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Un ángel caído

Hamburgo. 27/01/2018. Staatsoper. Berg: Lulu. Barbara Hannigan, Angela Denoke, Jochen Schmeckenbecher, Sergei Leiferkus, Matthias Klink y otros. Veronika Eberle, violín. Dir. escena: Christoph Marthaler. Dir. musical: Kent Nagano.

El año pasado, por estas mismas fechas, la Staatsoper de Hamburgo ultimaba el estreno de una nueva producción de Lulu de Alban Berg, firmada por el director de escena Christoph Marthaler, bien conocido en Madrid en los tiempos de Gerard Mortier (Wozzeck, 2013; Les Contes d´Hofmann, 2014). Bajo la batuta de Kent Nagano y con Barbara Hannigan en el rol titular, tal fue el éxito de las representaciones que no ha pasado ni un año antes de reponer esta propuesta en el escenario hamburgués.

Convencionalmente el tercer acto de Lulu, que quedó incompleto a la muerte de Alban Berg, se ha venido interpretando en la edición orquestada por Friedrich Cerha, al menos desde la producción firmada por Boulez y Chéreau en París, en 1979. Ha habido otras alternativas (Stefan Herheim y Eberhard Kloke en Oslo, en 2011, por ejemplo) pero se ha seguido imponiendo la opción de Cerha. En contraste con esto, la atractiva propuesta de Hamburgo asume el empeño de presentar exactamente lo que Berg dejó de su puño y letra en la partitura, esto es, un material para ser interpretado con uno o dos pianos y un violín. A modo de epílogo, la propuesta aquí incluye la interpretación del Concierto para violín del propio Alban Berg, intitulado A la memoria de un ángel, en referencia a la fallecida Manon Gropius, una obra que cobra aquí toda su significación en referencia a Lulu. La violinista Veronika Eberle demuestra una entrega excepcional interpretando esta música en escena, sin partitura, caracterizada como un personaje más, en un difícil diálogo con la orquesta escondida en el foso. La impresión es sobrecogedora y la solución musical y escénica tiene un interés ciertamente sobresaliente.

La polifacética soprano canadiense Barbara Hannigan, reciente ganadora de un Grammy por su trabajo en Crazy Girl Crazy, protagonizaba estas funciones, lo mismo que protagonizó también el estreno de esta producción en la pasada temporada. Su trabajo constituye una completa y redonda encarnación del papel. Más allá de involucrarse hasta el extremo en la propuesta de Marthaler, contribuyendo con todo su cuerpo a amplificar la expresividad del personaje, de lo que verdaderamente se adueña Hannigan es del espíritu más original del papel, del alma misma de Lulu, que funde y confunde con la suya. En el terreno vocal, deslumbra la insultante facilidad con la que se impone a una partitura nada fácil de resolver. La suma es perfecta: en lo vocal, en lo escénico y en lo dramático, una Lulu memorable, digna de figurar en los anales.

Hannigan misma es el centro, no en vano, de la propuesta de Christoph Marthaler. En una clave claramente psicológica, con una mezcla de irritante repetición e inquietante elegancia, el trabajo insiste en el trágico devenir de la protagonista, vista como una Venus vulnerable e idílica al comienzo, objeto de una pantomima en el segundo acto y finalmente expuesta a una completa deshumanización psicológica en el tercero. Recreación completa de la vivencia un ángel caído. El trabajo de Marthaler es sutil, tiene una rara poesía y redobla la fuerza expresionista de la partitura. Es un trabajo arriesgado pero también con instantes geniales, sobre todo en la resolución final del tercer acto. A buen seguro la propuesta no sería la misma con otra intérprete, pues buena parte de la intensidad de la función de sostiene, literalmente, en el cuerpo de Barbara Hannigan, de una flexibilidad sin fin, capaz de cantar sin esfuerzo en las posturas más inverosímiles, reducida su labor a la de una absoluta y completa marioneta. 

La dirección de Kent Nagano es más ordenada que intensa, más vertical que horizontal, no existiendo como tal una propuesta discursiva en torno a la partitura de Berg. Hay más ejecución que interpretación en su batuta. Afortunadamente, la orquesta titular de la Staatsoper brinda un sonido impecable, especialmente transparente, en clara complicidad con la principal intención de Nagano, que se diría que no es otra que la de mostrar ordenada y un tanto desnuda la partitura, como sabedor de que habla por sí sola.

Del resto del extenso reparto cabe destacar la actuación de Angela Denoke como la Condesa Geschwitz, aquí en lugar de Anne Sophie von Otter quien encarnó este papel el año pasado en el estreno de la producción. Interesante también la presencia del veterano Sergei Leiferkus como Schigolch y muy apreciable la labor de Jochen Schmeckenbecher en su doble faceta como Dr. Schön y Jack. Cumplidor el resto del elenco, sobre todo Matthias Klink como Alwa, a pesar de haber actuado indispuesto.