© Toni Bofill
Un inicio titubeante
Sabadell. 15/10/25. Teatre La Faràndula. W. A. Mozart: Le nozze di Figaro. Ferran Albrich (Il Conte d’Almaviva), Maria Hinojosa (La Contessa d'Almaviva), Pau Armengol (Figaro), Rosa Maria Abella (Susanna), Laura Orueta (Cherubino), Assumpta Cumí (Marcellina), Arturo Espinosa (Don Bartolo), Jorge Juan Morata (Don Basilio), Roberto Redondo-Sainz (Don Curzio), Víctor de la Fuente (Antonio), Laura Gibert (Barbarina). Cor Amics de l’Òpera de Sabadell. Orquestra Simfònica del Vallès. Miquel Gorriz, dirección de escena. Daniel Gil de Tejada, dirección musical.
La Fundació Òpera a Catalunya ha subido por primera vez el telón esta temporada con Le nozze di Figaro. No se trataba de una inauguración cualquiera, sino la de la primera temporada en la que la emblemática figura de Mirna Lacambra no estaba al frente. Jordi Torrents la sustituyó en enero de 2025, pero esta edición 2025-26 es la primera que asume en su totalidad. La mano del nuevo director se ha hecho notar en aspectos como la elección de títulos, especialmente en la apuesta por el primero wagneriano en la historia de la compañía, Der fliegende Hollander. Una propuesta que viene a simbolizar la nueva era, que constituirá una importante piedra de toque para la compañía y que denota una nueva energía en la dirección. No deja de sorprender, por tanto, que si algo caracterizó la función inaugural fue precisamente la falta de esa energía. Sin duda los nervios pudieron atenazar a un reparto muy joven en general en el que prácticamente todos los cantantes cantaban por primera vez su rol. Todo un riesgo en un título tan delicado y complejo como el gran artilugio cómico perpetrado con precisión matemática por Mozart y Da Ponte.

Está de sobras demostrado que Daniel Gil de Tejada es un gran profesional que además ha dirigido la obra en diversas ocasiones y, por tanto, la conoce al dedillo. Eso se notó desde la notable obertura, pero a partir de ahí se percibió también, y cada vez más, un exceso de prudencia y morosidad en su lectura, probablemente para tratar de mantener la conexión entre foso y escenario, algo que no siempre consiguió. La Orquestra Simfònica del Vallès mantuvo un buen rendimiento durante toda la velada, con notable nivel en las intervenciones solistas y un sonido compacto, pero Le nozze di Figaro necesita algo más, una chispa, una vivacidad, una alegría que debe partir desde el foso para contagiar el escenario y, en esta primera función, esto no sucedió. Eso sí, debe recalcarse que el director fue, en todo momento, un gran aliado de todos los cantantes que, como hemos comentado, se enfrentaban por primera vez a unas partes que exigen calidad vocal para sus solos, musicalidad a prueba de bombas en los conjuntos y buen desempeño escénico.
Ferran Albrich es un barítono que ha destacado especialmente, al menos hasta ahora, en el campo del Lied y el oratorio. Il Conte d’Almaviva es un papel complejo, pero también con grandes posibilidades de lucimiento. Al del joven barítono catalán aún le falta un lógico punto de cocción, pero por otro lado le permitió mostrar su gran potencial. Bella voz de barítono lírico utilizada con buena base técnica, fraseo siempre elegante, tanto en recitativos como en los ensembles, su Conte tendió más a lo aristocrático que a lo histriónico. Resolvió su peliaguda aria con solvencia, pese a alguna complicación en la parte final, firmando una buena actuación general y un Almaviva que irá a más.
Su olvidada y maltratada esposa estuvo a cargo de una cantante de gran trayectoria, María Hinojosa. Como intérprete inteligente y sensible que es, dejó detalles de calidad en varios momentos e hizo un interesante retrato de Rosina, pero la sensación es que el papel le llega demasiado tarde. La voz sonó algo desgastada en su cavatina y, aunque rindió a mejor nivel en Dove sono, la soprano no pareció del todo cómoda con un rol que requiere expansión vocal y un timbre de gran pureza.

Grata sorpresa la de la soprano Rosa Maria Abella que encarnó a Susanna, la auténtica protagonista de la obra. No es que su interpretación fuese modélica, pues tiene elementos a mejorar, pero mostró un instrumento de calidad superior, de remarcable volumen y amplitud pese a su edad y poseedora de un metal que probablemente se adapte mejor a otros repertorios. Su voz sobresalió en todos los conjuntos, proyectándose con gran facilidad mientras que en sus dos arias mostró aún cierta bisoñez. En cualquier caso, una voz y una cantante cuya evolución habrá que seguir con atención. Pau Armengol fue un Figaro algo apagado en lo teatral y con ciertas limitaciones en lo vocal, tanto en la franja aguda como en la grave. Aunque cantó con elegancia e intención, un personaje de la estatura de Figaro pareció venirle algo grande al joven cantante.
Triunfo merecido el de Laura Orueta como Cherubino. La cantante madrileña fue la única que pareció disfrutar realmente de la función. Por voz y físico, el paje le encaja como un guante y aportó vitalidad y buenas dosis cómicas a una función que las necesitaba como agua de mayo. Interpretó sus dos arias con elegancia y emoción, poniendo de manifiesto que es una cantante con aura y un don especial, el de conmover. Hay aspectos vocales que parecen perfeccionables ya que en algunos pasajes el instrumento pierde y cambia de color, pero en global su actuación fue la más redonda de la noche. Eso sí, con el permiso del impecable e implacable Don Basilio de Jorge Juan Morata. Con voz sonora, de mayor calidad de la que habitualmente se escucha en este personaje, y una presencia y recursos escénicos notables, su Basilio fue una delicia en todo momento. Rotundo el Bartolo del bajo Arturo Espinosa mientras que la Marcellina Assumpta Cumí, al no contar con su aria del cuarto acto, pasó discretamente.

Cabe destacar, en este punto, las sutiles referencias a las dos arias habitualmente cortadas en el cuarto acto por parte del clavicémbalo de una en todo momento excelente Andrea Álvarez. Correcto el resto de un cast que contó con Roberto Redondo-Sainz como Don Curzio, Víctor de la Fuente en un joven y preciso Antonio y la soprano Laura Gibert en el papel de Barbarina. El Cor Amics de l’Òpera de Sabadell exhibió de nuevo la evolución ascendente mostrada últimamente. Si el rendimiento musical de la velada fue desigual, parte de la responsabilidad debe atribuirse a la dirección de escena.
Miquel Gorriz es el responsable de una producción plagada de tópicos, sin ninguna sorpresa, falta de cualquier dinámica cómica y nula profundización en los personajes. Al cuarto acto, más allá de una escenografía imposible, le faltó todo. Es este un aspecto en el que la nueva dirección de la FOC debería poner el acento y esa energía que faltó en la primera función. El inicio ha sido titubeante, per es solo eso. El inicio.

Foto: © Toni Bofill