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Glorias locales

Múnich. 28/07/2017. Bayerische Staatsoper. Giordano: Andrea Chénier. Jonas Kaufmann, Anja Harteros, Luca Salsi, J´Nai Bridges, Doris Soffel, Elena zilio, Andrea Borghini, Nathaniel Webster, Christian Rieger, Tim Kuypers, Ulrich Reß, Kevin Conners, Anatoli Sivko, Kristof Klorek. Dir. de escena: Philipp Stölzl. Dir. musical: Omer Meir Wellber.

En ocasiones una escenografía torpe y una dirección de escena completamente desnortada pueden arruinar una representación que cuenta con un reparto de campanillas. Eso es lo que estuvo a punto de suceder el pasado viernes con el Andrea Chénier de la Bayerische Staatsoper. En el marco del Festival de julio se reponía la nueva producción estrenada ya en el mes de marzo y firmada por Philipp Stölzl. Piensen en los consabidos y populares comics de 13 Rue del Percebe, ahora trasladen ese esquema al contexto de la Revolución Francesa y ya tienen una imagen muy certera de lo que se desarrollaba en escena. Con una dirección de actores nada estimulante, Stölzl desarrolla la acción de forma paralela en varias habitaciones, jugando a despistar más que a sumar alicientes. Es una propuesta pueril y superficial, sin la más mínima dramaturgia y con el inconveniente añadido de generar pequeños espacios cerrados, con una acústica propia, que dificultan el empaste natural entre escena y foso. De hecho, por momentos se oía a la apuntadora con perfecta nitidez, pues los cantantes llegan a perder la referencia de la orquesta en varios momentos. Es el mismo y torpe recurso que ya le vimos a Stölzl en Salzburgo hace un par de años con Pagliacci y Cavalleria rusticana.

Sea como fuere, el principal atractivo de esta representación era la pareja protagonista, el dúo de glorias locales que conforman Anja Harteros y Jonas Kaufmann. Junto con Kirill Petrenko, son los tres nombres que han convertido a la Bayerische Staatsoper en un templo de obligada visita para melómanos de todo el mundo. En la parte protagonista, a Jonas Kaufmann se aplaudió con tibieza, casi con la corrección de un público que le quiere y le respeta más que con el entusiasmo de una audiencia entregada y enfervorecida, como aquí mismo ha sucedido en otras ocasiones con él. Y es que presentó aquí una voz algo más dura, un tanto tensa e insegura por momentos, con una colación algo menos brillante que hace apenas un mes en Londres, con su ansiado Otello. Este citado desgaste, este puntual cansancio me aventuro a pensar que no es efecto directo de las citadas funciones de Otello, sino resultado de un agenda en la que no hay mucho espacio para el reposo. Este mismo mes de julio, sin solución de continuidad tras las citadas representaciones londinenses, ha cantado dos representaciones de La forza del destino en Múnich y ahora estas dos de Andrea Chénier. Sin tiempo para respirar, se cruza medio mundo a comienzos de agosto para protagonizar Parsifal en Sidney y poco después deberá desembarcar en París para preparar su Don Carlos en Bastille.

En todo caso, brindó Kaufmann un estimable Chénier, qué duda cabe. Por debajo, también es cierto, de las funciones de su debut con este papel en enero de 2015, precisamente en Londres y entonces también con Pappano, a quien se da casi por hecho ya al frente de la Bayerische Staatsoper cuando Petrenko ceda su lugar en el foso. Kaufmann fue de menos a más, partiendo de un frío Improvisso y llegando hasta una recreación francamente estimable de “Come un bel dì di maggio”. Donde más lució, sin duda, fue en los dúos con Harteros, habida cuenta del extraordinario empaste de sus voces y su conjunta presencia en escena. 

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Y es que quien robó el protagonismo de la función fue la soprano Anja Harteros. Con un timbre cremoso, sedoso y terso, cuyo centro flota con ensueño, jugando en medias voces de extraordinaria presencia en teatro. El fraseo es trascendente, contemplativo y hondo al mismo tiempo, una completa delicia. Su recreación de “La mamma morta" se queda grabada en la memoria de cualquiera que lo escuche. Es increíble esa capacidad de Harteros para acallar a un teatro, con un magnetismo vocal y escénico sobresaliente. La mera entonación de algunas frases es una obra de arte (“Corpo di moribonda è il corpo mio”). El juego infinito de medias voces en los dúos con Kaufmann es de esas cosas que dejan boquiabierto y ponen los pelos de punta. Extraordinaria.

Muy convincente el Gerard del barítono italiano Luca Salsi, que busca entroncar su hacer con la mejor tradición baritonal en este repertorio, la de Bruson, Cappuccilli y cia. El timbre no tiene la gloria de aquellos, pero estamos ante un cantante honesto, implicado y con los papeles en regla técnicamente hablando. Fue de menos a más, con una primera intervención menos lucida pero bordando un tercer acto de muchos quilates y sobresaliente fuerza escénica. Como es habitual en Múnich, intachable el extenso equipo de comprimarios.

Aunque algo pasada de decibelios por momentos y un tanto incisiva en exceso, la dirección musical de Omer Meir Wellber dejó detalles de buena factura, construyendo un Chénier oscuro, trágico y tenebroso, apoyado muy a menudo en la sonoridad de metales y maderas, resaltando una orquestación ciertamente rica y variada, con bastante más personalidad de la que a veces parece darse a entender.

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