Oliver Diaz

Año nuevo a ritmo de Cascanueces

Oviedo. Teatro Campoamor. 1/1/2018. Concierto de Año Nuevo de la Oviedo Filarmonía. Director musical: Óliver Díaz. Obras de P. Chaikovski, J. Brahms, J. Strauss jr. y J. Hellmesberger.

“[…] Entonces no sabía que en el arte aparte de arte también había odios, disputas fanáticas, condenas dignas de la época de las guerras religiosas”. Así de elocuentes son estos versos del poema “Rajmáninov”, firmado por Adam Zagajewski, Premio Princesa de Asturias de las Letras 2017. Y digo elocuentes porque quien frecuente las programaciones musicales clásicas de Oviedo, se dará cuenta de que, aparte de arte, también hay condenas y disputas. Rivalidades entre la oposición y un tripartito reinante que, pese a considerarlo burgués, no tiene problemas con despedir el año desde el palco de honor del Teatro Campoamor. Tristemente, en Vetusta, aún hay quien ve a la clásica como un divertimento esnob para gente de derechas; aunque, si lo que buscan es acabar con ella, Ana Taboada, Roberto Sánchez Ramos y Wenceslao López pueden estar tranquilos: 2017 ha sido un gran año. No debe ser fácil -en apenas doce meses- desmantelar unos Premios Líricos ya consolidados, reducir a tan sólo dos funciones los títulos de la Temporada de Zarzuela, mantener la política de recortes en la de Ópera y en el ciclo de conciertos del Auditorio y cancelar unilateralmente el convenio artístico que unía a la agrupación barroca “Forma Antiqva” con la ciudad. 

Así las cosas, no es cierto que el tripartito no haya realizado ninguna aportación, pues gracias a su gestión, en este 2018 ya se incluye el asturiano -junto al castellano y al inglés- en los tradicionales avisos por megafonía que recuerdan apagar los móviles antes de cada concierto. Analizar la situación de diglosia en la que se encuentra el asturiano constituye otro debate político en sí mismo y aunque, personalmente, escuchar un aviso en asturiano no me suponga ningún tipo de molestia, sí me incomoda la actitud triunfalista del tripartito, que únicamente parece interesarse por la clásica cuando ésta le es útil para promocionar su propia ideología.

Dejando ya de pensar en política, pues hay gente a la que se paga por hacerlo, merece la pena hablar del vibrante concierto de Año Nuevo ofrecido, como ya es tradición, por la Orquesta Oviedo Filarmonía. A a pesar de desarrollarse sobre un escenario decorado de forma idéntica a los años anteriores, la novedad y el interés estaban asegurados gracias a la presencia del gran Óliver Díaz, ovetense y actual director musical del Teatro de la Zarzuela en Madrid. 

Frente a la inclusión de piezas firmadas por Nino Rota por la que optó el director Marzio Conti para un concierto similar que dio la bienvenida a 2016, o del compositor Irving Berlin, por las que se decidió el maestro Arthur Fagen -cuya batuta dirigió a la OFI el año pasado-, Díaz apostó por Chaikovski como medio para escapar en parte de los tradicionales valses vieneses que acompañan este tipo de conciertos. Así pues, algunas piezas de la suite de El Cascanueces ocuparon la práctica totalidad de la primera parte, donde la orquesta hizo gala de un sonido recogido y coqueto, preciso en las numerosas intervenciones de las flautas y del flautín y coronado por una bella interpretación del arpa, demostrada a lo largo del famoso vals de las flores que se empleó para cerrar la suite. Antes del descanso, sonaron también las Danzas húngaras más conocidas de Brahms, siendo éstas la nº1, nº5 y nº6; en todas ellas el sonido ofrecido por la orquesta resultó más hondo y enérgico, aportando una atmósfera alegre y vibrante ideal para afrontar lo que vendría tras el descanso.

Como es tradición en los conciertos de Año Nuevo, las obras de la familia Strauss estaban llamadas a ocupar gran parte del programa. Y así fue, aunque en esta ocasión llegaron en exclusiva de la mano de Strauss hijo, de quien se interpretaron piezas tan conocidas como perpetuum mobile -con broma incluida al más puro estilo Karajan-, la polca bajo rayos y truenos, con una percusión muy atinada en sus volúmenes, la polca Tritsch-Tratsch, de dirección ordenada y libre de cualquier tipo de vértigo en los tiempos o el vals El bello Danubio Azul, cuyos compases son siempre sinónimo de celebración y festividad. Dentro de esta segunda parte, y antes de llegar a la conocida propina, gustó especialmente la inclusión de la Danza Diabólica de Hellmesberger hijo, donde Díaz logró un sonido posesivo y sugerente a través de una gestualidad casi mefistofélica y llena de una energía tan desbordante que el asturiano no logró canalizar sino dando saltos sobre la tarima. Finalmente, el público aplaudió la llegada del 2018 al ritmo marcial de la conocida marcha radetzky, que en sus tiempos fue todo un himno del nacionalismo austriaco. Llegados a este punto, yo sería cauto, pues si tenemos en cuenta que una de las grandes aspiraciones de Somos en Oviedo es acabar con un acto tan internacional como los Premios Princesa de Asturias, no sería de extrañar que nuestro afán localista nos haga recibir el próximo año a ritmo de xiringüelu.