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El hechizo del espacio-tiempo

Teatro Massimo de Palermo 22 y 24/05/24. Tristan und Isolde ópera en 3 actos. (1865), de R. Wagner. O. C. y cuerpo de baile del Teatro Massimo de Palermo. Dir. esc.: D. Menghini. Dir. Coro.: S. Punturo. Dir. Cuerpo de baile.: J. S. Colau. Director musical: O. Meir Wellber. N. Stemme / A. Oakes (Isolde).M. Weinius / S. Sakker (Tristan). I. Roberts / V. Urmana (Brangäne), R. Pape / M. Kuzmin-Karavaev (König Marke). A. Bondarenko (Kurewnal). M. Turk (Melot), A. Schifaudo (Ein junger Seeman/Ein Hirt) y A. Espinosa (Ein Steuermann).

Hacía prácticamente más de medio siglo que no se veía una nueva producción de Tristan und Isolde en el Teatro Massimo de Palermo, ciudad especialmente vinculada con Wagner, pues fue en esta capital siciliana donde el mago de Bayreuth finalizó la composición de Parsifal. De hecho todavía se puede ver en el hall de la entrada al monumental Teatro Massimo, el teatro de ópera más grande de Italia -y el tercer edificio operístico más grande de Europa, después de la Ópera de París y de la de Viena-, el harmonium con el que Wagner finalizó la composición de su Parsifal en la ciudad palermitana.

Precisamente fue con la última ópera de Wagner que el maestro israelí Omer Meir Wellner, se presentó en el Teatro Massimo la temporada 2019/20 para empuñar su nombramiento como nuevo director musical de la ópera de Palermo a partir del 2020. Un giro wagneriano pues que con esta nueva producción de Tristan, el maestro Wellber se despide del Massimo como director musical del teatro puesto que a partir de la temporada que viene, 2024-25 será el nuevo Director General Musical de la Ópera Estatal de Hamburgo y Director Titular de la Orquesta Filarmónica Estatal de Hamburgo.

A todo esto hay que sumar la titularidad en el rol de Isolde de la insigne soprano sueca Nina Stemme (Estocolmo, 1963), quien canta por última vez el que probablemente ha sido su rol más emblemático y que ha interpretado por todo el mundo durante treinta años. Con todos estos ingredientes el Teatro Massimo ha sacado pecho y ha ofrecido una nueva producción de interés notable con un reparto de grandes e históricas voces wagnerianas alternadas con nuevos nombres a seguir en el siempre complejo mundo de los cantantes especialistas en el mago de Bayreuth.

Al maestro judío Omer Meir Wellber (Beerseba, 1981), como ya comentó en la entrevista publicada en Platea Magazine este mes, no le gusta el Wagner retórico, a nivel interpretativo, y huye de los tempi aletargados y discursivos con los que buena parte de la tradición musical ha querido imponer desde el foso. Wellber firmó una lectura concisa, unas tres horas y media de música, de evocadora celeridad, con un agradecido trabajo del coro y un dinamismo quizás más deudor de la fantasía del Fliegende Höllander que no de la majestuosidad burguesa de los Meistersinger.

Desde una obertura de dinamismo palpitante, donde el juego de harmonías y contrastes fue en un in crescendo sin pausas ni contrastes pero sin perder la poesía inherente a la ópera. Wellner ofreció un trabajo sugerente y elástico en la elección de los tempi, con una tendencia al frenesí afrodisíaco que tiene su cúlmen en el nuclear duo de amor del segundo acto. Aquí la orquesta del Massimo se descubrió cómplice y ávida de sonidos elegíamos y sugerentes, con unas cuerdas fluidas y flexibles, pero sobretodo con un preciosista trabajo de los vientos-maderas, de una calidad poética notable y unos metales solemnes y oníricos. 

En suma, un trabajo alentador, sin alambicamientos ni grandilocuencia pero sin perder la magia metafísica de una obra que hechiza al espectador con una creación del espacio-tiempo que lo rapta de la realidad durante la representación.

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Nina Stemme (Estocolmo, 1963) )firmó una Isolde madura, de hechura vocal todavía imponente, con un centro abismal, marca de la casa, unos agudos controlados y generosos, con la consecuente pérdida de esmalte vocal producido por el paso de los años, pero con una dignidad y control de medios de auténtica leyenda del canto wagneriano. Si en el primer acto, su Isolde vengativa fue un dechado de virtudes por el dominio de una tesitura siempre ancha, mórbida y solemne, en el segundo ofreció la Isolde lírica y amorosa con un sugerente dominio del instrumento, siempre presente y con unos reguladores de maestra. En el tercer acto, finalizó con un Liebestod lleno de intenciones, hiriente e irisado, basado en un instrumentos que siempre fue y mantiene denso, pulposo y con un control de la emisión y la proyección que retumbó en el gran Massimo con la firma de una diva mítica que el público nunca olvidará.

