© Agustín Pacheco
El riesgo como receta
Sevilla. 25/09/2025. Nave de Fundición de la Real Fábrica de Artillería. Philip Glass: Les enfants terribles. Clara Barbier (Elisabeth). Lydia Vinyes-Curtis, (Dargelos y Agathe). Samy Camps, (Gérard). Dietrich Henschel, (Paul). Óscar Martín, Patricia Arauzo y Julio Moguer, pianos. Florencia Oz e Isidora Oz, bailarinas. Juan García Rodríguez, dirección musical. Susana Gómez, dirección de escena.
Cuando un proyecto echa a andar desde cero, como es el caso de este nuevo Festival de Ópera de Sevilla, el riesgo es la mejor receta posible de éxito. Ha de ser un riesgo calculado, claro está, jugando casi al límite con las posibilidades reales, pero es bueno correr riesgos y hacer una apuesta personal y decidida. Esa es la impresión que me dejó el estreno de Les enfants terribles de Philip Glass, con escena de Susana Gómez. Hablo de riesgo, sobre todo, por cuanto implica apostar por un título desconocido para el gran público y que rara vez se escenifica en nuestros días. Con un exigente texto de Jean Cocteau y con una acción teatral no siempre evidente, la partitura de Glass -estrenada en 1996- es la tercera de una trilogía consagrada al autor francés por parte del compositor norteamericano, tras Orfeo (1993) y La bella y la bestia (1994).

El trabajo escénico de Susana Gómez tuvo sus virtudes y también sus limitaciones, seguramente por la propia naturaleza de la sala. La Nave de Fundición de la Real Fábrica de Artillería se ha replanteado como un original nuevo espacio escénico, con un escenario central sobre el que se tienden dos graderíos contrapuestos, generando así una experiencia bastante inmersiva para los espectadores; es, sin duda, un espacio con muchas posibilidades, con un gran potencial, pero al que habrá que sacarle partido poco a poco.
En este sentido el trabajo de Susana Gómez pecó a veces de reiterativo, una vez que vimos cuál era el planteamiento de partida, que cobra sentido especialmente gracias al vestuario de Nino Bautí, que resulta muy elocuente y contribuye a la narratividad del libreto. El trabajo escenográfico de Juan Ruesga es ocurrente, con una estructura de madera que genera diversos planos y espacios, albergando asimismo diversas cavidades en las que los personajes encuentran elementos de atrezzo y vestuario que dan pie a cambios en la acción teatral.
La iluminación de Laura Iturralde mostró buenas intenciones aunque a veces algunos focos cegaban a una de las dos gradas, precisamente por el hecho de estar contrapuestas; en todo caso se trata de un trabajo bastante bien medido y acorde a la propuesta escénica de Susana Gómez. Su trabajo es solvente pero como ya he dicho parece agotar sus ideas muy pronto, dando la impresión de entrar en una eterna repetición de movimientos escénicos una vez transcurren varias escenas de la partitura.
El caracter -aparentemente- repetitivo de la música de Glass requiere, precisamente, de una mirada escénica que eluda incidir en la misma sensación. En todo caso, dada la dificultad del libreto y la singular naturaleza de la sala, cabe valorar la propuesta como más que solvente.

En el elenco vocal cabe destacar el buen trabajo de Clara Barbier como Elisabeth, una suerte de Mélisande minimalista, mostrando un instrumento con posibilidades y un excelente trabajo con el libreto. El barítono Deitrich Henschel, con una gran trayectoria a sus espaldas, aportó entereza escénica y un dominio total de la profesión, aunque el instrumento a veces dejó muestras de cierta fatiga, acusando ya el inexorable paso del tiempo. Impecable en su actuación el tenor Samy Camps como Gérard, con un trabajo irreprochable del texto, tan importante en su caso, ejerciendo en la práctica de narrador durante toda la velada. Lydia Vinyes-Curtis es una excelente profesional pero en esta ocasión me pareció que el doble cometido como Dargelos y Agathe no mostraba sus mejores facultades, con un timbre que no terminó de sonar resuelto y cómodo en el tercio agudo.
La velada transcurrió bajo la dirección musical de Juan García Rodríguez, discreto pero eficaz en su cometido, y gracias a la valiosísima contribución de los tres pianistas que sostuvieron la música de Glass durante los noventa minutos de la representación: Óscar Martín, casi un segundo director musical desde el teclado, Julio Moguer y Patricia Arauzo. Bravísimos los tres. Y espléndida asimismo la intervención de las bailarinas Florencia e Isidora Oz, en una suerte de juego de espejos que entroncó muy bien con la música de Glass.
Nota al pie. Escribo esta crónica a mi regreso a Zaragoza, una ciudad que se parece mucho a Sevilla en diversos sentidos, y sin embargo aquí no tenemos ni orquesta propia, ni temporada de ópera estable, ni por supuesto un festival de ópera de nueva creación. Bien por los sevillanos, bien por sus autoridades, bien por todos aquellos que hacen esto posible, gusten más o menos las propuestas que se suban a escena. A ver si así se sonrojan un poco los responsables de mi tierra, más preocupados en arrojar millones y millones para un nuevo campo de fútbol. Cosas veredes...

Fotos: © Agustín Pacheco