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El imperio Puccini

Sevilla. 07/11/2024. Teatro de la Maestranza. Puccini. Turandot. Oksana Dika (Turandot), Jorge de León (Calaf) Marta Urbieta-Vega (Liú). Coro del Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Dirección de escena: Emilio López sobre la dirección de Sonja Frisell.. Dirección musical:  Gianluca Marcianò.

Se celebra este mes el centenario de su fallecimiento, y Giacomo Puccini está en todas las temporadas de ópera. Algo tampoco extraño, porque es de los compositores más programados, un valor seguro que consigue casi siempre llenar los aforos de las casas de ópera. Podríamos asegurar que es el favorito del público, y que cien años después sus óperas tienen, si cabe, más éxito que en vida del autor. Del valor de la música de Puccini se discutió en su tiempo y se sigue haciendo. Esta misma semana reseñaremos en Platea un excelente libro de la musicóloga Alexandra Wilson editado por Acantilado y titulado El «problema» Puccini, en el que se hace un exhaustivo repaso de la trayectoria de la crítica sobre la figura del maestro de Lucca. Y es que Puccini aúna dos facetas que le hacen un “emperador” operístico: la calidad de su música y su indudable tirón entre el público. Y ahí tenemos la función del pasado día 7 de la última e inacabada de sus óperas, Turandot, que ha programado este mes de noviembre el Teatro de la Maestranza de Sevilla.

Creo, dada la popularidad de la obra, que no es necesario entrar aquí en explicaciones sobre su argumento o su trayectoria. Solo recordar que el maestro murió en Bruselas antes de finalizarla, y que, años después del estreno de la obra hasta lo último escrito de su mano (la muerte de Liu), se encargó al compositor Franco Alfano que la completara con el final con el que ahora suele presentarse (como ocurrió en Sevilla). Más tarde otro maestro italiano, Luciano Berio, creó otro final pero este, que tiene gran calidad, no es tan frecuente en los teatros como el de Alfano.

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Dos puntos destacaron de esta representación sevillana. Por una parte el extraordinario trabajo del Coro del Teatro de la Maestranza que dirige Íñigo Sampil. En Turandot el pueblo tiene un papel muy relevante en el desarrollo musical y es el contrapunto coral a la historia de la Princesa de hielo y su pretendiente Calaf. En todo momento el coro se mostró en plena forma, bien empastado, con cada una de las voces bien definida y con el acicate de una dirección que le llevó en volandas, consiguió momentos de gran emoción. Es una agrupación que es fundamental en este teatro y que suele dejar buen sabor de boca pero esta vez estuvieron excelentes.

Como excelente fue también el trabajo de Jorge de León como Calaf, el príncipe ignoto, que lucha por el amor de la distante Turandot. Curtido en mil batallas puccinianas, el tenor canario domina este papel con su personal estilo que mezcla arrojo y un agudo al que llega con envidiable forma y con un fiato que sigue admirando al oyente. Permítanme una disquisición personal. Mientras lo oía lanzar los famosos “Turandot, Turandot, Turandot” haciendo sonar el gong me vino a la cabeza como sería oírle los famosos “Wälse” del primer acto de La Walkiria. Una vez más su profesionalidad y el buen trabajo dió sus frutos.

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Turandot es uno de los papeles más ingratos para una soprano. No es nada fácil el famoso monólogo que comienza con In questa Reggia y todos las notas altas que el rol exige. Es un tour de force en el que la cantante es llevada al límite. Oksana Dyka es una reputada soprano que conoce bien el papel, pero en la función que se comenta no estuvo todo lo acertada que se podría esperar. Su agudo fue muchas veces gritado y la voz sonó con tonos agrios, pese a una excelente proyección y un volumen de gran categoría. Los dúos con el tenor fueron sobresalientes, sobre todo en la parte final de la obra pero no consiguieron que podamos calificar su trabajo de redondo.

¿Quién no triunfa cantando Liù? Sabido es que Puccini mima los papeles femeninos, pero en su último trabajo bordó la escritura para la esclava calladamente enamorada de Calaf. Miren Urbieta-Vega estuvo maravillosa, proporcionándole al papel esa candidez y esa belleza que reclama. Su voz, de hermosísimo timbre, hizo maravillas con los pianissimi de su parte. Los mayores aplausos al final de la representación para ella, merecidísimos.

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El trío de ministros imperiales estuvieron representados por Pablo Ruiz (Ping), Manuel de Diego (Pang) y Jorge Franco (Pong). Su intervención que abre el segundo acto, con el canto añorante de sus respectivas patrias, cumplió perfectamente pero tampoco entusiasmó. La vis cómica que suele acompañar a estos personajes recayó, esta vez, por exigencias de la dirección escénica, en tres actores-acróbatas que trabajaron con indudable mérito. Correcto el resto del elenco encabezado por el Timur de Maxim Kuzmin Karavaev, y con un excelente Josep Fadó como Emperador Altoum.

La dirección musical de Gianluca Marcianò basculó entre la búsqueda del detalle y la delicadeza (incluso retardando los tiempos) en los momentos más líricos, a la explosión pirotécnica de algunos momentos, especialmente los finales, en los que daba la sensación de estar en una especie superproducción de Hollywood con la orquesta entregada a la fanfarria más extrema. Pendiente del escenario, con buenas indicaciones al coro, consiguió un sonido espectacular de la siempre excelente Real Orquesta Sinfónica de Sevilla que brilló en los metales pero que sonó, debido a la batuta, excesivamente fuerte, insisto, en varios pasajes.

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La producción presentada tiene su origen en el Teatro de La Fenice de Venecia en la lejana fecha de 1987 y ahora ha sido “remozada” por Emilio López para el Maestranza. Con una escenografía original del gran Jean Pierre Ponnelle, el clasicismo más manido (gran cabeza de buda, pabellón imperial, gradas de madera), no brillante, pero siempre efectista para el público, domina toda la obra. Deduzco que las innovaciones de esta remodelación vienen de la mano de las proyecciones de video que van variando sobre la cabeza del buda, o al comienzo del segundo acto. Pero hay demasiados detalles que dan a todo un toque viejuno: el vestuario, las pelucas, los soldados con movimientos totalmente previsibles o el forzudo verdugo. Tampoco el movimiento de actores brilla por su originalidad. Es una producción que no molesta, que gustará al gran público, pero que no aporta absolutamente nada y nos retrotrae a momentos en los que la dirección teatral casi pasaba desapercibida.

Fotos: © Guillermo Mendo