Le dio la réplica como Tristan, su alter-ego amoroso, su compatriota el tenor sueco Michael Weinius (Estocolmo, 1971), en gran forma y con un sucinto control de medios para firmar una más que meritoria interpretación. De timbre generoso, armónicos notables y articulación precisa, fue un Tristan más heroico que lírico, menos expresivo que intrépido, pero sin duda con un instrumento adecuado, de tesitura compacta y resuelta que dominó un tercer acto de manera alentadora. No tiene el dominio del control de los matices ni un fraseo todavía falto de intenciones, pero fue un Tristan notorio y digno partenaire de tan icónica Isolda.

Otro histórico del canto wagneriano, el König Marke, del bajo alemán, René Pape (Dresde, 1964), demostró este sí, un fraseo de libro, plagado de intenciones y colores que compensaron unos agudos ya tirantes y ciertas notas de afinación dudosa que no le restaron solvencia, majestuosidad y generosidad interpretativa.

Llamó la atención la atractiva tersura vocal de la mezzo estadounidense Irene Roberts (Sacramento, 1983), quien debuta este verano en Bayreuth como Venus del Tannhäuser en la celebrada producción de Tobias Kratzer. Roberts posee un instrumento redondo, tímbricamente pulido, con un canto comunicativo y de natural belleza en la expresión que hizo resplandecer en las poéticas intervenciones del dúo de amor del segundo acto. Una cantante en un punto muy atractivo de su carrera que vale la pena seguir con atención.

Rotundo, con un notable carácter aguerrido y mundano el Kurwenal del barítono ucraniano Andrei Bondarenko. Dueño de una voz sonora, con cierta tendencia a sonidos fijos que atendió muy bien al escudero fiel y algo rústico con una impecable caracterización vocal.

Más que correcto el barítono croata Miljenko Turk como el traicionero Melot, para un cast de secundarios que redondearon dejando muy buena impresión tanto el tenor palermitano Andrea Schifaudo como el barítono chileno Arturo Espinosa.

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La producción de Daniele Menghini responde a una poética asimilación del espíritu de las obras de Shakespeare, con un hilo teatral que enlaza su Romeo y Julieta, con el Tristan wagneriano. En ese sentido es una recreación del espacio desnudo del escenario, con los trabajadores a vista en los cambios de escenografía y movimientos de atrezzo, en una especie de work in progress metateatral de curioso efecto. Se recrea la escena del pañuelo del  balcón shakesperiano en el dúo del segundo acto, se ve a un Hamlet con diversas calaveras en avance a las muertes del tercer acto, un actor desnudo a modo de querubín sacado quizás de un Midsummer’s Night dream al que también parece evocar la producción con los bailarines y animales que se dan cita al inicio del acto segundo.

La mezcla de cantantes que asisten a los ensayos de la ópera, con una fusión de realidad y fantasía funciona a pesar de lo naïf de la propuesta, con unos cuadros plásticos de efectivo resultado, Isolde alumbrada por un Eros en su muerte final, que hacen de esta propuesta una producción sencilla pero con toques líricos que no molestarán al espectador más conservador y entretienen, sin aportar mucho, al más acostumbrado a propuestas más ambiciosas a nivel interpretativo.

En el reparto alternativo, convenció la solvencia de la soprano británica pero de formación germánica Allison Oakes. Con un instrumento más ligero que Stemme, tiene sin embargo una considerable extensión, a pesar de agudos cortos, con un centro muy noble y unos graves solventes. Su Isolda, más lírica que dramática, evolucionó con naturalidad, llegando a firmar una notable muerte para una soprano que está en pleno proceso de inmersión en el repertorio wagneriano más dramático.

Una voz a descubrir fue la del Tristan del tenor australiano Samuel Sakker. Un emergente heldentenor, quien ya ha interpretado el rol de Tristan en las óperas de Lorraine, Caen o Vlaanderen, y que presentó un instrumento de estimulante calidad. El timbre tiene presencia y brillantez, la proyección es más que correcta y la densidad, todavía algo lírica, presenta una flexibilidad y coloración adecuadas que destacó en una heroica muerte, más caballeresca que lírica. Dio una estimable réplica en el dúo de amor y se consolida como uno de los heldeltenores a seguir en su evolución para los próximos años.

El joven bajo ruso Maxim Kuzmin-Karavaev, fue un König Marke más elegíaco que severo, con un timbre y color melosos que lució sin problemas de tesitura. Solo le falta redondear mejor la emisión, con un centro menos irregular para un instrumento y canto de sensible y notoria expresividad.

La gran Violeta Urmana fue esta vez una discreta Brangäne. La voz ha perdido mucha presencia, esmalte y color, y pese a la dignidad inherente del instrumento, esta vez pareció más cansada y con un canto más rutinario que emotivo.

Unas atractivas funciones wagnerianas en Palermo basadas en el simbólico adiós al rol de Isolda de una inolvidable Nina Stemme y a la inquieta batuta de un Omer Meir Wellner lejos de los estereotipos otorgados a las batutas especialistas en el repertorio wagneriano.

Fotos: © Rosellina Garbo