• © Monika Rittershaus
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El demonio se viste de Elvis

Berlín. 23/12/15. Staatsoper im Schiller Theater. Gounod: Faust. René Pape (Méphistophélès), Tatiana Lisnic (Marguerite), Pavol Breslik (Fausto rejuvenecido), Stephan Rügamer (Fausto antes de rejuvenecer), Alfredo Daza (Valentin), Marina Prudenskaya (Sièbel), Constance Heller (Marthe Schwerdtlein). Dirección de escena: Karsten Wiegand. Dirección musical: Simone Young.

Se reponía en la Staatsoper de Berlín la producción de Faust firmada por Karsten Wiegand y estrenada en 2009, todavía en la sede de Unter den Linde, bajo la batuta de Alain Altinoglu y con las voces de Charles Castronovo, René Pape y Marina Poplavskaya. Para esta reposición estaba anunciada desde hace tiempo Krassimira Stoyanova, que finalmente fue sustituida por Tatiana Lisnic, una joven soprano rumana, a la sazón pareja del tenor Joseph Calleja. Vista la producción de Wiegand parece verosímil que la ausencia de Stoyanova tuviera más que ver con una discrepancia general con la producción que con una indisposición vocal. Sea como fuere, nos sorprendió encontrar en Lisnic a una impecable solista, de exquisita dicción en francés, con un instrumento fácil, un canto cómodo y siempre bien medido. Al instrumento como tal le faltan caudal y personalidad, es cierto, pero la voz es redonda e igual y Lisnic resuelve sin arrugarse tanto los pasajes más ágiles (canción de las joyas) como los más dramáticos (último acto). Una de esas solistas, en suma, que se merecen a buen seguro una carrera con más reconocimiento del que ha tenido hasta ahora.

Tenía serías dudas acerca del Faust que podría ofrecer el tenor eslovaco Pavol Breslik, sobre todo teniendo aún fresco en el recuerdo su endeble Edgardo en la Lucia de Múnich al lado de Damrau y Petrenko. Como constatación de partida, algo ya sabido: el material de Bresllik no se presenta a alardes, pues tiene poco más que ofrecer que un centro relativamente firme. La voz se vuelve más endeble conforme asciende (filiforme y afalseteado el Do que se espera casi con más morbo que otra cosa al final de su aria). La voz no termina de girar arriba y los sonidos agudos que encuentra son más hallazgos puntuales que certezas firmes. La línea de canto es así el principal capital de Breslik, que canta con un gusto irreprochable, con un romanticismo patente y creíble, de una poesía natural que casi consigue obviar las limitaciones de su instrumento y las carencias de su técnica.

Es importante subrayar, por otro lado, que en esta producción el tenor responsable de la parte de Faust se ahorra toda la primera escena, la del viejo Faust que apela a Satán, que recae en la voz de otro solista, aquí Stephan Rügamer. Y es que el Faust rejuvenecido hace su aparición en escena a través de la caja del apuntador, por lo que vemos dos tenores, dos Faust, en el escenario durante el consabido dúo con Mefistófeles en el que celebran su pacto. Siempre dijo Alfredo Kraus que para esta ópera hacían falta tres tenores. Pues bien, aquí ya tenemos dos…

Reinó por último, y por méritos propios, el Méphistophélès de René Pape. Y es que cuando tiene un buen día y se siente cómodo y confiado, Pape es un artista extraordinario. Su actuación aquí fue chispeante de principio a fin, derrochando ironía, con una teatralidad socarrona y un humor verdaderamente satírico. Vestido de gala, como un maestro de ceremonias al uso en una celebración cualquier de Las Vegas, Pape fue sin duda el eje principal de la representación, esta vez además con una inusual soltura y firmeza en el tercio agudo. Sobresalientes también los secundarios, habituales en la Staatsoper de Berlín, tanto Alfredo Daza en la piel de Valentin como Marina Prudenskaya en la parte de Sièbel. El primero con un instrumento robusto, una línea de canto firme y una entrega escénica de primera. La segunda, sin duda todo un lujo para esta pequeña parte, muy recortada además en esta producción.

La citada producción de Karsten Wiegand hila el argumento de Faust en un marco que parece hacer un guiño al espectáculo y desenfreno continuos que en teoría imperan en Las Vegas, ciudad que sería así un remedo en la tierra de esa realidad tutelada por Mefistófeles por la que Fausto transita en la sucesivas escenas de esta ópera. La producción está realizada con tino, incluso con buen gusto, al margen del poco alcance que a la postre tiene su dramaturgia, que es seguramente más atractiva sobre el papel que sobre las tablas. Están muy bien perfilados los tres personajes principales, eso sí, con un atinado retrato infantil de Marguerite. La escenografía de Bärbl Hohmann hace mucho por el buen desarrollo de la representación, con un manejo inteligente del espacio. Por las referencias anteriores sobre esta producción, Karaten Wiegand parece haber reducido las referencias más explícitas al mundo de los casinos de Las Vegas en las sucesivas reposiciones, eliminando incluso por completos algunas alusiones a la religión que parecía haber en la primera escena. Sea como fuere, una producción solvente, pero de esas que no se guardan en la retina pasado un tiempo.

En el foso esta vez (¡por fin!) una mujer, la batuta ya madura y consagrada de Simone Young, una suerte de Kapellmeister que defendió la partitura con sobrado oficio y con no pocos detalles de buen gusto. Esta directora australiana, que fue en su día asistente de Daniel Barenboim, termina en la presente temporada 2014/2015 su compromiso con la Staatsoper de Hamburgo y su Filarmónica, asumiendo Kent Nagano su posición.