Gergiev Baluarte Mariinsky 2018

El brujo y el atleta

Pamplona. 12/02/2018. Baluarte. Obras de Prokofiev y Mahler. Orquesta del Teatro Mariinsky. Orfeón Pamplones (Dir. Igor Ijurra). Valery Gergiev, dir. musical.

El auditorio Baluarte de Pamplona acogía el inicio de la intensa gira por España que Valery Gergiev y sus músicos del Teatro Mariinsky acometen durante el mes de Febrero, de la mano de Agencia Cámera, visitando además de Pamplona los escenarios de Barcelona (Palau de la Música), Madrid (Auditorio Nacional, con La Filarmónica), Valencia y Alicante. Cinco conciertos y casi cinco programas distintos, con un mismo embrujo, el que irradia ese gesto recóndito y singular de Valery Gergiev, al que los atriles del Mariinsky responden como un solo hombre.

El Orfeón Pamplonés, reciente Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, lleva ya tres años trabando de forma continuada con Valery Gergiev. A las órdenes de Igor Ijurra, el Orfeón vive ahora mismo un momento de dulce madurez, exponiendo un material firme y contundente pero flexible al mismo tiempo. Ciertamente, cada vez tiene menos que envidiar al otro célebre Orfeón, el Donostiarra. El entendimiento con Gergiev es evidente -de hecho va a contar con ellos este año en las Noches Blancas de San Petersburgo- si bien hubo un importante desajuste en un pasaje muy concreto del Alexander Nevsky, a buen seguro por lo recóndito que es en ocasiones el gesto del maestro ruso. 

Lo cierto es que esta obra coral abría el concierto en la primera parte. Gergiev optó por la contundencia en este punto. Inflexible en los tiempos, un punto rígido incluso, buscando más la solidez que la hondura, como convencido de que la obra de Prokofiev hablase por sí misma, como un fresco evidente. La propuesta de Gergiev fue inexorable y por momentos vertiginosa, tanto que la intervención solista de Yulia Matochkina en El campo de los muertos pareció deternlo todo y apaciguar una inercia que parecía incontenible. 

Gergiev, entrevista de portada de nuestra última edición impresa, es una mezcla sui generis entre un brujo y un atleta. Su agenda imposible sólo se sostiene con ese talento sobresaliente que le hace mover a su orquesta con apenas levantar la mirada. Gergiev ha forjado un instrumento extraordinario en el Mariinsky, una orquesta ciertamente capaz de todo, con un color propio, distinto del que reconocemos en orquestas de otras latitudes. Así se explica la notable Quinta de Mahler que presentaron, sin apenas tiempo para meditarla. La Quinta es por cierto la sinfonía favorita de Gergiev, de entre todo el catálogo mahleriano. Fue una versión árida, pretendidamente agreste me atrevo a decir, más viva que contemplativa. Ni siquiera hubo azúcar en el Adagietto, de una trascendencia doliente y dolida, nunca pagada de sí misma. Fue una Quinta interesante y distinta, especialmente atractiva en el Scherzo, de una trasparencia admirable, revelando la complejidad de la partitura con suma nitidez. Gergiev contó aquí, por cierto, con uno de sus hombres de confianza en la Filarmónica de Múnich, el concertino Lorenz Nasturica-Herschcowici, quien es por cierto también el concertino permanente invitado de la Sinfónica de Euskadi y por ende buen conocedor de la singular acústica de Baluarte, un factor que no impidió a Gergiev obrar finalmente su habitual brujería.