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Amén a lo nuevo y a la tradición

Barcelona. 31/05/24. L’Auditori. Rumbau, García-Tomás, Magrané: Tres elegies para barítono y orquesta. Josep-Ramon Olivé, barítono. Verdi: Misa de Requiem. Joyce El-Khoury, soprano; Rinat Shaham, mezzosoprano; Andrei Danilov, tenor; Dmitry Belosselskiy, bajo. Orfeó Català. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Ludovic Morlot, dirección.

El pasado fin de semana la OBC despidió su temporada nada menos que con el colosal Requiem de Verdi y un co-estreno a cargo de Octavi Rumbau, Raquel García-Tomás, y Joan Magrané, uno de los “tríos” de la escena compositiva “joven” más activo de la comunidad catalana. Si bien el reto de componer una obra a tres manos, aunque se trate de un movimiento por compositor, puede ser un factor relativamente exigente el hacerlo siguiendo un hilo conductor que conecte con la misa de difuntos de Verdi también es otro a tener en cuenta. 

Así pues, con cierta conexión tonal y temática, las dos obras cuajaron bastante bien, a pesar de una ser litúrgica, y la otra “profana”, y ambas se encuadraron dentro del misticismo, del miedo y del culto –o del respeto– a aquello que desde tiempos primigenios siempre fue para el homo sapiens un misterio: la muerte. Si la muerte es esencialmente soledad, entonces hay un paralelismo con la mera tarea de componer, ya que, al margen de parábolas metafóricas, la soledad es un factor también inherente a la propia composición. Rumbau, el más vetarano de los tres, preludió el estreno comentando brevemente cómo encararon esta peculiar composición conjunta de tres movimientos –menos solitaria– en el que los tres asentaron las bases programáticas y musicales de este tríptico para barítono y orquesta sinfónica. 

Elégie d’après Liszt, la primera y también de Rumbau, se dejó oír como una propuesta verticalmente espesa –en el buen sentido–, con ecos al compositor austrohúngaro y rica en armonías aumentadas que dotaban a la pieza de cierto halo de misterio. Josep-Ramon Olivé emergía con versos de Agustí Eura a partir de una atmósfera orquestal basada en notas largas que respetaba la tesitura del solista, mientras Morlot tejía puntos de unión entre barítono y orquesta en forma de unísonos que dotaban de sintaxis a los bloques orquestales antes de abordar el final abierto que concluía la elegía. Un sonet de Francesc Fontanella era la propuesta de Magrané, el más joven, y aunque, en sintonía con la anterior, marcadamente más dramática. Magrané hizo hincapié en la claridad de las entradas de voz, casi en “pregunta-respuesta” con la orquesta, y tejió una interesante textura con glissandi descendientes durante un largo pasaje. Olivé lució su mejor rango medio y se encontró cómodo en un discurso más melódico mientras Morlot equilibraba bien las contundentes percusiones graves. En otro texto de Fontanella también se inspiró García-Tomás para su Ara sí que ets divina, homenaje a su abuela de cien años. La compositora vuelca su imaginación en una textura fluida y en constante movimiento interno y la OBC supo sacar a relucir todos los armónicos y destellos diseminados por la sección de cuerdas. García-Tomás enfatizaba la palabra “divina” y Olivé se alzaba con claridad a partir de un tejido orquestal muy creativo. Las tres elegías se desenvolvieron correctamente en lo musical y sus tres partes mantuvieron cierta coherencia estética y narrativa, algo que el numeroso público no dudó en aplaudir con insistencia antes del ecuador del programa.

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El monumental Requiem de Verdi, que ha sido sin duda, uno de los mayores desafíos de la temporada, volvió a L’Auditori con un formidable vigor. No en vano, esta producción ha contado con la soprano libanesa Joyce El-Khoury, la mezzo-soprano israelí Rinat Shaham, el tenor ruso Andrei Danilov, y el bajo ucraniano Dmitry Belosselskiy además de ciento dieciséis integrantes del Orfeó Català. Morlot extrajo lo mejor de cada parte en lo vocal, lo coral y lo orquestal y preparó algunas sorpresas, como las trompetas en los laterales del cuarto piso a modo “responsorial”. 

El-Khoury, destacó en el cuarteto del Kyrie, junto Danilov, y presumió de su extraordinario vibrato y una prodigiosa voz, superando una alergia que únicamente se dejó notar algo en el último número. La mezzo sin duda tuvo también sus momentos, especialmente en Judex ergo, y en Lux Aeterna, sobre el incandescente tremolo de la cuerda. Belosselskiy sacó su color más profundo en el Tuba mirum y Danilov, en substitución de Francesco Pio Galasso, tuvo grandes momentos de inspiración, como en Inemisco. El cuarteto destacó a capela en el Lacrimosa donde los solistas se compenetraron a la perfección, y no peor funcionaron los tríos. El Orfeó Català mostró de nuevo su alta competencia en varios mementos, como el Hosanna in excelsis, que fue uno de los grandes momentos. Morlot erigió un altar musical en el Sanctus y el director realzó las partes polifónicas. Destacaron, naturalmente, los pasajes del Dies Irae, que sacudieron más de una cabellera en los que coro y orquesta tocaron techo. Un magnífico Libera me hizo el silencio antes de clausurar una velada a la altura de la ocasión.

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Fotos: © May Zircus