Rotunda apertura
01/01/2018. Berlín, Staatsoper Unter den Linden. Ludwig van Beethoven, Novena Sinfonía Op. 125. Staatskapelle Berlin y Coro de la Staatsoper. Soprano, Camilla Nylund; alto, Katrin Wundsam; tenor, Simon O'Neill; bajo, René Pape. Director, Daniel Barenboim.
“La orquesta, el coro y yo mismo les deseamos un magnífico nuevo año y esperamos verles frecuentemente en este nuevo teatro”. De viva voz y dirigiéndose a toda la audiencia, así celebraba Daniel Barenboim la llegada de 2018 y la que pudiera ser la inauguración no oficial de la nueva Ópera Unter den Linden, tras una apresurada y fallida premiere hace tan solo tres meses. Recibir el nuevo año con la Novena es para muchos alemanes, y especialmente para los berlineses, una tradición que se remonta a hace más o menos un siglo. Además, escucharla unos escasos metros del lugar donde se encuentra la partitura original autógrafa, produce una excitante sensación de momento histórico.
Barenboim y su Staatskapelle se conocen más que de sobra, y también a esta pieza. Cada cual sabe bien lo que tiene que hacer y la dirección del argentino más querido de la ciudad fue más bien un acompañamiento, un disfrute del ejercicio colectivo de hacer música, sin apenas indicaciones técnicas ni miradas a su equipo, exhibiendo y recreándose en una complicidad que solo surge entre quienes llevan toda una vida juntos.
Esto no quiere decir en absoluto que hubiera complacencia, flojera o falta de nervio. El primer movimiento lo demostró con un carácter vertiginoso, severo y casi furioso. Más que en otras ocasiones, las cuerdas, densas, penetrantes y siempre por encima del conjunto, dominaron el paisaje sonoro a costa de las secciones de viento -no sabemos bien si por un problema de acomodación a la nueva acústica de la sala o por una lectura deliberada que favoreció el empaste frente a la riqueza tímbrica. Algo que continuó en la segunda parte, un galope con poca flexibilidad en los tiempos, rotundidad, sin demasiado lugar para las celebraciones. El Adagio fue casi un largo -como ya es tradición e ignorando las indicaciones del propio compositor. Las melodías de las maderas se perdieron y las de las cuerdas casi también, en una lectura vertical, atenta a las armonías y, en los momentos de tiempos más rápidos, mostrando un cierto espíritu galante.
Con el cuarto movimiento llegó lo mejor de la tarde y el momento en el que todo lo anterior cobró sentido. Un final sin sensiblerías y basado en dinámicas muy acusadas -ese pianísimo extremo pero tan audible en la primera aparición del tema de la alegría. El coro, con algún abandono en directo por indisposición, estuvo glorioso, potente y rotundo. Llenó la sala con mares de una emoción que surgió de lo categórico.
René Pape sigue siendo un bajo de lujo, tiene genio, figura, y un punto de arrogancia que siempre transmite en el escenario. Conocedor de sus dotes dramáticas inició su actuación más acusador que conciliador, reprimiendo al público y a la orquesta con las frases pivotales de la obra, el “…nicht diese Töne”. Es además de los que entienden que la música es un asunto corporal y el único de los más de cien músicos sobre el escenario que se bailó el cuarto movimiento. El tenor Simon O'Neill mostró un timbre brillante y luminoso aunque con una proyección menor que su compañero. Camilla Nylund tiene un color un tanto ácido pero presume de una sólida emisión, penetrante, y siempre afinada. La mezzo Katrin Wundsam quedó eclipsada por sus compañeros, irrelevante, y apenas audible en algún momento.
Tras los excesos y empachos que suponen las fiestas de Navidad, en Alemania, cada 1 de enero se demuestra que esos valses y polcas de Viena, tan azucarados y esponjosos, pueden no ser son la mejor manera de comenzar el año. La Novena, ese canto a los valores humanos, esa mirada optimista y esperanzada a la humanidad, parece un modo mucho más oportuno de celebración mientras miramos por un momento al futuro.