Un viaje por el melodrama italiano

Peralada. 27/07/24. Festival Perelada. Obras de Rossini, Bellini, Donizetti, Verdi, Puccini, Leoncavallo, Cilea y Giordano. Anna Pirozzi, soprano. Quartetto Lirico Italiano. Sophia Muñoz, piano.

La soprano napolitana Anna Pirozzi debutó en el Festival Perelada en 2022, encarnando el rol de Abigaille en un Nabucco en versión de concierto y este año ha regresado al festival ampurdanés para trazar un homenaje al melodrama italiano. A través de su voz disfrutamos de un programa titulado "Addio, mio dolce amor", tomando prestado un verso de la ópera Edgar, de Puccini. Acompañada por los músicos del Quartetto Lirico Italiano y por la pianista Sophia Muñoz, la cantante italiana recorrió algunas de las más célebres arias para soprano de autores que iban del belcanto (Rossini, Bellini, Donizetti) al verismo (Leoncavallo, Cilea, Giordano) y pasando por descontado a través de Verdi y Puccini, tomado el de Lucca a la sazón como epicentro de este recorrido.

Durante toda la velada disfrutamos de unos originales y cuidados arreglos para cuarteto de cuerdas y piano, salidos precisamente de la mano del viola del conjunto, Luca Pozza. De todos ellos destacaría, por su inspirado tejido melódico, el que giraba en torno al Trittico de Puccini, culminando con la irrupción de Anna Pirozzi para cantar 'O mio babbino caro". Muy grato asimismo escuchar una pieza como 'Casta diva' con un acompañamiento más recogido y sutil si cabe. No me gustó tanto, en cambio, la paráfrasis de Rigoletto, algo caótica para mi gusto.

El Quartetto Lirico Italiano exhibió buenos mimbres, quizá con algún instante falto de un empaste más logrado entre los violines. Me gustó mucho el fraseo de la violonchelista Livia Rotondi, quien tuvo además ocasión de lucirse con un par de momentos en solitario, como la introducción a 'La mamma morta'. E impecable el trabajo de la pianista Sophia Muñoz, quizá relegada un tanto a un segundo plano con estos arreglos, pero fundamental a la hora de dar verdadera entidad concertística al programa.

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Vocalmente hablando, Anna Pirozzi demostró que está en un momento de manifiesta madurez y lucimiento, cantando a placer en todas y cada una de las intervenciones, sin sonidos forzados ni titubeos, segura y cómoda, con una naturalidad realmente digna de aplaudir y abundando en detalles de buen gusto y de recuerdo 'caballístico', si me permiten el palabro, con un par de messa di voce muy bien gestionadas.

De todo el programa presentado destacaría varias piezas: por un lado el buen hacer de Pirozzi con la citada 'Casta diva', una especialidad ya en su repertorio, cantada aquí con un aplomo y una serenidad difíciles de ver; igualmente el poderío y flexibilidad vocal desplegados con el 'Pace, pace mi Dio' de La forza del destino; y una versión impecable, límpida y teatral, de 'Io son l´umile ancella' de Adriana Lecouvreur, un rol que ha debutado este año en la Ópera de París.

Y muy estimables también los dos fragmentos de Puccini: por un lado el que daba título al recital, el citado 'Addio, mio dolce amor' de Edgar, una pieza que desde luego habría que reivindicar, muestra indudable del talento genuino del genio de Lucca, con esa inconfundible inspiración melódica; y por otro lado una impecable versión de 'In quelle trine morbide' de Manon Lescaut, mostrando aquí Pirozzi la amplitud de su registro y la variedad de su repertorio.

Quizá lo menos inspirado fue precisamente lo primero que cantó Pirozzi, el 'Juste Ciel!' de Le siège de Corinthe de Rossini, con una buena exhibición de canto spianato pero con una excesiva distancia expresiva. Peccata minuta, desde luego, para un recital que superó expectativas, pues cabía la razonable duda sobre lo bien o mal que funcionaría un programa así con el acompañamiento previsto de cuarteto de cuerdas y piano. Por esta vez, al menos, fue buena idea salir de la zona de confort y dejar a un lado la rutina del tradicional recital con piano.

Pirozzi por cierto supo jugar muy bien con la particular acústica de la Iglesia del Carmen de Peralada, situándose en diversos lugares del altar en cada momento, otorgando además así al recital algo de dinamismo. La velada se cerró por cierto con dos hermosas canciones napolitanas ('I’ te vurria vasà' y 'Dicitencello vuie'), convenientemente arregladas para la formación en cuestión y desgranadas con buen gusto -algo que no siempre pasa con este repertorio- por la voz de Anna Pirozzi, quien no se resistió a coronar la segunda y última con un timbradísimo sobreagudo.

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Fotos: © Miquel González - Shooting