Jan Willem De Vriend

Más Haydn que Mozart

Barcelona. 7/5/17. Auditori. Mozart: Idomeneo, música del ballet. “Ruhe Sanft, mein holdes Leben” (Zaide). “Per pietà, bell’idol mio”, “Bella mia fiamma... resta o cara”, “Misera, dove son... Ah! Non son io”. Ofelia Sala, soprano. Haydn: Sinfonía nº 100. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Dirección: Jan Willem de Vriend.

Segunda entrega en la propuesta de programar Mozart junto a Haydn que la OBC conducida por su principal director invitado, Jan Willem de Vriend, comenzó a ofrecer la temporada pasada, bajo el lema “Mozart vs Haydn”. Si entonces para Mozart se eligió la Obertura de Las bodas de Fígaro y el Concierto para piano “Jeunehomme” y para Haydn la Sinfonía nº 103, en esta ocasión fue la música para el ballet de Idomeneo y una colección de arias mozartianas  ofrecidas por la soprano Ofelia Sala, y en el caso de Haydn otra de las sinfonías londinenses, en este caso la célebre nº 100 “Militar”. Todo ello ante un Auditori frío y más bien desangelado.    

En correlato con el carácter de la ópera Idomeneo, el inicio enérgico y apoteósico de la chacona que escribió Mozart para el ballet fue francamente poco enérgico además de plano, discreto y falto de relieve. Algo mejor fue tratado el pas seul y especialmente la gavota, aunque en líneas generales, en las cuatro de las cinco danzas que se seleccionaron para intercalar en el recital de la soprano (Chaconne, Pas seul, Passe-pied y Gavotte) la voluntad de claridad y orden –que tampoco se alcanzó en todo momento– se pagó con falta de carácter. Mozart es transparente, una transparencia implacable que desnuda a cualquiera. Teniendo en cuenta todo eso y las particularidades acústicas de la sala para el instrumento vocal, añadidas al horario matinal, no era pequeño el reto al que se enfrentó la soprano valenciana, que se movió con prudencia solvente en todas sus intervenciones. 

Sala es una soprano de musicalidad espontánea e inteligencia interpretativa y sin ser una voz dotada de riqueza de cuerpo en la zona media o grave, posee un bello timbre. Lamentablemente sólo en contados momentos pudimos escuchar proyección y amplia expansión en el registro agudo. Con un fraseo poco contrastado abordó la bella “Ruhe sanft...” de la inacabada Zaide, mostrándose incómoda en el registro grave y con alguna estridencia, si bien desplegó un vibrato elegante hacia el final. Más cómoda en el grave estuvo con “Per pietà, bell’idol mio”. Tras la pequeña pausa que le permitió la inserción del passe-pied de Idomeneo, estuvo más cómoda afrontando con personalidad la “Bella mia fiamma... resta o cara”, ese precioso regalo (supuestamente) envenenado a Josepha Duschek, en un recitativo que fue probablemente el momento más inspirado de Sala y en una aria en la que mostró más agilidad que volumen. La elegancia en “Misera, dove son...” se vio favorecida por una voz luminosa, de esmalte nítido y administrada con naturalidad en ascensos desahogados. Por su parte De Vriend se empleó a fondo en la gestión de las dinámicas, extremadas para ensamblar con la voz de Sala, que prudentemente evitó la propina.  

Ya en la segunda parte, la fantástica sintonía entre el director holandés y la orquesta favoreció una consistente lectura de la Sinfonía nº 100 de Haydn, y fue lo más destacable del programa. La riqueza temática y la interesante ambigüedad que ofrece la escritura de Haydn en muchos momentos de la sinfonía anuncia la originalidad de las últimas piezas sinfónicas de Londres desde la inmediatamente posterior, la popular 101 “El Reloj”. De Vriend logra mantener la tensión en una dirección de gesto vigoroso y con esa premisa la orquesta fue un instrumento dotado de flexibilidad, contraste y prestancia en los metales, . Algo pesante quizás en el menuetto, para el presto final la batuta del director holandés extrajo brillantez de las cuerdas, favorecidas por la ligereza de contrabajos y violonchelos y la precisión y ensamblaje en los expresivos ataques y finales de frase de violines. Un Haydn tan luminoso como irónico –con ese imprevisto timbal en el último movimiento– que certificó otro feliz encuentro entre de Vriend y la orquesta.