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Citius, altius, fortius

Sevilla. 24/06/2024. Teatro de la Maestranza. Obras de Rimsky-Korsákov, Rajmáninov y Dvorák. Wiener Philharmoniker. Lorenzo Viotti, dirección musical.

Corría el año 1992 cuando la Filarmónica de Viena visitó Sevilla en ocasión de la recordada Exposición Universal. Lo hizo entonces bajo la batuta del célebre Claudio Abbado, con obras de Mozart y Mahler en el programa, y han pasado más de treinta años hasta una nueva actuación de los Wiener en la capital andaluza. Lo han hecho este lunes de la mano de uno de las jóvenes batutas emergentes, el suizo Lorenzo Viotti.

Cuando uno es apuesto y bien plantado, como es el caso de Lorenzo Viotti (Lausana, 1990), debe de ser agotador levantarse cada mañana con la sensación de tener que demostrar que uno además tiene talento. En su caso se suma además otro factor, el recuerdo de la figura de su padre, el desparecido Marcello Viotti, fallecido en 2005 cuando el propio Lorenzo tenía apenas quince años de edad. 

Digo todo esto porque el nombre de Viotti se viene sumando al del omnipresente Klaus Mäkela y al del barbilampiño Tarmo Peltokoski como una de las batutas prominentes en el panorama internacional y está, ciertamente, en el momento de demostrar lo que vale. Por otro lado, con sus posts en Instagram, digamos que más desnudo que vestido, marcando nalgas y abdominales, el propio Viotti tampoco ha puesto fácil desligar su apariencia física de su proyección profesional. 

Tras un tiempo como percusionista, en 2012 Viotti recibió el primer premio del Concurso Internacional de Dirección de Orquesta de Cadaqués y en 2015 ganó el certamen para jóvenes directores del Festival de Salzburgo. Después de su paso por la Orquesta Gulbenkian de Portugal, de la que estuvo al frente entre 2018 y 2021, Lorenzo Viotti se convirtió en director titular de la Orquesta Filarmónica de los Países Bajos y de De Nederlandse Opera, cargos que abandonará al finalizar la temporada 24/25. 

Dicen los mentideros -a menudo llenos de información confusa e interesada- que la Orquesta Nacional de España ha tentado incluso a Viotti como posible sucesor de David Afkham. Lo cierto es que la agenda del joven maestro suizo está libre de compromisos estables a partir de 2025.

Cosas más raras se han visto… aunque yo nunca entenderé que se valore nombrar a un titular que ni siquiera ha dirigido a una orquesta. Sea como fuere, lo cierto es que incluso hubo un tiempo, meses atrás, en que habló de Viotti como un gran tapado para la Scala de Milán, antes de que cuajase el relevo de Chailly a través de Daniele Gatti. No en vano dirigió allí Simon Boccanegra el pasado mes de febrero, sin causar gran impresión.

Sea como fuere, Viotti es un director de indudable potencial, con un gesto vigoroso y casi atlético, vistoso, aunque no todos sus ademanes tengan el debido efecto sobre los atriles. El programa ofrecido en Sevilla era desde luego atractivo, comenzando con el Capricho español de Rimsky-Korsakov, en evidente guiño a esta gira de los Wiener por nuestro país, que ha incluído también conciertos en Oviedo y en Granada, tras varios conciertos en Viena que han supuesto el debut de Viotti con la formación vienesa.

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Partitura indudablemente colorista, Viotti optó aquí por un ritmo vivísimo, casi atropellado en el arranque, aunque fue encontrando espacios de mayor reposo y delectación en las páginas centrales de la partitura, sacando lo mejor de las maderas de los Wiener. Buen desempeño del concertino Volkhard Steude y muy bien tirado el "¡Olé!" de los músicos tras su intervención solista de la cuarta sección de la obra. Viotti volvió a buscar el citius, altius, fortius en el 'Fandango asturiano' final, remarcando el virtuosismo de los Wiener.

Viotti tuvo buen tino al incluir una obra poco interpretada pero indudablemente valiosa como es La isla de los muertos de Sergei Rajmáninov, inspirada en el cuadro homónimo de Arnold Böcklin. Tuve la impresión de que el maestro suizo sintonizaba bien con el tinte dramático y casi operístico de la obra, manejando con buen pulso el dinamismo de la pieza, con ese fraseo cíclico tan singular. Quizá hubo margen para construir mejor algunas tensiones y crescendi, pero en lineas generales fue una versión muy estimable. 

El broche a la velada vino de la mano de la Séptima sinfonía de Antonín Dvorák. En todo momento fue un gusto escuchar a la cuerda grave de la Filarmónica de Viena cantando las melodías de aíres bohemios de la partitura de Dvorák, singularmente en el segundo movimiento, donde Viotti encontró un buen encaje de tiempos y dinámicas. Los Wiener aportaron un aire indudablemente brahmsiano a la ejecucución. Viotti tuvo aquí no obstante sus altibajos, con un Scherzo más vacuo y más básico, en claro contraste con el citado Poco adagio, tan bien manejado, y en contraste también con un Finale casi paroxístico, en el que partitura y atriles manifestaron un inspirado entendimiento.

Viotti, por cierto, dirigió todo el programa de memoria, sin partitura alguna, demostrando haber estudiado a conciencia tres obras tan diversas. De propina la Filarmónica de Viena ofreció una versión muy personal y estimable de la Danza húngara número 1 de Brahms, un punto exhibicionista pero sin duda disfrutable, un auténtico lujo en manos de semejante orquesta. 

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Fotos: © Teatro de la Maestranza