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No hay mal que por bien no venga

06/02/16. Barcelona. Gran Teatre del Liceu. Temporada 15-16. Rossini: Otello. Gregory Kunde (Otello). Jessica Pratt (Desdemona). Dmitry Korchak (Rodrigo). Yijie Shi (Iago). Mirco Palazzi (Elmiro). Beñat Egiarte (Gondolero). Orquesta y Coro del Gran Teatre del Liceu. Christopher Franklin, dirección musical.

Hasta tres cambios acumulaba este Otello de Rossini representado en concierto en el Liceo de Barcelona. Dos de ellos de importancia, pues afectaban a los papeles de Rodrigo y Desdemona, capitales en el desarrollo de la trama y en el entramado vocal de la partitura. Y sin embargo, las carambolas quisieron que saliéramos ganando o- al menos no perdiendo- con los recambios para Lawrence Brownlee y Julia Lezhneva. Menos relevante era no obstante el cambio de Josè Maria Lo Monaco por Lidia Vinyes-Curtis, aunque suponía la tercera sustitución en el cartel. 

El titular de garantía era sin duda el tenor norteamericano Gregory Kunde, fenómeno vocal de nuestros días, indiscutible representante ya para ambas versiones de Otello, sea la primera de Rossini o la ulterior de Verdi. La voz de Kunde acusa muy lentamente el paso del tiempo, con leves asperezas en el sonido aquí y allá, sobre todo con un centro más seco y menos brillante. Pero todo ello queda en un segundo plano cuando se asume la gesta vital y vocal que representa, con una musicalidad consumada, con un acento siempre vibrante y contrastado y con una voz siempre arriba, que corre firme y amplia por el teatro, con las consabidas variaciones de su propia cosecha. Asombra una vez más que su voz se muestre aún flexible y mucho más que capaz para resolver la singular línea rossiniana de este papel, con esa amalgama de coloratura y temperamento tan particular, después de todo el repertorio que Kunde ha incorporado últimamente, desde su reciente Samson al Des Grieux de Manon Lescaut que ahora prepara para su debut con la parte en Bilbao.

No obstante, la primera sorpresa de la noche vino de la mano de la excelente versión musical dispuesta por Christopher Franklin, vibrante e incisivo a la batuta, defendiendo la partitura con dinamismo y complicidad, atento al dibujo melódico y buscando en todo momento la teatralidad a pesar del formato en concierto. La orquesta titular del teatro sonó a sus órdenes mucho mejor de lo que venía siendo costumbre, si bien fue imposible no sufrir una vez más por el deficiente desempeño de algunos metales, singularmente en el caso del solista de trompa (inenarrable en el sólo previo a la primera intervención solista de Pratt).

La segunda sorpresa, aunque previsible, fue la soprano titular del rol de Desdemona, Jessica Pratt. Ésta mostró desde el principio de la velada una voz pura y limpia, de emisión inatacable y canónica, con sobrada extensión en el tercio agudo (pulcro y rutilante) aunque más limitada en el grave y por momentos algo inane y cauta de acentos, si bien su fraseo se caldeó sin duda a lo largo de la representación. La parte de Desdemona, en la que resulta inverosímil imaginar a Lezhneva dicho sea de paso, cae algo grave a sus medios, que seguramente luzcan aún más si cabe en partes para una soprano lírico-ligera de coloratura, como la Sonnambula que viene de cantar en Bilbao o una Elvira de Puritani, por ejemplo. 

Dos tenores más, excelentes en su desempeño, remataron el espléndido reparto de la noche. Por un lado el más conocido tenor ruso Dmitry Korchak, que bordó como Rodrigo su gran escena del segundo acto ante Desdémona, con una emisión generalmente fácil, valiente en el fraseo y desenvuelto en el sobreagudo. Menos conocido sin embargo era el tenor chino Yijie Shi en la parte de Iago, que bordó con una emisión segura y firme, dueño de un material extenso y de un fraseo inusitadamente contrastado y creíble. Sin duda, una voz a seguir. Por último, compacto y muy solvente el equipo de comprimarios, destacando el hacer del bajo Mirco Palazzi como Elmiro y de Beñat Egiarte como gondolero. En suma, un Otello excelente que seguramente ni el propio teatro imaginaba que pudiera terminar tan bien habida cuenta de los cambios que acumulaba. Como dice el refranero, parece que no hay mal que por bien no venga.