modigliani cuarteto 

Buscando la madurez

Barcelona. 06/2/2018, 20:00 horas. Auditori de Barcelona, Sala 2 Oriol Martorell. MOZART: Quintetos de cuerda n.º 4 en Sol menor, K. 516 y n.º 5 en Re mayor, K. 593; Lise Berthaud, viola. Quatuor Modigliani: Amaury Coeytaux, violín. Loic Rio, violín. Laurent Marfaing, viola. François Kieffer, violonchelo.

Concierto enmarcado dentro del ciclo que presenta L’Auditori dedicado a los quintetos de cuerda de Mozart. En tres años se podrá seguir la evolución de una fórmula mozartiana que buscó ampliar la plenitud alcanzada con los cuartetos, pero añadiendo una viola más, acercando el sonido a un sinfonismo de cámara del que Mozart fue un gran valedor. 

Se presentó el prestigioso Quatuor Modigliani, en palabras del programa de mano: “considerado como el mejor cuarteto de cuerda de la actualidad”, junto a la virtuosa de la viola, la francesa Lise Berthaud. El programa centrado en el paradigmático Quinteto en Sol menor. K. 516 y el Quinteto en Re mayor K. 593, tenia todo el jugoso contenido para que el concierto fuera un éxito, pero no lo acabó de ser en la medida de una interpretación donde se vivieron dos caras de una misma moneda. La prueba de este exigente programa residía en la dificultad de mostrar un compositor que buscó la madurez de una fórmula de cámara a medio camino de la esencialidad intrínseca y el desarrollo hacía un sonido más cercano al frondoso mundo sinfónico. Una primera parte de primoroso resultado contrastó con una segunda menos feliz que empañó un resultado global más que satisfactorio. 

El fantástico Quinteto en Sol menor, se presentó con carisma y profundidad desde los primeros acordes del extenso Allegro inicial. Los Modigliani y la violista Berthaud mostraron buena coordinación y entendimiento, con un equilibrio orgánico y una lectura fluida que buscó colores y supo transmitir ese carácter tan especial que le otorga la tonalidad del Sol menor. Belleza en los graves de la viola de Berthaud y concisión en el arco quirúrgico del primer violín. La lectura expresiva y vívida se prolongó con autoridad en el estilo y un fraseo de adecuado lirismo durante los casi diez minutos del primer movimiento. El uso inteligente y teatral de los silencios y las pausas marcaron las lectura del Menuetto & Trio. Allegretto, pero sobretodo el Adagio ma non troppo del tercer movimiento, donde la conjunción arquitectónica del quinteto se transformó en un preciosista anticipo del futuro Schubert. Volvió a destacar el hermoso sonido de la viola de Theraud, junto al chelo de Kieffer, quienes contrastaron muy bien con un luminoso Coeytaux desde el primer violín. El inicio y la evolución desde la melancolía del Adagio al Allegro del último movimiento cerró con autoridad una lectura inquieta y estilosa del Quinteto K. 516. Los Modigliani y la Berhaud supieron encontrar el camino de madurez del Mozart que acababa de triunfar con sus Nozze di Figaro en Praga. 

Compuesto después de haber estrenado las dos óperas que junto con Le Nozze constituyen la Trilogía dapontiana, Don Giovanni K. 527 (1787) y Così fan Tutte K. 588 (1790), el quinteto númeroo 5 en Re mayor, K. 593, representa un escalón más en la madurez de la música de cámara mozartiana. Wolfgang se abandona en los terrenos finales de su vida donde el uso del contrapunto, una mayor fuerza intimista y expresiva y una exigencia técnica propia del estado de lucidez compositiva, exigen una interpretación mesurada. Los Modigliani no consiguieron erigir en el primer y complejo Larghetto-Allegro, una lectura pulida y equilibrada, pese su búsqueda de colores, al diálogo y juego entre los dos violines que recuerdan a Beethoven o ese chelo circunspecto que se pregunta frente a las cuerdas. Algo no acabó de fluir en su lectura, no se encontró la audacia de la composición, aún con buenos trinos y el carácter melancólico del Adagio, o los buscados efectos de los pizzicatti del Menuetto: Allegretto. Un chelo más errático de lo deseable en el rústico Allegro final y un tempo que no acabó de cuajar dejaron una sensación de acabado más bien gris.

Así con todo el siempre impecable trabajo de la viola de Berhaud, y la incuestionable calidad de la formación arrancaron una cálida respuesta del público premiada con un original bis, el Plink, Plank, Plunk en pizzicatti de Leroy Anderson.