, claro, desde mi punto de vista, casi nunca existe. Kosky tiene una virtud, una fórmula mágica, que le permite sortear polémicas (aunque siempre las hay, esto es ópera, faltaría más) y esa pócima se llama “empatía”. No conozco a ningún director de los punteros que se entienda tan bien con el público como Kosky sin caer en lo trillado, aportando siempre un punto diferente a sus propuestas, analizando con profundidad la obra y mostrándosela a los espectadores para que se sientan cómodos y a la vez contentos porque lo que ven tiene un profundo sentido, no es lo “típico”.

Todo esto se ha comprobado en la nueva producción de Il Trittico de Giacomo Puccini que estrenó el viernes 3 de mayo la Ópera Nacional de Holanda y que supone (desde su fundación en 1965) la primera vez que se representa en este teatro esta (estas) obra tal como la concibió el compositor para su estreno en Nueva York en 1918. Kosky nos presenta una propuesta que une a través de la concisión y la sintetización de ideas las tres óperas que forman Il Trittico. Y lo hace de una manera aparentemente simple, con una escenografía basada en dos enormes paneles de madera clara que en forma de V se abren a la sala ocupando todo el espacio escénico.

Los elementos referenciales sobre las distintas historias narradas se van reduciendo de Il tabarro a Gianni Schicchi de una manera perfecta. En Il tabarro, el vértice de esa V está cortado por otro panel que se levanta al principio de la obra y da paso, hasta el borde del extremo del escenario, a una pasarela de madera que evoca el barco de Michele que navega por el Sena. No hay más, una estructura de madera, unas escaleras, para subir y bajar de ella, y un cubículo agobiante (también en V), su camarote, donde Michele y Giorgetta mastican sus odios, sus rencores y recuerdan un amor lejano.

Una espectacular iluminación, jugando con grandes sombras, obra de Joachim Klein (¡que gran equipo el de Kosky!), y el resto se centra (como ocurre toda la noche) en una impresionante dirección de actores, un trabajo para quitarse el sombrero y que demuestra la implicación total de los cantantes con la propuesta tanto en esta como en el resto de las óperas. Ah, y el humor, siempre presente, incluso en las dramáticas dos primeras obras y que,  por supuesto, domina, desbordante, gamberro y  bastante irreverente,  Gianni Schicchi.

En Suor Angelica, una gran escalera que va del escenario a lo alto de los paneles, base de la propuesta, y un aparador iluminado lleno de plantas (el jardín de hierbas medicinales de Angelica) son el atrezzo. Kosky convierte a la Zia Principessa en una mala, malísima de película de Disney, que tiene la crueldad de llevar a la caída en desgracia las cenizas y una foto de su hijo muerto. Suor Angelica no es un ser débil, lucha a brazo partido (literalmente) con su tía y se rompe de dolor al recordar a su hijo. Espectacular.

Con Gianni Schicchi, ya la V cerrada y nada más, todo se basa en una gran mesa en la que, antes de empezar la ópera propiamente dicha, los familiares celebran el cumpleaños de Buoso Donati, su rico familiar enfermo a los que todos pretenden heredar. Después de soplar las velas de la tarta Buso cae muerto encima de esta y empieza la delirante propuesta de Kosky. Necesitaríamos dos crónicas para contar todo lo que pasa en escena. La gente reía con ganas con las ocurrencias del director y con la comicidad de los cantantes. Excentricidad, como decía antes, y humor grueso (a lo Benny Hill) a raudales. Barrie Kosky en estado puro. Y que sea por muchos años porque esta producción se merece rodar y rodar por esos teatros del mundo.

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Pero hay otro triunfador, más discreto, conciso, casi hierático en el gesto pero magistral en el ejercicio de su oficio: Lorenzo Viotti. El maestro suizo presentó una versión comedida, sin estridencias, perfectamente planificada con la escena (al salir de los saludos finales Viotti y Kosky iban abrazados), concentrada en la esencia de esa música incomparable de Puccini. Con un enfoque diferente en cada obra, Viotti buscó lo que tiene Il Tabarro de vanguardista, destacando esos puntos que unen al compositor de Lucca con lo que se estaba creando en Europa en esos momentos. En Suor Angelica apareció el Puccini más romántico, más sinfónico, pero sin caer nunca en el melodrama. Y en Gianni Schicchi empatizando con la escena pero sin caer en astracanadas, buscando el humor fino, sin estridencias, el Puccini socarrón y también tierno. Una dirección excepcional en la que le acompañó una Orquesta Filarmónica de Holanda de altísimo nivel, especialmente brillante en Il Tabarro.

Y claro, un plantel de cantantes muy homogéneo, nada divo, sabiendo perfectamente que estaban al servicio de Puccini y de lo planteado por Kosky y Viotti y cumpliendo de sobra lo exigido. Al barítono Daniel Luis de Vicente tengo que confesar que era totalmente desconocido para mí hasta que lo oí en esta función. Nacido en Florida de familia española, se ha curtido en esa gran universidad que son las compañías que tienen la gran mayoría de los teatros de habla alemana. No he conseguido muchos más datos sobre él, solo constatar aquí que tiene voz y clase para estar cantando primeros papeles en cualquier teatro del mundo.  Impecable, duro fue su trabajo como Michele en Il Tabarro. Su proyección vocal (recordemos aquí que la escenografía de Kosky recogía perfectamente la voz y la proyectaba totalmente al teatro) es enorme, su centro es carnoso y firme y con ese toque que necesita este papel que tanto me recuerda a Scarpia, y se defiende perfectamente en la zona alta y en el grave. Su actuación en esta ópera fue de lo mejor de la noche. También estupendo como Schicchi, siguiendo las indicaciones cómicas del director escénico y desenvolviéndose perfectamente en lo musical. A ver si lo vemos pronto en los teatros españoles.

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Gran noche también la de Joshua Guerrero como Luigi en Il tabarro y Rinuccio en Gianni Schicchi. El agudo restallante, la entrega, la belleza de su timbre y el arrojo al enfrentarse a los momentos más comprometidos de su rol hicieron que fuera de los cantantes más aplaudidos de la noche. Leah Hawkins fue una Giorgietta competente pero no arrebatadora. Muy solvente como actriz, quizá su voz no es la más adecuada para este papel pero eso, como siempre, es una opinión.

Espectacular en lo actoral (y también en lo vocal) la Frugola de Raehann Bryce-Davis que lo bordó como La Zia Principessa en Suor Angelica: ¡qué fuerza arrolladora en el escenario! Un timbre espectacular de bajo el de Mark Omvlee como Tinca y Gherardo. Inna Demenkova fue Suor Genovieffa y Lauretta. Estupenda en los papeles y, como era de esperar, se lució gracias a una voz perfectamente trabajada en el archifamoso “O mio babbino caro”.

Y triunfando como Suor Angelica una grandísima Elena Stikhina, plena de facultades, interpretando y cantando de manera magistral ese papel tan bello, tan tierno y tan difícil. Fue una, por no decir la gran, triunfadora vocal de la noche ¿Qué decir del resto de cantantes? No fueron meros comprimarios, fueron grandes profesionales cantando papeles más cortos que sus compañeros pero que, unidos a ellos, hicieron que en la Ópera de Ámsterdam triunfara este arte tan maravilloso de la lírica.

Fotos: © Monika Rittershaus