Das Rheingold W. Koch E. Gubanova c W. Hosl  

Sansón y la incontinencia

Múnich. 11/01/2018. Bayerische Staatsoper. Wagner: Das Rheingold Wolfgang Koch (Wotan), Markus Eiche (Donner), Dean Power (Froh), Norgert Ernst (Loge), John Lundgren (Alberich), Wolfgang Ablinger-Sperrhacke (Mime), Alexander Tsymbalyuk (Fasolt), Ain Anger (Fafner), Ekaterina Gubanova (Fricka), Golda Schultz (Freia), Okka von der Damerau (Erda), Christina Landshamer (Woglinde), Rachael Wilson (Wellgunde), Jennifer Johnston (Floßhilde). Dir. escena: Andreas Kriegenburg. Escenografía: Harald B. Thor. Iluminación: Stefan Bolliger. Vestuario: Andrea Schraad Dir. musical: Kirill Petrenko.

El idilio de Kirill Petrenko con la tetralogía wagneriana se remonta años atrás, cerca de cuatro lustros, cuando su joven batuta se alzaba en Meiningen, y diría que semejante amor se tornó en un cierto momento en una conditio sine qua non, por ambas partes, para afrontar la cátedra de Múnich, donde precisamente Wagner estrenó Die Walküre. El árbol que tan buen fruto dio en sus albores ha madurado pues con el imponderable paso del tiempo, hecho que, para quien escribe, crea en su inconsciente unas expectativas aún mayores si cabe. Ahí quizás resida el problema, pues cuando se alcanza la calidad que, a tenor de las críticas, Petrenko demostró en sus citas anteriores, es difícil sacar más lustro a la materia con la que se trabaja. No creo ayude el hecho de que, como ya he referido en otras ocasiones, Petrenko y su orquesta salgan a la palestra con el aplauso puesto y el “bravi” en la punta de los labios, con un público que roza la incontinencia, en un diagnóstico con hedor a inconveniente costumbre.

Las prematuras muestras de afecto puede que restasen la tensión necesaria a una orquesta que estuvo a un buen nivel, sin duda, pero no excepcional, con un viento metal menos brillante e incisivo que en otras ocasiones. Como me alertó un colega, Petrenko empieza el 2018 con la barba recortada, y cual Sansón con su cabello parece que perdió algo de fuerza, de esa magia que tienen por costumbre desatar en la ópera estatal de Baviera. El oro del Rin es puro teatro, y esta premisa la mantuvo Petrenko como máxima de trabajo, pero esta vez con las pinzas en la mano, con tempi siempre rápidos -su anillo puedes restar hasta 10 minutos de duración respecto a  otras versiones- pero algo más contenidos de lo que seguramente deseaba, quizás algo lastrado por lo que acontecía en escena. Desde el plano de la dirección un Anillo para quitarse el sombrero, pero no para lanzarlo al aire.

A esta sensación, tan digna de manifestar como de confesionario, ha sin duda contribuido un reparto vocal de incontestable valor sobre el papel, pero que en la práctica tampoco ha comenzado su andadura colmado las expectativas, quizás en parte por ciertos desajustes entre la naturaleza del instrumento y el propio personaje, como por ejemplo la Erda de Okka von der Damerau, de técnica intachable pero lejos de la gravitas respaldada por Wagner en su premier a través de la figura de Emma Seehofer. No era  sin embargo este el caso de Wolfgang Koch, quien simplemente se mostró carente en la intensidad que acostumbra a dar a un Wotan, personaje que lleva incisas sus iniciales en este teatro desde hace casi un lustro. Sin duda tampoco el tiempo aquí ha jugado en su favor. Que el protagonista principal haya renqueado es también mérito de la actuación de Alexander Tsymbalyuk y Ain Anger, dos gigantes en el más amplio sentido de la palabra y un semidiós del fuego, Norbert Ernst, con voz y prestaciones escénicas dignas de entrar en el negado Olimpo.

De la conocida dirección de escena de Andreas Kriegenburg nos resta su innegable narratividad, de envoltura simple, que no simplista, bien sostenida por otra parte por la iluminación de Stefan Bolliger. Cierto es que solo es el preludio, y por ello estoy impaciente de ver cómo se desenvuelve en directo una trama tan compleja en tamaño concepto creativo.