© Iván Martínez
Gracias por la oportunidad
Oviedo. 12/09/2025. Teatro Campoamor. Engelbert Humperdinck: Hänsel und Gretel. Anna Harvey (Hänsel), Erika Baikoff (Gretel), Carles Pachón (Peter, el padre), Teresa Fuentes (Gertrud, la madre), Stephanie Müther (la bruja), Vilma Ramírez (hombre de arena) y Sofía Gutiérrez-Tobar (hada del rocío). Coro Infantil Escuela de Música Divertimento de la Ópera de Oviedo. Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias. Dirección de escena: Raúl Vázquez. Dirección musical: Pablo González.
Un simple ejercicio de repaso de lo que han sido las temporadas de ópera cercanas en los últimos cincuenta años años nos permitiría descubrir, sin dificultad alguna que un título del que todos conocemos de su existencia, jamás ha sido representado; efectivamente, hablamos de Hänsel und Gretel, del operista Engelbert Humperdinck (1854-1921). Este se mueve entre el periodo de gloria de Richard Wagner y el nacimiento de las vanguardias musicales europeas. Así pues, considero de justicia comenzar esta reseña agradeciendo el esfuerzo y ejercicio de originalidad de Ópera de Oviedo al abrir la temporada 2025/2026 con este título.
Además la función sirvió también para comprobar que este tipo de historias no es infantil en sentido estricto. La crudeza de la pobreza de la familia que vivimos en el acto I nos permite hacer una lectura social de la historia fácilmente; el padre todo lo resuelve con oraciones a dios, otros con planteamientos políticos transformadores. Pero en cualquier caso, y sin caer en el presentismo, este cuento –y la inmensa mayoría de ellos, no nos engañemos- tiene una lectura múltiple… y poco infantil.
La propuesta de Raúl Vázquez subraya precisamente esta pobreza en una puesta en escena dual: en los actos I y II la acción transcurre en un paisaje que de pobre casi es distópico. Parece más fácil que en ese contexto aparezca un zombi antes de que lo haga un hada por lo oscuro, triste y deprimente que resulta el entorno y la misma casa de la familia. Esta última, con el techo destrozado, un frigorífico vacio y con ausencia total de mobiliario, bien podría representar la vivienda de aquellos que hoy en día en el primer, segundo y tercer mundos viven en condiciones lamentables. Eso sí, estoy aún por llegar a entender la última intención de Vazquéz al apostar por una imagen del estilo de vida americano como alternativa a la pobreza absoluta de la familia, representado por una imagen enorme, colocada al fondo del escenario. El cartel reza así: nothing like our happy way of life, es decir, nada como nuestro feliz estilo de vida, con la imagen estereotipada de una familia estadounidense de mediados del siglo pasado con su padre, su madre y su parejita de infantes, todos felices de la muerte. Parece que a eso aspira la familia del bosque.
El acto III, sin embargo, de un colorido llamativo y extravagante queriendo representar el mundo infantil convencional, parte del cartel descrito para convertirse en la casa de la bruja de la casa de mazapán. Aquí los calores vivos, llamativos tratan de representar la infancia inocente mientras la bruja no tiene reparos, desde un principio, en anunciar sus crueles intenciones: las de convertir a los niños en deliciosas galletas de jengibre. El horno de las galletas es subterráneo y toda la escena de la “incineración” de la bruja se resuelve con cierta gracia. Una propuesta interesante.

Vocalmente la función caminó por derroteros más que aceptables. Anna Harvey y Erika Baikoff fueron dos hermanos muy bien compenetrados y actuados, a pesar de reiterar ciertos movimientos elementales y convulsos para describir el movimiento infantil. Harvey tiene una voz oscura y potente y no tardó un segundo en convencernos de que era un muchacho. Baikoff, muy conocida en el mundo del lied, tiene una voz más pequeña pero un gusto interpretativo enorme y supo sacar a sus frases todo el rendimiento. Una pareja de altos vuelos, sin duda.
Sus padres tampoco le anduvieron a la zaga. Me gustó mucho el empaque que Carles Pachon le dio al padre que, no olvidemos, empieza siendo un borrachín y acaba siendo un padre ejemplar. Una voz de cuerpo y una actuación muy solvente nos permitió disfrutar de su interpretación. Teresa Fuentes, la madre, muy intensa, quizás demasiado en algún momento, sobre todo cuando, desesperada por el hambre, abronca a sus hijos por su comportamiento. La voz no es pequeña aunque en ocasiones se le podría exigir algo más de comedimiento.

Stephanie Müther encarnaba a la bruja que cantar, lo que es cantar, no lo hace mucho pero el papel es un bombón para disfrutar de esos minutos. Aquí sí era entendible algo de histrionismo y Müther lo hizo sin caer en la extravagancia. Finalmente, me sorprendió lo desdibujados que quedaros los dos papeles menores, el arenero y el hada del rocío a pesar de que ambas intérpretes, a saber, Vilma Ramírez –sustituta de última hora de Ana Nebot- y Sofía Gutiérrez-Tobar lo hicieron con solvencia.
En este tono laudatorio no podemos olvidar la labor del que fue, en mi opinión, el protagonista de la noche: Pablo González, el director de orquesta. Esta ópera tiene momentos orquestales de tal enjundia que es necesario que batuta y plantilla orquestal sepan responder de forma adecuada. Así, la misma obertura -¡ay, pena de pifia de un trompa!- y, sobre todo el magnífico Traumpantomime o Pantomima del sueño con el que finaliza el acto II fueron de altísimo nivel.
El Teatro Campoamor presentaba una muy buena entrada, muy pocas butacas estaban vacías. Y constato que son cada vez menos pero se sigue pateando el aviso para apagar los teléfonos que se realiza en asturiano tras el uso pertinente de castellano e inglés, lo que me sigue provocando total perplejidad; y un solo ruido nos distrajo del recorrido de niños y brujas durante la representación. En definitiva, muy buena función que, reitero, es digna de agradecimiento por la oportunidad que se nos ha dado.

Fotos: © Iván Martínez