boheme javier del real 1

Ideales

Madrid. 19/12/17. Teatro Real. Puccini: La Bohème. Anita Hartig (Mimì), Stephen Costello (Rodolfo), Joyce El-Khouri (Musetta), Etienne Dupuis (Marcello), Mika Kares (Colline), Joan Martín-Royo (Schaunard), José Manuel Zapata (Benoît), Roberto Accurso (Alcindoro). Pequeños cantores de la ORCAM. Coro y Orquesta titulares del Teatro Real. Director musical: Paolo Carignani. Director de escena: Richard Jones.

Pocas óperas -por no decir ninguna otra- tiene más idealizadas el imaginario popular que La Bohème. La culpa, por encima de casualidades y circunstancias de cada uno, la tiene la grabación lírica más vendida de la historia y una pareja de cantantes que supusieron no sólo la cima de esta obra sino uno de los mayores ideales cánoros que cualquiera haya podido escuchar: Mirella Freni y Luciano Pavarotti. Lo que para cualquier melómano es siempre una aconsejable opción y para todo crítico una obligación, con La Bohème es pues, más que nunca, una sana exigencia a la que encomendarse: renunciar al ideal. Señoras, señores, hemos de renunciar al ideal.

Sin embargo, a veces, uno parece no poder escapar, quiera o no, a los ideales. Quien acuda estos días al Teatro Real para escuchar la ópera de Puccini con una idea inamovible en la cabeza, en la memoria, correrá el grave riesgo de no disfrutar. En esta ocasión, me temo, el peligro será mayor. Como voz protagonista, sin duda, escuchamos a la soprano rumana Anita Hartig. Un timbre pequeño, de vibrato coqueto y gusto por el juego de matices y dinámicas, con un agudo levemente metálico y sentido fraseo le permiten construir una Mimì creíble. Lástima que a su alrededor, en bastantes ocasiones, le acompañase la nada. El Rodolfo de Stephen Costello (sin la peluca que llevaba en los ensayos, al menos en esta función), se presenta insuficiente, sobre todo el primer acto, donde la colocación de la voz se muestra bastante sui generis, de impostación imposible por momentos. Una vez el tenor entró en calor, pudo mostrar mayores galones, sin terminar de convencer en un agudo abierto y un fraseo realmente plano.

Joyce El-Khouri como Musetta y Etienne Dupuis como Marcello, cumplieron en sus respectivos cometidos. Un punto ácida ella, como requiere el papel; de timbre homogéneo él. Joan Martín Royo y Mika Cares completaron los bohemios protagonistas, que terminaron por quedar desdibujados en sus relaciones.

Mucha culpa de este sinsabor parece tenerlo tanto la dirección orquestal como la dirección escénica. Mucho más me gustaría haber podido apreciar la labor de Paolo Carignani al frente de la Sinfónica de Madrid, pero supongo que habrá sido casualidad ver, frente a voces tan pequeñas, a toda la crítica de ese día sentados en fila uno y dos de patio de butacas. La sensación es un trabajo deslavazado por momentos, hacia la potenciación del teatralismo más efectista de Puccini y no tanto hacia las sutilezas, con tempi morosos en pro de las voces que así lo requerían.

Por su parte, la producción de Richard Jones es excesivamente simple en la dirección de escena. Una cosa es que no se quiera experimentar, de acuerdo; otra cosa es que los personajes se refroten cara, cuerpo y manos contra el tiro de una chimenea recién encendida. Fallos, aparentes fallos de bulto que parecen deberse a una libertad en demasía de un Jones que no apareció por Madrid. Una escenografía sobria y apretada en cada acto: la buhardilla, momus, las galerías a lo “Covent”… tampoco ayudaron a una conexión entre el escenario y un público al que en alguna ocasión pareció obligársele a aplaudir con un parón excesivo en la música.

Una Bohème que puede estar bien para la primera Bohème. Para los demás, algunos, hubiésemos preferido la luna

Foto: Javier del Real.