© Iván Martínez
Una muesca más
Oviedo. 10/10/2025. Teatro Campoamor. Charles Gounod: Romeo et Juliette. Génesis Moreno (soprano, Juliette), Sandra Pastrana (mezzosoprano, Gertrude), Ismael Jordi (tenor, Romeo), Regis Mengus (barítono, Mercutio), David Lagares (bajo, padre Laurent) y otros. Coro Titular de la Ópera de Oviedo. Orquesta Oviedo Filarmonía. Dirección de escena: Giorgia Guerra. Dirección musical: Audrey Saint-Gil
Aquellos que por una u otra razón menosprecian la temporada de Oviedo frente a otras del estado bien harían en mirárselo porque la experiencia es terca: siempre que me acerco al Campoamor tengo la sensación de que los promotores de esta breve temporada han adquirido el conocimiento necesario para transmitir confianza en el resultado y consiguen la satisfacción general del espectador.
El mes pasado a las afueras del teatro tras el Hansel und Gretel las caras sonrientes eran generalizadas y lo mismo ha ocurrido con la incursión, tras dos décadas de silencio en la capital asturiana, de uno de los títulos más emblemáticos de la ópera francesa: Romeo et Juliette, de Charles Gounod. Y la razón de esta satisfacción se sustenta en la adecuada aportación de las cuatro patas que pueden sostener esta obra: una pareja de protagonistas convincente, un grupo de solistas secundarios adecuado, un coro en forma y una orquesta dirigida por una batuta de enjundia. Habrá quien podría considerar imprescindible el añadir una propuesta escénica de interés pero, digámoslo cuanto antes, ello no ha concurrido en el caso de la función que nos ocupa. Pero quedémonos con lo positivo, que no es poco.

La pareja protagonista la han formado un tenor de larga y exitosa carrera, el gaditano Ismael Jordi y una soprano muy joven y que está comenzado una carrera que puede ser exitosa de acompañar a una voz unas buenas decisiones, la venezolana Génesis Moreno. Ismael Jordi lleva más de dos décadas de carrera y sigue aportando una presencia escénica convincente además de un estilo muy adecuado por disponer de un fraseo solvente y cuidado. Su agudo está ya algo comprometido y así, en uno de sus momentos estelares, Ah, Lève toi soleil, alterno frases de hermosura y calidad con una conclusión algo confusa. Sin embargo su Romeo sigue siendo creíble y de una pieza; además, según fue avanzando la obra se encontró mejor.
Génesis Moreno daba el porte físico a la perfección además de mostrar una voz de soprano lírica-ligera que se mostró cómoda en el Je veux vivre y en el dúo conclusivo, mucho más dramático. Su único pero, comprensible, es un grave más débil pero es de suponer que con el tiempo irá adquiriendo peso, como su voz en general. El éxito de la soprano ha sido relevante y puede sentirse muy satisfecha por el trabajo realizado.

A esta pareja le acompaña una decena de cantantes que conforman, fundamentalmente, las dos familias fanatizadas en el odio y que coadyuvan al desarrollo de la tragedia. Hay que destacar el trabajo del francés Regis Mengus, un Mercutio sólido que nos enseñó una voz poderosa y un personaje convincente. No le fue a la zaga el bajo andaluz David Lagares, un padre Laurent de hermosa voz, grave, rotunda y con una autoridad envidiable. No le estuvo a la zaga la mezzo ucrania Olga Syniakova (Stéphano) que nos maravilló con su voz en cuanto comenzó su escena del acto III. Muy bien en lo vocal –de hecho ésta fue una de las mejores páginas vocales de la noche- y en lo actoral ni tampoco la otra mezzosoprano, la granadina Sandra Pastrana, que dio empaque a un personaje tan ingrato como Gertrude.
Mencionemos el resto de cantantes, los eficientes José Manuel Díaz (Gregorio), Juan Laboreria (duque de Verona), Sebastiá Peris (Paris), Emmanuel Faraldo (Benvolio) y los veteranos Carles Cosias (Tybalt) y Enric Martínez-Castignani (Capulet). El funcionamiento adecuado del grupo ayudó a que las escenas de conjunto, tan importantes en esta ópera, sonaran con seguridad y acierto. Tampoco quedó atrás un Coro Titular de la Ópera de Oviedo, especialmente acertado en la escena inicial, esa que Gounod nos coloca a modo de preludio de la acción dramática.

Dicho todo esto creo, sin embargo, que la gran triunfadora de la noche fue la francesa Audrey Saint-Gil, última responsable de que la velada discurriera por el raíl adecuado. Ya desde el primer rotundo acorde intuimos que las cosas iban a ir bien, como así fue. Una propuesta llena de coherencia, sacando de la Oviedo Filarmonía un sonido sólido y muy equilibrado con el escenario y llevándose, por ello, la ovación más relevante en el turno de aplausos.
La propuesta escénica de esta coproducción, firmada por Giorgia Guerra y realizada entre ABAO y Ópera de Oviedo ya pudo disfrutarse en la capital vizcaína hace exactamente dos años; es de una austeridad y oscuridad desesperantes. Una estructura rectangular vertical se convierte en el centro de la misma siendo bien residencia de Juliette, balcón del encuentro amoroso o recipiente que recibe a los difuntos en el momento final. El atrezzo es inexistente y apenas unas proyecciones de arquería y unos muy elementales juegos de luz sobre las tenebrosas paredes nos sacan de la permanente penumbra. Una propuesta que no molesta pero que aporta muy poco a una ópera que, lo reconozco, tampoco es fácil por el número importantes de distintos escenarios.
El público pareció disfrutar y salió con cara de satisfacción. Y es que esto es lo que consigue Oviedo: que con nombres aparentemente menos “lustrosos” se ofrezcan espectáculos muy dignos y muy por encima de lo que algunos pronostican. Allá ellos.

Fotos: © Iván Martínez