Y Cassio se convirtió en Otello
Londres. 24/06/2017. Royal Opera House. Verdi: Otello. Jonas Kaufmann, Maria Agresta, Marco Vratogna, Frédéric Antoun, Kai Rüütel y otros. Dir. de escena: Keith Warner. Dir. musical: Antonio Pappano.
Sin duda era una de las citas más esperadas del calendario de la presente temporada lírica: el debut de Jonas Kaufmann con el Otello de Verdi, en el escenario de la Royal Opera House, bajo la batuta de Antonio Pappano, y con el aliciente de comprobar su estado vocal tras varios meses de reposo y habiendo retomado su actividad apenas con las funciones de Lohengrin en París y con Andrea Chénier en Múnich. El debut con el Otello verdiano llegaba pues, para el tenor alemán, en el momento más comprometido de su reciente trayectoria. Y el resultado, en términos globales, no podría ser más satisfactorio.
Y es que la de Jonas Kaufmann es la historia feliz y esforzada de un Cassio que ha devenido Otello. Y no es una forma de hablar: literalmente en 2004 Kaufmann cantaba Cassio en París, por ejemplo, y poco más de una década después ha triunfado como Otello en Londres. El tenor alemán ha construido una voz propia, a partir de una técnica singular y haciendo pie en una entrega escénica indudable. Desde Werther (Massenet), Don José (Carmen) o Fidelio (Beethoven) a Cavaradossi (Tosca), durante el último lustro Jonas Kaufmann ha incorporado un repertorio cada vez más amplio y exigente que incluye partes como Don Carlo (Verdi) Siegmund (Die Walküre), Lohengrin (Wagner), Don Alvaro (La forza del destino), Manrico (Il trovatore), Parsifal (Wagner), Walther (Meistersinger), Faust (La damnation de Faust), Canio (Pagliacci), Des Grieux (Manon Lescaut), Turiddu (Cavalleria rusticana), Radames (Aida), Mauricio (Adriana Lecouvreur) o Andrea Chénier (Giordano). Palabras mayores: un catálogo amplio, extenso y sumamente exigente de roles. Es cierto que en muchos casos se ha limitado a debutar el rol sin retomarlo después más allá de unas pocas funciones, pero eso no merma la gesta un ápice.
Vayamos a la función de Otello que nos ocupa. En ésta no encontré a Kaufmann ni cauteloso ni reservado, como sí se leyó en algunas crónicas del estreno. Es lógico que vaya ganando confianza y soltura con un papel tan cargado de simbología y tensión, conforme avancen las funciones. En lugar de una experiencia total, a veces pareciera que hemos reducido la lírica a un espectáculo circense en el que importa más saber si el cantante de turno se estrellará o no al intentar determinada pirueta. Pues bien, Kaufmann no sólo no se estrella sino que demuestra ser un intérprete completo, musical y sumamente inteligente, capaz de hacer suya la parte, aprovechando el color oscuro de su instrumento y esa voz fabricada a propósito para manejar medias voces y pianos a placer, con una sonoridad que quizá siga sin convencer a muchos pero que se pliega a las mil maravillas a pasajes como el “Dio mi potevi” o toda la escena final, a partir del “Niun mi tema”.
Hay margen de mejora, obviamente, pero como primera tentativa con el rol el trabajo de Kaufmann merece calificarse de sobresaliente. No le escuchamos esforzado o inseguro; todo lo contrario más bien, seguro de sí mismo y demostrando haber estudiado la parte de forma concienzuda. Ojalá en Múnich nos preparen un Otello con él y las otras dos glorias locales, Harteros y Petrenko. Iremos de rodillas. Por cierto: escuchando a Kaufmann cobra aún más valor la gesta de Plácido Domingo, quien cantó este papel por espacio de aproximadamente tres décadas, algo que nadie ha superado ni parece fácil superar.
El segundo gran aliciente de la noche -o incluso el primero, si me apuran- fue la soberbia dirección musical de Antonio Pappano, quien ya en 2012 (entonces con Antonenko y Harteros) había dirigido esta misma partitura en el foso del Covent Garden. Desde la sobrecogedora tormenta que abrió la representación hasta la sutil filigrana de su acompañamiento a Desdemona en su plegaria, Pappano desplegó un abanico apabullante de detalles y recursos, con una orquesta titular a la que personalmente no había oído nunca tan solvente y entregada. Uno de los mejores momentos de la representación fue el dúo del tercer acto entre Otello y Desdemona, con una tensión extraordinaria. Mención aparte merece el coro titular del teatro, verdaderamente en estado de gracia: firmeza, dicción, claridad, entrega escénica y un sonido espectacular.
Maria Agresta terminó convenciendo con una plegaria manejada a placer, a pesar de un inicio más titubeante e irregular, con notas de afinación dudosa y un fraseo que no terminaba de fluir con la elegancia que en ella es habitual. Afortunadamente, fue entonándose a partir del dúo con Otello del segundo acto, hasta bordar una escena final de muchos quilates, en plena sintonía con un Pappano sumamente inspirado.
Lo peor de la noche lo deparó el Iago de Marco Vratogna. Zafio y vociferante, en las antípodas de la sutil maldad del personaje; muy lejos de ese 'più sotil d'un velo' que él mismo entona intrigando con Otello. No hay aquí una inteligencia endiablada y maquiavélica sino un compendio de bajezas artísticas y vocales francamente insostenible. La Royal Opera House cometió un gran error prescindiendo de Ludovic Tézier, quien a buen seguro hubiera deparado un Iago de mucha más clase e interés. Correcto y discreto, algo apagado, el Cassio de Frédéric Antoun. Y estupenda la Emilia de Kai Rüütel.
La nueva producción de Keith Warner supuso una decepción mayúscula. Retirar la clásica producción de Elijah Moshinsky para reemplazarla por esto tiene a decir verdad muy poco sentido. Haciendo pie en un código que deambula sin rumbo entre un minimalismo mal entendido y una errada noción clásica del teatro, la propuesta termina por ser sumamente aburrida y previsible, invadida por tópicos (el lecho blanco de Desdemona en alusión a su pureza) y momentos que oscilan entre lo grotesco (Otello “jugando” a los barquitos, como si todo lo demás no fuese con él) , lo risible (esa pintada en la pared indicando “Ecco il leone”, apuntando con una flecha a la escultura fragmentada de un león) y lo incomprensible (el espejo en el que Otello se refleja, sin que apenas pueda verse qué reflejo proyecta y qué se nos quiere transmitir con ello). Sólo merecieron la pena un par de detalles de la dirección de actores, como cuando Otello tapa la boca a Desdemona en la última escena, cuando ella moribunda pronuncia las últimas palabras exculpándole.
Entre las pocas virtudes de la propuesta está el contar con una escenografía (Boris Kudlicka) que actúa todo el tiempo como caja de resonancia, favoreciendo aún más si cabe el desempeño de Kaufmann y el resto de solistas. Además la dirección de escena sitúa a los solistas casi todo el tiempo en primer plano, cerca del foso. Por cierto, ¿cómo es posible a estas alturas que nadie se ocupe de que el suelo de una escenografía no produzca ruidos si fin al hilo de las pisadas de los solistas?